“Tic tac, tic tac.
La hora se acerca.
Uno de los tantos ajustes de cuantas.
Meterse con lo sagrado solo acarreara desenlaces fatalistas, que darán como resultado que las lágrimas caigan, y se desperdicien por seres que no merecen si quiera una mirada de repudio.
Porque lamentarse no borra el daño causado.
Y la locura no justificara que se culmine con algo que se tornaba genuino, y más puro que el amor mismo.
¡Ay rey blanco!
Jugar tus fichas no supiste, cuando moverlas con pasión no te aseguraban la victoria.
Porque la cabeza fría profiere sabiduría, y la fogosidad del momento que se entremezcla con la sangre caliente, augura jaque mate en tu imperio, proclamando y coronando a un sucesor mucho más inteligente y vivaz que tu maltrecho pensar lleno de enfermedad.
Iniciando una nueva partida, porque la tuya la jugaste con gallardía, pero la perdiste por tu osadía”
*******
Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses.
Tanto habia transcurrido que le parecia absurdo que todavía albergara algún sentir por esa maldita mujer.
Que todavía la soñase.
Que la quisiera en su cama.
Que aun su aroma estuviese impregnado en su olfato.
Y no ayudaba el hecho de que estuviera tan cerca, provocando que en vez de sacársela de la piel fuera imposible porque más se aferraba.
Como si fuera un mal que ni la propia muerte pudiera erradicar.
Unos cuantos kilómetros la separaban de él.
Sabía que habitaba el Babette Palace.
Sus hombres lo tenían al tanto de sus movimientos.
Sin decirle más de lo que el requería, frenándolos muchas veces para que no le revelasen detalles desagradables que lo hiciesen cometer una locura.
Porque no ambicionaba confirmar que ella era la querida de Sebastien.
Su primo.
Porque no hallaba otra explicación para que aun siguiera en sus dominios.
La habia sentido en las caballerizas de su propiedad, por eso se habia atrevido a decir aquello esa noche, en vez gritarle que la odiaba por amarle de aquella manera.
Que la idolatraba con la misma entereza que la aborrecía.
Porque asi sea a su orgullo, le habia dañado de alguna manera.
Una mujer tan pedante, no aceptaría tan fácil que su juguete dejara de sentir ese apego que lo hacía doblegarse ante ella.
Por eso contra sus fuerzas de lo lejos vigilaba la propiedad.
Cada noche, desde que no la volvió a percibir a su alrededor.
Con ganas de encararle.
Sin tener una idea de que decirle.
O cómo actuar para que no lo avistase como el imbécil que era.
Aunque cada vez percibía que se estaba perdiendo de algo importante.
Pero ese día esa sension se le hizo más latente, en ocasiones llegándole a desesperar sin poderse centrar.
Sus atribulados pensamientos dejaron de resonar en su cabeza, cuando la puerta de sus aposentos fue abierta intempestivamente, consiguiendo que enfocase a la persona que se habia atrevido a pisar el lugar sin siquiera dignarse a llamar.
Lo asociaba a cualquiera de su familia, pues tenían esa molesta manía.
— ¿Freya?—esbozo un tanto contrariado al verla parada frente a él, de brazos cruzados y con una puchero en los labios que le indicaba que estaba a punto de romper en llanto— ¿Qué pasa torbellino?— curioseo con cariño desmedido, irguiéndose para quedar más cerca de aquella.
—Es madre— solto con la voz entrecortada—. Salió con Duncan desde temprano, y está a punto de caer la noche y no se ha dignado a regresar— le pareció raro, pero seguramente con las locuras de su progenitora era más que predecible que ocurriese aquello.
No le extrañaría que apareciese al otro día cargada de bolsas, porque se le habia apetecido un ajuar entero y no emigro de la tienda hasta que no estuvo listo.
—Lo habéis dicho bien— espeto jalándole para que se sentara su lado—. En vez de preocuparte deberías de tener un poco de lastima por aquel pobre mortal, que ha tenido el placer de caer en sus garras.
—Tambien te amo hijo mío— la voz de la aludida resonó por el lugar, haciendo que su hermana saltase para salir a su encuentro, la cual fue recibida como se esperaba —. Como me gusta ver a mis pequeños reunidos—solto exultante de alegría, mirándolo específicamente con un brillo en su iris azules que no pudo descifrar—. ¿Su padre se ha enterado de mi escapada?— estos negaron con sincronía, sacándole un suspiro de alivio.
—Sabes que desde lo ocurrido ni siquiera soporta estar en el mismo lugar que yo, asi que ni siquiera sé que ha sido de el— apretó los puños al escuchar algo que ya conocía.
Pero era más por la culpa.
Para que no viese que se avergonzaba de ser el principal causante de su desdicha.
De aquella marca que perduraría por la eternidad.
—Ha salido a ajustar detalles para su próximo viaje a España, y sigue sin llegar— aclaro observando como su progenitora se tensiono visiblemente, pero no acoto nada—. Lo que me recuerda que nos gustaría saber que acaparo la atención de la Duquesa, que apenas se digna a honrarnos con su presencia— la aludida apretó los labios haciéndole entrecerrar los ojos— ¡Madre!— respingo saliendo de su letargo, causando que su curiosidad aumentara.
—No tuve un encuentro clandestino con Duncan, si es lo que te imaginas— se alarmo con aquella idea.
—No te culparía madre— hablo Freya con aire pícaro—. Padre al lado de aquel escoses es solo un hombre más que habita el mundo de los mortales, y cabe resaltar que del lado de los no muy apuestos— rodo los ojos fastidiado, al ver como esta asentía en respuesta analizando los pro, y contras de las aseveraciones de su pequeña hija.
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Editado: 17.12.2022