Antoine.
A través de la puerta cerrada de su habitación podía escuchar las canciones que se reproducen, y no solo eso, también me llegaba su voz mezclada con la de la cantante.
Revisé el perfil de Colette en mi celular, pasando de largo sus historias en el gimnasio con el que creo es su pareja para el Festín, y en la última hay una fotografía de ella con el cabello húmedo y bata color rojo, con la inscripción de “Preparándome para una noche con amigos”, y después las etiquetas de todos nosotros.
Antes de ir a esa cena, tenemos que hacer una parada.
Guardé el celular cuando la música se silenció y la puerta se abrió. Me puse de pie, giré y pude entender muy bien a los chicos que desesperados querían otra forma de pago. No quiero parecer tan superficial, pero Lia es hermosa, aunque eso no les da derecho a faltarle el respeto solo por el trabajo que ejerce.
El vestido azul claro se ajusta en sus senos, amarrado con dos tiras al cuello para evitar la caída, dejándolo suelto en la demás tela hasta cubrir la mitad de sus muslos. Se hizo un chongo que permitía apreciar más las facciones de su rostro.
Le estiré las llaves de mi auto.
—¿Podrás conducir con esos tacones? —pregunté mirando los listones negros que se enredaban en sus pantorrillas desde unos zapatos con tacón de aguja.
Se acercó a mí. Sus labios estaban pintados del labial rojo que llamaba tanto mi atención y resaltaba el blanco de sus dientes al sonreír.
—Mírame hacerlo. —Me arrebató las llaves y siguió de largo hacia la puerta.
Quiero ser un caballero y mostrarle respeto, pero mis ojos no pueden evitar desviarse al meneo de su trasero al caminar. Inhalé hondo y la seguí.
La veía más relajada ahora que me dijo de la deuda y el trato de esos abusivos; pareciera que un peso había abandonado sus hombros, y me gustó poder ayudarla. Como le dije, con el premio del Festín, no tendrá que preocuparse por dinero ni por pedir prestado durante mucho tiempo, además de que pagaba por su compañía, tal como pactamos. Cuando ese chico le dio una palmada a su trasero y después le dijo que se verían por la noche, creí que era algún enamorado y casi me puse feliz por ella de no ser que, al mirarme, había impotencia en sus ojos junto a lágrimas retenidas.
Fue la primera vez que pude leer sus emociones. Me vi en la obligación de seguirla para saber si había interpretado bien. Fue una suerte que no le hice caso a la voz de mi cabeza que me decía que la dejase en paz, que no debía meterme en su vida cuando no nos conocemos más de tres días.
El camino que toma se me torna conocido y cuando estamos cerca me doy cuenta del porqué: vamos a la casa del alcalde. Demonios, por eso se me hacia un poco familiar el chico, es Gianluca Capeto. Vi crecer a ese niño; mi madre trabajaba para ellos y algunas veces me traía con ella a ayudarle después de la escuela. Siempre fue un odioso que la trataba como basura y no podíamos decirle nada porque su padre lo consentía demasiado, y necesitábamos su maldito dinero.
—No vuelvas a pedirle dinero a este tipo —gruñí mientras estacionaba el auto frente a la enorme casa. Colocó el freno de mano y lo apagó.
—No te preocupes, no pensaba hacerlo. —Se sacó el cinturón y tomó su bolso, donde guardó la cantidad en efectivo que le di—. Ya vuelvo —avisó y asentí. La iba a cuidar desde aquí si algo salía mal; por el golpe que me dio al conocernos, sé que se puede cuidar sola, pero nunca estaba de más un poco de protección extra.
Apoyé el codo en la puerta, observándola caminar por el sendero a través de los cristales de mis gafas solares. Ni siquiera había llegado a la puerta cuando fue abierta de golpe y apareció el idiota de Capeto sin camisa y unos pantalones que dejaban ver el inicio de su ropa interior. «Urgido».
—Creí que no vendrías. —Me entraron ganas de vomitar ante el tono coqueto que quiso hacer. Detrás de él se asomó otro chico y en la parte de arriba se movieron las cortinas, mostrando a otro de sus amigos. Apreté mis puños; esos idiotas iban a abusar de su vulnerabilidad económica.
—Solo te traje el dinero, no te hagas ilusiones. —La sonrisa de Capeto se borró y desvió la mirada hacia mí.
—Ah. Conseguiste otro patrocinador —se jacta, haciendo que el chico detrás de él se riera como el fiel seguidor que es—. Se puede unir, si quiere, mientras más, mejor.
Lia se rio.
—Te pagué, aquí muere la deuda. —Giró sobre sus talones para comenzar a alejarse, pero la mano de Capeto la retuvo del brazo.
—Esto solo cubre la cuota original, te faltan los intereses. —Por segunda ocasión, pude leer el rostro de Lia. No había color en él más que el dorado de sus ojos y el rojo de sus labios. El otro chico salió con una sonrisa socarrona y el que estaba arriba lo siguió. Debí haber traído seguridad, no puedo golpear al hijo del alcalde si quiero mantener mi trabajo.
Mi paciencia se acabó cuando el tercer chico soltó el cabello de Lia.
Abrí la puerta y salí.
—Déjenla en paz si no quieren problemas —exigí cruzando los brazos sobre mi pecho.
Gianluca arqueó una ceja.
—Parece que no conoces quien soy. Tócame y serás tú el que tendrá problemas.
—Que seas hijo del alcalde me vale poco cuando estas acosando a Lia.
—Así que… ¿Lia? Creí que solo tus amigos te decían así —le preguntó acercándose a ella por más que intentara zafarse.
—No te creas, también lo hace mi pareja, y más te vale soltarme si no quieres terminar con un ojo morado —advirtió y espero que quien le pinte el ojo de colores sea ella.
—Hoy es el último día para pagar, belleza.
—¿Cuánto? —me adelanté a saber, caminando hacia ellos hasta estar al lado de Lia y rodear el brazo que Capeto sujetaba.
—Cinco mil. Dudo que lo tengas.
—Suéltala y te lo daré —demandé.
—Dámelo y la soltaré —replicó con confianza. Entramos en una guerra de miradas donde ninguno quería perder parpadeando. Era algo estúpido, pero no podía fiarme de ellos para girarme e ir por la chequera.
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Editado: 06.10.2021