Se paseaba por el estudio meditabundo, con una copa reposando en su mano, sin poder evitar sopesar en una imagen que se proyectaba en su mente, aquella que no lo dejaba descansar con tranquilidad.
Los mellizos para ese momento se hallaban en sus cunas durmiendo plácidamente bajo el cuidado de Carmen, la mujer que seguía sin darle del todo confianza.
Por eso opto por ponerle a alguien que la vigilase sin que nadie se diese por enterado.
Ni la propia Luisa.
¡Luisa!
Esa dama en esos momentos era su quebradero de cabeza.
Sabía que no le ocurriría nada, pues el habia precisamente suscitado ese momento, porque lo necesitaba para estar centrada, pero la desazón de su pecho no se apartaba y tenía la sospecha del porqué; pero no quería darle demasiadas vueltas, aunque eso precisamente era lo que estaba ocurriendo en esos instantes.
Las últimas semanas paso por emociones fuertes que la redujeron, y lo que se venía no era precisamente un paraíso terrenal.
Por eso necesitaba como nadie ese pequeño divertimento.
Pero…
Despejo su cabeza de ideas poco elocuentes.
Llego a sus oídos sobre las sospechas que habia conforme a los alrededores del palacio.
Su audiencia con el Rey no sería afable.
Nunca creyó que ese llegara a ser el caso por quien era, pero en ese momento no conjeturaba el desenlace de todo aquello.
Aunque eso no lo tenía en ese estado.
Si no el hecho de lo que pudiese estar ocurriendo en aquella cabaña.
De nuevo venia una imagen a su mente.
Una que raramente le dejaba algo airado.
Las palabras proferidas por el otro.
Las consecuencias de los actos.
Las cosas se estaban complicando, y no solo para la nueva familia Allard, si no para los que lo rodeaban.
Escucho como la puerta de su estudio cedía ocasionando que dejase de lado eso que lo estaba atormentando.
Cosa que internamente agradecía.
No tuvo que darse la vuelta para saber de quien se trataba.
Lo quedó esperando parte de la tarde hasta llegar la noche, pero como siempre se le daba por incordiar en horas poco debidas.
—La mojigata me mando de vieja chismosa— apretó la copa, conteniéndose para no responderle como se debía por siquiera nombrarle de esa manera.
—No veo el motivo de tu queja cuando de sobra sabemos que te ciñe como un guante aquel apelativo— solto con sorna—. En todas cuentas te está haciendo un favor— lo oyó bufar exasperado, mientras apreciaba el sonidos de los pasos que daba hasta el aparador, pues seguía dándole la espalda.
—Tengo una curiosidad que me está carcomiendo mi instinto de cotilla— eso lo hizo sonreír olvidando sus palabras iniciales, era de esperarse si se dejaba llevar por quien se trataba.
Se giró para mirarle con presteza, dándole la espera requerida para el nuevo disparate que saldría de su boca.
>> ¿Porque si tanto te gusta esa mujer se la cedes a tu primo?— suspiro con pesadez—. Porque puede ser muy su esposa, pero tienes todas las de ganar residiendo con ella, hasta cuidándole los vástagos te encuentras como todo un marido abnegado, a la par que sale clandestinamente a encontrarse con su amante— supuso ese reproche, pero no por eso dejo de desconcertarlo—. Hasta pareces uno de esos lores que…
—Deberías aprender a cerrar la boca en el momento propicio, si no deseas que la lengua y el cuerpo dejen de ser una antes de tu muy esperado deceso— expreso en tono siniestro que hizo reír a su receptor.
La desazón que distinguió en la boca del estómago prefirió pasarla por alto.
Las imágenes de las suposiciones regresaron a su mente haciendo mella.
Dañando ya de por si su afectado humor.
—Habia olvidado la irritabilidad que te acecha cuando no tienes tus horas de sueño preciadas— la mofa no desaparecía de su cuerpo.
Era un maldito bufón de tiempo completo.
—Macgregor ya diste tu muy eficiente recado, aunque con unas cuantas horas de retraso— expreso fastidiado por la estampa risueña del susodicho—. Asi que ahora puedes retirarte y dejar de perturbar mi existencia con tu hastiaste presencia— el resoplido de aquel le hizo rodar los ojos perdiendo algo de la poca paciencia que le quedaba—. En vez de hacer tu papel de ente burlón, dime lo que realmente te trae por aquí— conocía el comportamiento de aquel y solo daba cara cuando habia actuado de maneras alarmantes, o ante situaciones importantes—, porque algo me indica que cosas más graves te hicieron dejar de ser un simple vigilante en mi territorio, para plantarme cara como el caballero que distas de ser— asintió con la sonrisa aún más sobresaliente, dándole ese aspecto de poseer tanta cordura, que la locura se desestimaba como algo poco probable en su sistema.
Tenía demasiados fantasmas acechándole, si lo sabía él.
Solo que por muy poco cuerdo que se escuchase, estos eran los únicos que le daban una razón a su ser.
—Tu mente suprema me deja sin cartas con las cuales darte lucha— acepto con voz cantarina—, pero he de decirte que tengo un az bajo la manga, y si la pequeña de los Allard no me hubiese incordiado por un buen rato ya disfrutarías de este recado— se tensiono con solo escucharle nombrar, pero tratando de parecer normal le mostro una de las sillas para que tomase asiento y acabase con ese asunto de una vez por todas—. Al darte la razón mi estimado, te entero que según mis informantes Belalcazar planea dar otro golpe— eso era algo que ya era del conocimiento de su persona, porque fue requerida su presencia en el puerto de Londres unos días antes del año nuevo—. Sé que me vas a decir que es tu entero discernimiento, pero hay cosas que no sabes— levanto una ceja despues de acomodarse frente a él, esperando a que terminarse de jactarse del manejo de información que quizás fuese importante, vislumbrando como los orbes dorados de aquel brillaban no solo de malicia, sino de algo más que no alcanzaba a conjeturar—. Y eso es que piensa estar presente para cuando el embarque llegue al puerto de nuestra amada tierra inglesa—solto en tono chispeante mirándole de reojo, mientras bebía de su copa sonriendo de lado al ver su reacción.
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Editado: 17.12.2022