Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

XX PARTE 2

¿Cuándo todo se habia vuelto tan complejo?

¿En qué momento su vida dejaría de tornarse gris como el cielo nublado de inicios de invierno?

Nunca habia visto un panorama tan opaco como el de Inglaterra en esa época del año.

Igual que se estaba volviendo su existencia, más de lo que ya se le manifestaba.

Cuando Alexandre le hizo ese cuestionamiento los oídos le zumbaron.

La cabeza le palpito con un dolor punzante.

Se veía contra la espada y la pared.

El objetivo del Rey habia sido aniquilarle, y lo estaba consiguiendo.

Dudaba de ella.

¿Que respondería ante aquello?

No lo sabía pero entendía que dependiendo de la respuesta que concediera, esta valdría de detonante.

Su justiciero al parecer conocía todo de su persona.

Con esos interrogantes se lo estaba demostrando.

Hasta el secreto mejor guardado, que eran sus pequeños.

Podía manejar la información a su conveniencia, y ninguno saldría ileso.

Trato de ignorar la mirada cargada de contrariedad de su amado, pero no tenía una manera de explicarle sin que la odiase.

Ahora le enfocaba con dolor, aguardando una respuesta.

Una de la que tenía las palabras, pero que no sabía cómo dejarle ver que todo cuanto hizo adquirió una razón de ser.

Que fue un accionar acorde a las circunstancias.

¿Les arrebato la vida?

Si.

Porque era igual de culpable que el que habia ejecutado la Azaña.

Si alguien mas no hubiese actuado por ella, su reacción seria la misma y no se arrepentiría de absolutamente nada.

Con respecto a Adrien Allard, por supuesto.

Porque en cuanto a Lady Celine…

Hasta el día de su deceso se daría golpes de pecho por todo lo que causo.

Por ella es que la tragedia los sobrecogió.

Por su persona es que él ahora estaba vacío.

Si tan solo se hubiese marchado a otro lugar.

Con su hermano, quizás.

Demasiado tarde para deliberar otras opciones.

—Mi trato fue con su Rey, Excelencia— expreso tratándolo lo más crudo posible.

Necesitaba poner una distancia.

Tener sus ideas claras, y con él en frente se le hacía imposible.

Era su mayor debilidad.

Ya habia amenazado de manera abierta al Rey de ese país por si quiera insinuar que le haría daño a la razón de su ser, ahora no quería cometer otra imprudencia que le costase la cabeza, y no precisamente siendo la extremidad de su persona la que ya no compartiera la compañía de su cuerpo.

—Le puso voz a mis cuestionamientos internos, asi que responde muchacha— solto el aludido logrando que su corazón se parase—. Después de todo, es quien lleva la partida y me está dando el placer de esclarecer el enigma de su presencia, por tanto tiene el derecho a resolver por lo menos uno de sus cuestionamientos internos.

Lleno su pecho de aire.

Sentía que ni todo el oxígeno del planeta podría darle la sensación de libertad que se le estaba yendo de las manos.

Que hacía mucho tiempo se le habia extraviado.

Lo enfoco de manera penetrante.

Como quisiese que pudiera leerle los pensamientos, pero los ideales surrealistas no cabían en discusión, no cuando estaba tanto en juego.

— ¿Con que objeto?— respondió sin más dilación—. No tuve el placer de colocarles, si es lo que insinúan, los tratos eran con mi padre, no con la pequeña de los Borja. Como es propio, las mujeres no tenemos ni voz ni voto— hablo en tercera persona.

Sintiéndose tan sucia por mentirle de aquella manera.

Pero era eso, o que su falta de tacto causase algo mucho peor.

Una revelación que sacara de su cauce por completo el norte del hombre que se habia robado su razonar.

Porque algo le decía que tambien al tercero en discordia en ese momento, tampoco le convenía que revelase algunos secretos de los que ella resguardaba.

¿Qué tanto le afectaban?

Al principio conceptuó que era un asunto que no le inmiscuía, pero al parecer no todo era lo que parecia.

Algo interesante.

Mas sabiendo que se trataba del gobernante.

El sujeto más importante.

A su cabeza llegaron imágenes de las criaturas de su corazón.

Esos seres que revelaban solo en su faz que eran Allard sin gritarlo a los cuatro vientos.

La pequeña Babette y el pequeño Alex.

Los amaba por igual.

¿Cómo podía hacerles ese mal?

Los estaba separado de su figura paterna siendo muy conciente de aquello.

Tuvo que haber terminado con la situación, pero algo le decía que si ese soberano conocía todos sus enigmas, nada le aseguraba que protegiese aquel secreto, pues al no ser de sus afectos podría revelárselo a su padre. Y Francisco no debía enterarse.

O estaria perdida.

La miseria decadente la sobrecogería.

—Eso no responde a mi pregunta— solto con tono seco, pero ella entrevió que lo que gritaban sus orbes era la súplica velada de la negativa que añoraba.

—Eres mi esposo— solto tratando de contenerse para no explotar—, y eventualmente lo descubrirás si has aprendido conocerme en el tiempo compartido querido— exclamó con retintín tentador.

Fue su mecanismo de defensa.

Estaba jugándose el pellejo ante tal aseveración que provoco que frunciese el ceño, y la mirara con los ojos entornados al no estar contento con su parafraseo evasivo.

Cosa que la desconcentro, y causo un movimiento en falso costándole la vida a uno de sus alfiles, para otra vez ser expuesta a controversias.

— ¿Sus encuentros con Lady Celine los suscito con el único fin de que tuviese confianza plena en su persona, para despues exponerla a ese trágico final?— se frenó el sollozar al rememorar a la dama.

Lo que habia hecho por ella.

Su sacrificio.

Que intento cobrar con sangre.

Ahora ese hombre la estaba dejando al descubierto, haciéndola caer y exhibiéndola en frente hijo de la nombrada como una mentirosa.




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