Palacio de St. James.
Finales de octubre de 1804…
— ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que deje de fingir el no tener entendimiento pleno de que le oculto la verdad?— esbozo tras pasarle los documentos que patentaban la información que le habia facilitado Austin, Y Sebastien para que ratificara que sus palabras eran verdaderas.
Los cargamentos que serían enviados a Inglaterra, los cuales desde que ella habia tenido algo de poder en ese aspecto no llegaban a buen puerto, cayéndose ni bien alcanzaban aguas inglesas o sus alrededores.
Afectando la zona que manejaba el nuevo Conde de Albemarle, siendo el único perjudicado, pero este no dándole mucha importancia, ya que era de los que tenía que ver con aquello.
El haría lo que fuera necesario por Luisa, importándole solamente que ella consiguiera su objetivo, siendo el acabar con el mal de raíz, ese que la mayoría seguía ignorando.
…
El receptor le miro de reojo teniendo los documentos como su entretención principal, denotando que los dos estaban esperando a que el otro actuara.
La susodicha dándole ese placer, puesto que a veces se tenía que dejar ganar al enemigo para que pensara que estaba por encima de ti.
—No ha llegado el momento de hacer que el ultimátum reine en nuestro acuerdo— expuso sin darle importancia al asunto.
Imperturbable, como solo él podía denotarlo siendo el gobernante de aquel país.
—No debe ser de suma importancia, porque le ha dilatado por casi una década— comento alisándose de manera despreocupada la falda de su vestido color lila.
—No creí que otorgarle aquel obsequio fuese un insulto para su entidad— contrapuso arqueando una ceja, dejando los pliegos de lado para enfocarse en su entidad, e iniciar a hablar con la verdad.
Pues los dos esperaron que se suscitara la situación para realizarlo de frente.
—Tal muestra de consideración me toma por sorpresa— la ironía en su máxima expresión—, cosa que agradezco, pero dejándonos de actuaciones deplorables, sería correcto que me dijese el porqué de su proceder, Alteza— le concedió una sonrisa de medio lado.
Esa que le otorgaba solo a las personas astutas, que pese a los inconvenientes caían en su gracia.
Un acto que era sorprendente, siendo el que provocase ese sentir fuese un Borja.
Era una lástima que tanta astucia tuviese que ser reducida a la nada, cuando la horca se llevara esa cantidad potencial, imposible de volver a recaudar.
Y todo este embutido en un disfraz perfecto.
El cuerpo de una mujer.
Pasando desapercibida como el mejor de los espías.
— ¿Enserio no lo dilucida por su propia cuenta?— inquirió en tono de fingida sorpresa, porque conocía la respuesta.
—Soy de las personas que disfrutan escuchar la verdad de la boca de la persona en cuestión— esbozo con superioridad, sin importarle estar tratando con un Rey, puesto que para ella solo era un simple mortal, que tenía podredumbre escondida como cualquier ser que pisaba la tierra—. Por eso no creo que sea mucho pedir su Majestad.
—Es idéntica a su padre— repuso sin pensarlo por un instante.
Juntando los dedos cuando hubo apoyado los codos sobre el mueble de madera, detallándola con presteza.
Como la primera vez, cosa que no se cansaría de hacer nunca, porque le obnubilaba el hecho de que una joven de su linaje, tuviese tanta valentía.
Ni siquiera agachaba la cabeza en su presencia.
Hasta su esposa lo hacía, pero ella no.
No lo veneraba, y esa era la cuestión.
Siendo algo que le atraía ganándose más su favor.
Le sobraba lo que a muchos hombres le faltaba…
Gallardía.
—Si planea denigrarme con tal comparación, debo de dejarle claro que eso puede tomarse como un cumplido, que le agradeceré de manera ferviente porque no es algo que me hagan todos los días— no estaba bromeando al respecto, puesto que pese a todo lo malo, con las actitudes de su padre, era más que un elogio ser compara por su inteligencia sin igual.
—Soy consciente que le enorgullece venir de tal progenitor— escupió con asco, pero eso la hizo envararse más, porque si se ponía a ver quién de los dos era menos impropio, todo se descontrolaría sin hallar una respuesta contundente—. Pero lo recalco, puesto que este quiere tener siempre las de ganar.
— ¿Tambien ha reflexionado en cuanto a que somos las fichas de su tablero?— le pregunto dado que de eso su persona no tenía duda al respecto, y continuaba jugando por el simple hecho de que la alumna poseía la remota posibilidad de superar al maestro.
Jorge rio por lo bajo ante su descabellada conjetura.
—Lo sera usted al ser insignificante— la ceguera prepotente era la más obtusa.
—Aquí lo realmente importante— inicio ignorando su provocación—, es que reconozca a tiempo las cualidades del ajedrecista, para que la caída sea menos aparatosa.
El mutismo se sirnio entre las dos entidades, pues la mayor no aceptaba la opinión acertada de la cuota femenina y de escasa edad, solo por el hecho de creer que lo comprendía todo.
Cuando lo cierto es que en ese juego nunca se le valoro como un potencial rival.
Solo una ficha más.
—Porque las reconozco sé que poseo un arma infalible contra el— se tensiono, ya que nuevamente la veían solo como un simple objeto—. A la que tengo que encontrarle el momento indicado para poderle utilizar.
—Solo esperemos que la porfiria no le gane la batalla— escupió en tono mordaz, sin importar que la decapitasen, después de todo su cabeza ya le pertenecía, que más daba un par de desfases—. Porque a los designios del creador nadie puede interponerse, pues solo él es quien manda en nuestra vida— la risa de otro desquiciado inundo la estancia.
Porque eso le parecia Jorge III.
Un lunático del montón.
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Editado: 17.12.2022