Capítulo 66: Quien mejor puede conocer el pasado, parte X.
¡Comamos chocolate!
Según lo que le contó Blaise a Meli cuando el señor Esteban la llevó a la base de los Vestigios de REVENISH tras lo sucedido con los Lozano, Bernardo Cano Vidal tenía el poder de poner marcas sobre las personas, con ellas podía saber la localización exacta de las personas marcadas, y además también podía oír todo lo que la persona marcada oía.
Sin embargo, el señor Bernardo no podía poner más de cinco marcas, y la mayoría de éstas ya estaban ocupadas, una de ellas la tenía el señor Esteban, aunque de hecho ésta marca fue hecha en contra de su voluntad, las otras tres marcas, una de Blaise, otra de Smile y la última de un niño telequinético llamado Killian, fueron puestas por orden del señor Esteban.
Más tarde en la noche, cuando fui a visitar a Meli, ella ya se encontraba de regreso en la mansión y me lo contó todo, pero parecía bastante desanimada, si bien los Lozano no habían muerto, al menos no hasta ese momento, no cambiaba el hecho de que ella estuvo a punto de matarlos, y ella siempre tardaba en poder volver a dormir luego de haber matado a alguien.
—Creo que deberías pedirle ayuda a tu abuelo —sugerí—. Él también tiene una organización de personas con súper poderes, ¿no? Quizás él pueda ayudarte a detener a tu papá.
—¿Y cómo voy a pedirle ayuda? —preguntó en voz baja con la cabeza agachada.
—Bueno, tal vez tú no puedas, pero yo podría hacerlo.
Meli me miró con sorpresa, pero luego sus cejas se arrugaron con preocupación—. No, Leo. Si llegas a involucrarte en esto más de lo que ya lo haces viniendo a visitarme, papá te va a matar.
Le sonreí—. Tranquila, estará bien. No revelaré mi identidad como tal, haré de intermediario entre tú y tu abuelo, pero me presentaré ante tu abuelo como un espía del señor Esteban sin dejarle ver quién soy en realidad. Me presentaré como el agente Wolf, ¿qué te parece?
Me miró no muy convencida—. Pues... —Se detuvo cuando escuchó la puerta de la habitación de al lado abrirse, haciendo que tanto ella como yo nos quedáramos de piedra.
Recuerdo que en ese momento pensé que la persona que había abierto la puerta era el señor Esteban y que abriría la puerta de Meli en cualquier momento, así que hasta pude oír a la muerte susurrando en mi oído que ya había llegado mi hora, pero… la persona al otro lado de la puerta pasó de largo y Meli y yo volvimos a respirar.
—Bueno, entonces así quedamos —susurré y caminé silenciosamente hacia la ventana—, te avisaré cuando pueda contactar a su abuelo.
—Leo.
—Nos vemos. Te quiero. —Agité mi mano con una sonrisa y crucé la ventana.
Un mes después, una mañana mientras estaba en la cocina conversando con algunas de las sirvientas, o más bien, viboreando sobre la ama de llaves, a quien ellas y yo detestábamos por lo exageradamente estricta que era, escuché por ellas de la llegada de una nueva persona a mi casa.
—Ya hablamos mucho sobre la bruja —dijo una sirvienta—, es mejor ir ya a trabajar antes de que venga y nos grite.
—Pero antes de eso —agregó otra sirvienta—, ¿escucharon sobre el jardinero? Parece ser que el señor Kevin trajo a vivir aquí a su sobrino, ya que los padres de ese niño murieron.
—Pobre niño —lamentó con lástima otra sirvienta.
—Hay cosas más duras que perder a tus padres —se me salió al pensar en Meli.
—No debes decir eso, Leo. Tú no has pasado por eso, así que no puedes saber cuán duro es.
Me encogí de hombros—. Bueno, supongo que es cierto.
Unas horas más tarde, una sirvienta tocó mi puerta para avisarme que mi padre había contratado un nuevo profesor particular para mí, el cual se encargaría de enseñarme idiomas. Yo odiaba estar encerrado en mi habitación estudiando, así que cuando la sirvienta se marchó, hui por la ventana y corrí hacia el jardín para esconderme, y fue entonces que me topé con un niño castaño y de ojos grises podando un arbusto.
—¿Qué tal? —saludé.
Él me miró de pies a cabeza con una expresión seria—. Bueno días, señorito.
Contraje mi rostro en una mueca—. ¡Agh! No me llames así —dije avergonzado—, me hace sentir como un princeso.
Me miró como bicho raro y continuó arreglando el arbusto, aunque luego volvió a mirarme de reojo cuando notó que me senté cerca de él para observar cómo trabajaba.
—Oí a las sirvientas hablar de ti en la mañana, ¿es cierto que no tienes padres? —pregunté sin pena.
—Wow, sí que tienes tacto —dijo con tono sarcástico.
—Entonces es cierto, ¿qué pasó con ellos? —Esperé que me respondiera, pero él se limitó a guardar silencio—. Vamos, responde… ¿qué hay de tu papá?
—No sé —respondió de mala gana.
—¿Y tu mamá?
—… Se la comió Winnie Pooh. —Dejó caer las tijeras con las que estaba podando el arbusto y me dio la espalda—. Tengo trabajo qué hacer y… no creo que usted deba estar hablando conmigo.