Valeria se despidió de ella con una de sus típicas bromas, de esas que hacía que Abbi se tapara los oídos como una niña inocente. Su hermana estaba muy feliz debido a su nuevo trabajo como asistente en una prestigiosa firma de moda, la cual había abierto recientemente una sede en la capital.
Intento borrar la imagen que aquel comentario evocaba y se centró en la pantalla del portátil. Iba a quedarse en casa todo el día con la cabeza metida en su trabajo de fin de carrera. Tomo como campamento base la mesa del salón, donde había esparcido todos sus apuntes, bolsas de bolitas de chocolate blanco y refrescos con mucha cafeína.
Podía presumir de lo fácil que la estaba resultando el último curso. Desde que empezó la universidad siempre compaginaba estudiar con el trabajo. Pero ahora, que había dejado el Wol, sacar el último año con notas excelentes le estaba costando muy poco. Dejó el hotel obligada por su madre. Ella se resistió todo lo que pudo, no solo porque su padre aún estaba de baja por la enfermedad y el dinero que entraba en casa seguía siendo escaso. Si no por que trabajar le ayudaba evadirse, a no pensar. Le gustaba la protección que le daba el no tener un solo momento libre para dejar volar su mente. Pero en casa no le dieron opción. Sus padres insistían en que la notaban baja de ánimos, cansada y había caído enferma más veces en seis meses que en los últimos diez años. Asumían que, los nervios por licenciarse, hacían mella en su salud. Finalmente accedió, solamente por no tener que confesar el verdadero motivo por que había estado tan decaída.
Afortunadamente, los días pesaban menos sobre su espalda. La luz parecía brillar un poco más y sentía que su dolor crónico estaba remitiendo. Se sentía afortunada por el tratamiento que recibía para curar esa enfermedad llamada mal de amores. Su familia era la medicina diaria. Cada noche, daba las gracias por tenerlos a su lado. Y aun que solo su hermana mediana sabía por lo que estaba pasando, todos tenían presente que, desde la marcha de los chicos, no era la misma y hacían todo lo posible por animarla. Valeria dejaba de lado muchas de sus eternas noches de fiesta para quedarse con ella y pasar horas viendo películas, su madre siempre guisaba sus platos favoritos solo por verla comer y Meri les visitaba más a menudo con el pequeño Sean, capaz de sacarle una sonrisa con cada uno de sus balbuceos. Y su padre insistía en introducirla en el mundo de la jardinería, pese a que sabía que jamás sería buena en ello, con tal de no verla con la mirada perdida sentada en el sofá. En ese tratamiento también tenía su eterno grupo de apoyo, Itzel y un tratamiento de choque, Sang Jae. Verlo le recordaba a Henry, pero su amistad se había vuelto demasiado valiosa y necesaria. Desde el día que acabó, por segunda vez, llorando entre sus brazos, no se habían separado. Crearon un vínculo especial a base de horas y horas hablando por teléfono, largas tardes de paseo por la playa y muchos cócteles en honor a Shin Woo. Con ayuda de todos ellos, había vuelto a sonreír. Su vida ya no estaba dominada por un recuerdo. Excepto por las veces en las que se ponía a prueba.
La prueba consistía en una llamada en su interior en la que preguntaba si él seguía ahí. Lo hacía con la esperanza de que se viera más borroso y lejano. Pero aún aparecía frente a ella. Lo veía tal y como estaba la última vez que estuvieron juntos. Tumbado a su lado, con el pelo mas alborotado que de costumbre y sus hoyuelos en todo su esplendor. Se obligaba a mirarlo directamente a los ojos, esperando no sentir absolutamente nada por él. Lamentablemente aún acababa la prueba escondiéndose para secar sus lágrimas.
Llamaron a la puerta y su corazón saltó como un cachorro juguetón. Lo mando tumbarse de nuevo, harta de esa absurda esperanza que mostraba cada vez que escuchaba el teléfono o el timbre. Abrió y Sang Jae estaba al otro lado. Su corazón movio la cola lleno de felicidad pese a no ser aquien esperaba. El la miraba desde el umbral tan inmaculado y elegante como siempre. Se sonrieron cómplices y le invitó a pasar.
- ¿Estudiando? -Vio la desbaratada mesa- ¿O haciendo un collage?
-Soy un poco desastrosa, lo reconozco -se sentó de nuevo mientras recolocaba un poco.
-He hablado con nuestro soldado esta mañana -dijo con entusiasmo.
Shin Woo, que supero con éxito su entrenamiento pero al que consideraban algo débil para los duros ejercicios militares, había sido asignado al centro de comunicaciones de la base.
-Estaba tan deprimido -entono con descarada ironía-. Le han propuesto participar en un musical.
- ¡Oh! Pobrecito -fingió tristeza-. Pero la verdad es tiene momentos muy malos. Me mando un email diciendo cuanto echaba de menos ver chicas de carne y hueso en bikini -confesó con una mueca burlona a la vez que tecleaba-. También me habló de revistas y una almohada con un dibujo de una chica... y ya no quise leer más.
Ambos rieron. Sang Jae se levantó para sacar del bolsillo trasero del pantalón del móvil y silenciar una llamada.
-No pueden vivir sin ti -comentó Abbi.
-Dime algo que no sepa-re sopló y se sentó de nuevo-. Pero he tenido que escaparme, he venido a hacerte una proposición y no me parecía apropiado hacerlo por teléfono -vio la cara de susto de la chica y rió divertido-. ¿Te han dicho alguna vez que eres un poco mal pensada? Como ya sabes, la semana que viene es mi cumpleaños y quería invitaros.