Antoine.
La vida era demasiado injusta algunas veces. Cuando crees que estás en la cima del mundo, conquistando todo y a todos, la montaña donde te encuentras sufre un terremoto que la derrumba, y debes comenzar a usar los cimientos para volver a subir, si es que sobreviviste a la caída, o si quedó algo por usar.
Lamentablemente yo había sobrevivido; estaba caminando por tierra suelta sin rumbo fijo.
Ha pasado una semana desde la última vez que la vi, una semana de ese desastroso suceso, y no estoy ahí con ella para ayudarle a subir lo que el terremoto dejó de su montaña. Lo intenté, al día siguiente en que todo explotó, fui a su casa, solo me gané una patada en mis partes sensibles mientras me hacía saber que no me quería cerca.
No voy a negar que me sentí culpable, incluso sentí que merecía ser el deudor solidario de mi hermana; tuve que vender mi preciado Starlight para poder obtener todo el dinero. Ahora estoy sin auto, sin chica, con una incipiente barba y una junta para la expansión en la que no puedo concentrarme.
La amaba tanto que cada respiración que tomó la siento como miles de puñaladas en el pecho. Incluso comer es difícil.
Quizás la peor decisión que tomé fue traspasar más de la mitad de las ganancias del Festín a la cuenta de Lia, al día siguiente de eso, el banco me notificó que fue rechazada y que debían investigar la procedencia del dinero porque el otro cliente les dijo “No deseo tener nada con el dinero que está manchado con la sangre de mi hermano”, así que, por el momento, mi presupuesto es bastante ajustado.
La junta terminó y no sé qué se decidió, pero el jefe está contento; eso funciona para mí, porque quiere decir que no me despedirá en un futuro cercano.
Salgo con una fuerte jaqueca, extendiéndose hasta mi nuca. Ahora solo soportar el bullicio de la ciudad gracias al transporte público, y podré descansar en mi apartamento, observando el techo de mi habitación y bajar por la comida cuando el repartidor la deje en la puerta.
Pero mis productivos planes se ven frustrados cuando una camioneta que conozco se encuentra estacionada frente a la entrada de la empresa. Fuera de esta están apoyados Did, Chandler, Don, Rurik y Colette. Ella es la primera en dar un paso en mi dirección. Tensó los labios y doy media vuelta de regreso a la oficina. Me quedaré el día entero aquí si hace falta; también hay un techo al cual observar.
—No puedes seguir evitándonos —reclamó Tucci.
—No los evito, solo ignoro su presencia.
—¿Puedes ignorarla dentro de la camioneta? —preguntó Chandler con cansancio. Apreté los puños y me giré hacia ellos.
—¿Qué quieren? —espeté sin controlar mi enojo. Don dio un paso al frente, alineándose con Tucci.
—Somos tus amigos y estás mal. No sales de casa si no es por trabajo —dijo—. Me llamaron del hospicio porque no has ido a visitar a tu padre.
—No tengo tiempo. —Los ignoré pasando por su lado, pero los dedos de Tucci se envolvieron en mi brazo, deteniendo mi huida.
—¿Ni siquiera porque ayer fue veintiuno?
Cerré mis ojos y maldije por lo bajo, ¿cómo fui capaz de olvidarlo ahora que él es lo único que me queda, puesto que Fran dejó de existir para mí?
—Sube —repite Rurik—, ya le compramos un regalo —canturreó mostrando una caja.
Era un viaje largo en carretera, y no tenía demasiadas ganas de pasar tres horas y media metido en un automóvil con ellos. Colette alzó un llavero muy brilloso.
—Puedes usar mi auto si no quieres compartir oxígeno con nosotros, pero deberás ponerle gasolina.
De todas formas, tampoco tenía muchas ganas de manejar. Los dejé ahí plantados para subir al lado del copiloto. Ingresaron a la camioneta después de un rato en el que los ignoré por completo y había una densa bruma de tensión.
—Veo, veo —murmuró Chandler en medio del silencio—, una cosa plateada.
—Odio este juego en la carretera porque se me pasan los objetos —dice Didler.
Miré de reojo a Chandler y volteé mis ojos con fastidio porque también me miraba.
—El collar de mi madre —contesté observando por la ventana.
—No es el fin del mundo, Antoine —dice alguien que me está comenzando a caer igual de mal que su novia.
Cerré mis ojos, apoyando la frente en el frío cristal. Por esta razón me pasaba todo el día observando el techo, escuchando melodías que no entendía, porque cuando todo quedaba negro, mi cerebro visualizaba la hermosa sonrisa adornada de lápiz labial rojo que ya jamás volveré a ver. Me mostraba a dos pares de ojos claros como la miel, pero después unos se apagaban y los otros perdía su brillo.
Cerraba mis ojos y lo único que podía ver es a Lia a Daizo. Y ya ninguno se encontraba cuando los abría. Por eso es preferible observar un techo inmaculado.
—Habla con nosotros, Antoine —dijo Didler asomando su cabeza por entre los asientos. Giré la mía para observarlo.
—Mi madre decía que, si no tienes nada bueno por decir, es mejor guardar silencio.
—¿Quieres maldecirnos? Adelante —continuó—. ¿Quieres que nos vayamos para siempre de tu vida? Lo haremos. Pero tienes que decirlo con fuerza para que lo entendamos. Mi carburador es lento.
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Editado: 06.10.2021