—¿Has sentido alguna vez que tu mundo cae a pedazos? ¿¡Cómo todo a tu alrededor de desmorona y no sabes cómo sostenerlo!?
—Te amo, te juro que lo he hecho siempre.
—¡No! ¡Porque como nacen las hadas de la risa de los niños. Tus caprichos afloraban y tus engaños se multiplicaban!— sus ojos vidriosos demostraban lo bien que Cielo podía actuar.
Había pasado el invierno y el teatro volvía a abrir sus puertas con esa primera actuación en una cálida tarde de primavera. Cielo vestía un traje color púrpura, su papel era de una mujer de los 1800 talvez, que cansada de los engaños de su marido por conveniencia había decidido tomar cartas en el asunto y encarar a su esposo.
—¡Blasfemias! ¡Calumnias! ¡Falacias! ¡Falsedades! ¡Engaños!
—He intentado amarte tanto como se me es posible, ¡pero mujer!, exasperas hasta a las flores con tus gritos.
—Juro por este corazón mío, que eres el más roedor de entre los hombres que han pisado esta tierra ¡indigna, oh indigna de ser pisada por ti!
—¡Y yo juro por esta casa, construida por mis manos, que no volverás a gritar de esa manera a quién todo en este mundo te lo ha dado!
—¡Pues que tanto he recibido yo, sí gritos y maltratos es lo único que me das! ¡Cuándo lo único que yo he pedido ha sido un poco de amor tuyo hacia mí!
—¡Mujer infértil e insolente! ¡Pues quién en su sano juicio se atrevería a amarte!
—Agradezco y agradezco este vientre carente de vida, de ser lo contrario tendría que permanecer contigo en está maldita casa. ¡Me largo! ¡Y juro, por Dios mismo que no me verás más nunca!
...
La obra había terminado hace un tiempo y Cielo estaba ya en su vestidor cuando una carta entró por la rendija de la puerta.
Quién fuera rosa, mi cielo, para adularte con fuerza.
Quién fuera estrella, mi cielo, para adularte de cerca.
SOL.