Antoine.
La idea original para terminar con mi sábado era irme a casa, darme un baño, cenar algo ligero y empezar un nuevo rompecabezas para a las diez ya estar acostado, listo para dormir.
Pero el llamado de mi amigo Chandler me obligó a cambiar los planes para dirigirme al bar de Didler. Mis ojos me ardían por el sueño, aunque unas horas con mis amigos me caerían bien. Recuerdo que tengo su chat silenciado. Es una suerte que Chandler me haya telefoneado.
Le lancé las llaves al valet parking de siempre y las atrapó en el aire sin ningún esfuerzo. Saludé al guardia de la entrada —que trabajaba en mi agencia—, los que estaban formados para entrar se quejaron cuando no tuve que esperar nada para que levantara la cuerda de acceso.
La música era estridente, amenazando con provocar una jaqueca horrible. Era una suerte que no tuviera que quedarme a escuchar este escándalo. Avancé hacia la zona VIP, y seguí más adelante por un pasillo más iluminado; también estaba custodiado por guardias, pero ya no era necesario mostrar alguna identificación; me conocían de años.
Peiné mi cabello hacia atrás con los dedos antes de entrar a la sala. Pude escuchar las diferentes risas de mis amigos y el resoplido de Donnet. Abrí por completo la puerta, captando su atención. Las luces amarillas no estaban tan luminosas ni la música tan alta, calmando el dolor creciente en mi cabeza.
—¿Estaban hablando mal de mí? —bromeé cuando se callaron. Se encontraban sentados sobre los sillones de cuero negro, distribuidos en la forma de un semicírculo, con una mesa de cristal en el centro para colocar bocadillos y las bebidas—, porque yo también tengo unas quejas por compartir.
—La verdad sí te estábamos criticando —admitió Rurik expulsando el humo de su puro.
—Cabrones. —Acepté la copa que me ofrecía uno de los meseros, yendo a sentarme en un sillón de cuero, al lado de Donnet; el único disponible.
—Motivo de la crítica. —Don coloca frente a mis narices su celular, en la aplicación de Instagram. «Mierda», la pantalla mostraba una fotografía de Antonela aterrizando en Nueva York, con la inscripción “Nadie detiene al destino”.
—Los investigadores profesionales se quedan cortos a su lado —farfullé.
—¡Ganamos el Festín! —celebra Didler saltando en su asiento, levantando los brazos, derramándose encima un poco de su bebida—. Demonios, la acababa de comprar —maldijo limpiando su camisa con la manga. No es muy listo.
—No canten victoria aún, como dijeron, me como a una chica distinta cada semana. Ya tengo al reemplazo.
Bebí un trago, escuchando el chasquido de lengua de alguno de los cuatro, o de todos, no me importa descubrirlo.
—Bueno, sigamos con el plan B de quitarle la corona —informó Chandler abriendo una nueva bolsa de cacahuates.
Didler sonrió con malicia. Donnet negó con la cabeza y me miró con disculpas. Rurik siguió fumando, pero había un brillo de diversión en sus ojos. Chandler asintió, como si estuviera dando el permiso de que ocurriera algo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué hicieron?
—Si no hubieras silenciado el chat, habrías estado en la votación —dijo Rurik.
—Mucha diferencia no habría hecho —masculló Donnet. Dejé la bebida sobre el cristal de la mesa y me enserié.
—¿Qué hicieron? —repetí.
Todos, como los cobardes que son para enfrentarse a los problemas, señalaron a Didler.
—Fue su idea de cambiar un poco el Festín de este año —acusó Chandler.
—Ya no seremos solo diez personas —avisa Didler. Chasquea los dedos y las puertas dobles de madera por las que entré se vuelven a abrir.
Mis músculos se tensaron ante el sonido de los tacones hacer eco en la estancia. No tenía que girarme para ver de quien se trataba, ha usado la misma fragancia desde secundaria. Hasta apostaría que sus zapatos son rojos con un tacón que te hacen pensar que en cualquier momento se caerá.
—Me alegra que al fin quiten esa regla machista de solo hombres como competidores principales.
Fulminé con la mirada a cada uno de mis compañeros, menos a Donnet, que mantenía su ceño fruncido. No ha de ser muy agradable estar frente a la expareja que se acostó con media escuela mientras estaba contigo. En parte fue mi culpa.
Me giré, topándome con sus maliciosos y ambiciosos ojos verdes. El cabello platinado lo llevaba atado en una coleta alta, estirando la piel de su rostro —razón por la que sus ojos están un poco rasgados—, haciéndola parecer más sofisticada e inalcanzable. Seguí bajando a su vestido blanco de mangas largas; la cintura se le marcaba muchísimo más con el corsé rojo que apretaba su figura. Terminé mi recorrido en la punta de sus zapatos rojos.
—Colette —saludé de mala gana. Su sonrisa creció más.
—Hola, pequeño Antoine. ¿Estás listo para perder contra mí?
Me puse de pie. Me largo de aquí sí ella piensa quedarse a compartir tiempo con los chicos. Al parecer Donnet piensa lo mismo.
—Nunca lo he hecho, no empezaré ahora. —Me acerqué a ella, respirando sus exhalaciones—. Bienvenida al Festín, Colette.
***
No tenía idea de lo hartos que estaban de perder contra mí hasta que decidieron que querían hacerlo contra Colette. ¡Qué se jodan! Les voy a enseñar que soy y siempre seguiré siendo el número uno en todo. Al fin esa mujer sabrá que estará debajo de mí toda su vida.
Eso sonó bastante mal.
Al fin Colette entenderá que su lugar es ser el segundo lugar, aplaudiendo cuando anuncian mi nombre como el ganador y el mejor de todos.
Aún era temprano para ir a la oficina a recibir el regaño que quedó pendiente el sábado. Tengo tiempo para pasar por una cafetería, comprar dos cafés y croissant de mantequilla recién salidos del horno. Una delicia de este establecimiento.
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Editado: 06.10.2021