Ojos Color Violeta.

Cap. 63: Siempre voy a estar de tu lado.

Capítulo 63: Quien mejor puede conocer el pasado, parte VII.

Siempre voy a estar de tu lado.

Me enteré de ello después, Meli no sólo había tenido que luchar contra la culpa que le provocaba lo sucedido con Lila, su padre la había mantenido encerrada por muchos meses en una habitación oscura y casi vacía, pero había ocurrido algo que puso tan de buen humor a su papá que decidió premiarla sacándola de ahí. Poco después de encontrarme con Meli en el hospital, ella despertó su poder.

Desde siempre se había sabido que Meli tenía uno, Lila decía con frecuencia que el aura de Meli era de un intenso color rojo, igual a la de su papá, así que más de una vez llegué a pensar que quizás el poder de Meli era el mismo que el del señor Esteban, y resultó ser cierto. Una noche, el señor Esteban se despertó al escuchar a su hija gritar, y luego unos fuertes golpes, Meli estaba corriendo de un lado para otro, estampándose contra las paredes, las golpeaba con tanta fuerza que toda la casa retumbó.

Con completa emoción, el señor Esteban se apresuró a abrir la puerta, comprobando así que las manos y pies de su hija, quien se había acercado corriendo a él, presa del pánico, se habían vuelto oscuras y sus dedos se habían alargado, eran iguales a los de él.

—¡Jaqueline! ¡Jaqueline! —llamó a su esposa.

La señora Jaqueline, quien ya se encontraba despierta por los tremendos golpes que daba Meli, salió de su cama al escuchar la voz del señor Esteban y llegó corriendo a su habitación, pero entró con lentitud, temiendo de lo que fuera que pudiera encontrarse al otro lado de la puerta, porque estaba segura de que no tenía que ser algo muy bueno si tenía tan emocionado a su esposo.

—Ven, Jaqueline, acércate. —El señor Esteban esperó a que su esposa se parara junto a él, entonces se colocó detrás de ella y la tomó de los hombros, empujándola un poco hacia dentro de la oscura habitación para que viera el interior, pues Meli se había vuelto a meter a ella—. ¿Puedes verla?

—¿Qué tengo que ver? —preguntó la señora Jaqueline con miedo.

—A Melisa. ¡Melisa, acércate! —Chasqueó la lengua cuando vio que su hija no pensaba salir de su escondite, entonces él corrió por una linterna y la dirigió hacia su hija para que la luz le permitiera a la señora Jaqueline mirar con horror y miedo a la niña que, hasta hacía poco, solía arropar con un cariño fingido.

—Es un monstruo —farfulló la señora Jaqueline mientras se llevaba ambas manos sobre la boca.

—Mami —la llamó Meli con voz temblorosa.

—¡No me llames «mami»! ¡Yo jamás sería la madre de semejante abominación! —Se dio la vuelta y huyó de regreso a su habitación.

El señor Esteban rio ligeramente mientras la veía marcharse, luego transformó sus manos en aquellas garras monstruosas que tanto se habían manchado de sangre y le extendió una de ellas a su hija—. Vamos, puedes salir. Ya no tendrás que estar ahí nunca más.

Meli le dio la mano, y de alguna forma, le resultó reconfortante ser capaz de tomar la monstruosa mano de su padre sin que él o ella resultaran lastimados.

A partir de ese día, Meli volvió a dormir en su antigua habitación, pudo pasearse por toda la casa en completa libertad e incluso comía en la mesa con el señor Esteban y la señora Jaqueline, aunque ésta última siempre prefería sentarse lo más lejos posible de ella, y evitaba cualquier contacto visual, y cuando sus ojos llegaban a encontrarse, Meli solo podía ver en ellos miedo y rencor.

Habiendo pasado un mes desde que su poder despertó, notó que su salud había mejorado mucho, incluso se sentía mejor que antes de haber sido encerrada, entonces se atrevió a correr por todo el jardín durante horas hasta que el aliento le faltó y cayó rendida al suelo, nunca su débil corazón se lo había permitido, pero ahora era más fuerte, lo presentía, y creyó con firmeza que nunca más volvería a un hospital.

La sensación del sudor recorriendo su frente y el dolor de sus pies se sintió muy bien, esa era la libertad que ella tanto había deseado, pero… pensó que seguro se sentiría mil veces mejor si Lila y yo hubiésemos estado con ella en ese momento.

El señor Esteban escuchó con alegría la noticia de que el despertar del poder de Meli había fortalecido su corazón, pensó que siendo ya capaz de sacarla de la mansión Eisenhide, no sería mala idea llevarla con él al lugar donde trabajaba para conseguir que su sueño se hiciera realidad, y si bien en un principio esto le hizo mucha ilusión a Meli, tras su primera visita a ese lugar, deseó con todas sus fuerzas no tener que volver a regresar.

—Hace cosas malas —dijo Meli la noche de un viernes en que la había ido a visitar, los dos estábamos acostados uno al lado del otro sobre su cama y mirábamos el techo en la oscuridad.

—Bueno —, me encogí de hombros—, eso ya lo sabía.

—Leo, ¿puedes prometerme que jamás le dirás a nadie lo que hace mi papá? —pidió con tristeza.

La tomé de la mano, giré mi cabeza hacia ella y le sonreí—. Puedes confiar en mí.

Ella asintió y volvió a dirigir su mirada hacia el techo—. Mi papá tiene niños encerrados, muchos niños, porque pueden tener poderes, pero no todos tienen poderes, y los que no tienen poderes… los mata.




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