Un pitido ensordecedor lo invadió al completo atrofiándole los sentidos.
Dejándole sin ideas.
Porque Alexandre Allard no sabía cómo sentirse en esos momentos.
Lo único que le importaba era poner en orden sus atribulados pensamientos y sentires, antes de desquiciarse íntegramente.
Todo le habia llegado de golpe.
Su corazón repiqueteaba con una fuerza abismal.
No respiraba, y para esos momentos no lo notaba.
Solo percibía como algo calentaba su pecho al tener a ese niño en brazos, uno que lo observaba con el ceño fruncido y la boca formando un puchero.
Aquellos ojos azulosos que rayaban en lo inhumano al advertirlos tan poco expresivos, pero con un brillo particular que avistaba conocimiento.
Lo apretó más contra su cuerpo.
Este como acto reflejo metió su pequeño rostro en la curvatura de su cuello, y sin decir nada lo rodeo con sus bracitos, tratando de fundirse en esa acción con él.
Aun patidifuso regreso el escrutinio a la pequeña, que lo ojeaba con un brillo encandilaste en sus cuencas marrón, las pestañas azabaches tupidas, mofletes rosados por el esfuerzo del juego anterior, y el ademan de seguir en su labor de chuparse el pulgar mientras tomaba uno de los cabellos sueltos del tocado de su hermana, con la mano libre jugueteando con aquel.
Se admiraron sin parpadear.
Camino como autómata el par de metros que los separaban.
Para ese momento nadie exclamaba palabra alguna, lo único que se oían eran los jadeos casi silenciosos de los únicos testigos del encuentro, que quedaría plasmado en sus memorias para la posteridad.
Las palabras anteriores no hicieron eco, ni lo desenfocaron sabiendo que eran vacías.
Sin fundamentos.
Cuando quedaron de frente dejo aquellos actuares de chiquilla consentida, y bajando lentamente la mano que tenía a la altura de su diminuta boca sonrió, regalándome un motivo verdadero por el cual vivir.
Mostrando un lindo par de dientes que hace poco habían visto la luz.
Como si estuviese viviendo un sueño con la mano que tenía libre, trato de tocarle.
Con el miedo inminente de que se esfumara.
A que todo fuera una ilusión de su cerebro, y corazón.
Por las ganas que tenia de conservar permanentemente algún recordatorio de su amada.
Sus intenciones no llegaron a culminarse, porque aquella adivinando sus movimientos, e inicio el contacto alcanzándolo en medio.
Haciéndolo sentir su calidez, la delicadeza de aquella extremidad y que a su lado solo era una manito diminuta.
Una que estaba apresando uno de sus dedos, mientras que sus labios formaban una gran O de sorpresa.
Para acto seguido enfocarlo directamente.
Con más curiosidad.
Con un brillo de alegría que lo hizo estremecerse.
Aunque no tanto como lo que entre balbuceos espeto:
—Pa… papá— y antes de que pudiese si quiera procesarlo se lanzó a sus brazos, con la suerte de lograr estabilizar a los dos pequeños bultos que estaban en su regazo.
Pestañeo desconcertado.
>>Thi… pa— volvió a decir entre tanto removía a su hermanito, que no permitía que lo apartasen de la comodidad que habia adquirido en aquella posición.
Solo un fuerte estornudo seguido de una tos proveniente del nombrado, lo saco de aquel letargo.
Uno que lo hizo recordar que no estaba solo.
Que eso no era un sueño.
Y que las personas que lo rodeaban tenían que dar muchas explicaciones.
Giro su cuerpo hasta que tuvo de frente la imagen del hombre que decía llamarse padre de sus hijos.
Con ganas de asesinarle, pero habían cosas más importantes en esos momentos que mancharse las manos con seres desleales que no valían un mísero chelín.
— ¡Gibs!— le llamo logrando tensionarle, pues pareció mas el rugido de un león—. Atienda a mi hijo que al parecer heredo los males de su tía— expreso mirando de reojo a Freya, que aunque un poco conmocionada con la escena sonrió con los ojos cristalizados— ¿Hermana puedes enseñarle donde debe hacerlo? — la nombrada asintió efusivamente— ¡Llévatelos!— la niña regreso a los brazos de la belleza francesa, no sin antes darle un beso en la mejilla o una imitación de este, que le hizo sonreír porque le habia parecido lo más perfecto, pese a que seguía sin salir de la conmoción.
Eran sus hijos.
Era padre.
De dos criaturas.
No obstante el niño no se quiso despegar de su cuerpo.
>> ¡Vamos!— solto acariciando con las manos temblorosas su espalda, pero este se aferró más a el—. No quiero que esta pequeña alergia pase a mayores campeón— lo único que hizo fue tratar de fundirse más a su cuerpo haciéndolo reír entre dientes.
Olvidándose nuevamente del mundo.
Todo hasta que el carraspeo de una de las damas, hizo que conmemoraba lo que estaba aconteciendo.
— ¡Milord! ¿Si me lo permite?— la voz era de Frida, que estiro sus brazos para poder recibírselo y hacer lo que había indicado, pero llanamente no pudo.
Ahora un instinto de sobreprotección hizo que lo abrazase con más fuerza, y la observase de manera incriminatoria empequeñeciéndola en su lugar.
Logrando que retrocediera algo cohibida por su reprimenda.
— ¡Yo mismo lo llevare!— siseo logrando que Agnes que iba a refutar se retractara a posar sus ojos en esta—. Y cuando los deje cómodos espero que se hallen aguardándome en mi estudio, si no quieren que esto deje de ser una simple charla— sentencio, para despues sin dar más opción dar media vuelta. y pasando por el lado del matasanos internarse a la casa en busca de un lugar cómodo para que pudiese ser atendido con premura.
Escucho que era seguido, pero no le importo.
Su cabeza la tenía muy lejos de ese lugar.
Tratando de atar cabos para conjeturar.
De entender que estaba ocurriendo en su vida.
No dudaban que tuviesen su sangre asi no se lo hubiesen confirmado, pero no dejaba de embotarle los sentidos el hecho de no haberle visto en ese estado.
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Editado: 17.12.2022