Decir que el temor de los cuatro descendientes venía solo de estar en la Isla de los Perdidos sería una completa mentira. Sí bien, estaban nerviosos de volver a aquel lugar al cual todos los veían como traidores por haber aceptado una vida con sus enemigos, había más de que temer y eso era por los acompañantes que tenían y por el flamante transporte en el que habían llegado.
Los reyes Bella y Bestia que no tenían ni idea de cómo funcionaba la isla parecían dispuestos a caminar por las calles saludando a todo mundo al igual que el Hada Madrina, que para empeorar todo, tenía empuñada la varita mágica que fue el anhelo de Maléfica y Uma, y tal vez de todos los villanos de la isla. La mujer había llevado el objeto mágico más poderoso de todos a un lugar donde cada habitante deseaba tener poder a como diera lugar.
No fue una buena idea.
Ahí, a un lado de donde habían puesto el yate, estaba el barco de Uma, en el que habían peleado con espadas en una lucha para escapar de ahí sanos y salvos y salvar a Ben de la malévola hija de Úrsula. El puerto seguía igual de decadente que siempre, las maderas donde podían ir un poco más adentro en el mar estaban podridas y a nada de derrumbarse, las aguas de la isla tenían un aspecto oscuro por el tono tan sombrío que tenía el agua al otro lado de la barrera que, a pesar de que Mal nunca fue buena para nadar, ese océano no daba un aspecto tan bueno como para entrar a nadar.
Tan pronto estuvieron abajo en el muelle, el Hada Madrina se giró al yate, sacó su brazo de la capa revelando la varita, la movió con fervor y murmuro un débil “bíbbidi, bábbidi, bú”. Fue suficiente para que una nube de chispas blancas saliera de la punta, en cuestión de segundos envolvió el barco entero y el yate desapareció ante sus ojos. Mal miró alrededor, esperando que no hubieran llamado la atención de cualquier villano curioso.
Por fortuna, en la noche el puerto estaba vacío, a excepción de un lugar que parecía estar a punto de estallar.
El único ruido venía de ahí. El sonido de mesas estrellándose y de hombres y mujeres gritando con furia como si no los hubieran alimentado en semanas… era bastante posible. La construcción decadente que tenía un letrero de madera (que si bien era viejo aún se notaba bastante) donde se veía la mitad de una cabeza morada pálida, con cabello de punta blanco, ojos crueles decorados con sombras turquesas y largos tentáculos que rodeaban una zona café donde se leía “Bar de Pescado y Papas Fritas de Úrsula: Trágatelos como yo los preparo” parecía que se fuera a caer a pedazos.
—¿Ese es…? — pregunto Bestia mirando la taberna que estaba un poco lejos.
—El Bar de Úrsula— respondió Carlos—. El negocio que comenzó poco después de que la enviaron a la Isla de los Perdidos. El lugar favorito de todos los villanos que fueron sacados del mar y de sus hijos también.
—Además de un par de villanos que deseaban que fuera Úrsula la que reinara en la isla en lugar de mi madre— continuo Mal—. Por eso Gil, el hijo de Gastón, es parte del equipo idiota de piratas de Uma.
—¿Gastón tuvo hijos? Wow, buena suerte para él— dijo Bella mirando el bar de Úrsula.
—Parece que al final no te amaba lo suficiente— el tono celoso de Bestia no pasó desapercibido.
—No me amaba, me quería como si fuera un trofeo— Bella se defendió, aunque sonreía a su esposo, que no se veía muy feliz—. Te amé a ti y siempre lo haré.
Aunque a Mal le hubiera podido causar diversión, entendía el odio de Bestia por saber que Gastón había regresado y estaba en la isla. Además, que prácticamente lo apuñalo de forma mortal y que de no haber sido porque el hechizo de la hechicera se rompió y lo curo hubiera permanecido en el mundo de los muertos y el final feliz que tiene con su esposa e hijo jamás hubiera pasado.
—Sabemos que la mayoría de nosotros nacimos por la magia del Hada Madrina— dijo Evie, observando a los tres adultos de Auradon—. Por esa razón no tenemos dos padres la mayoría de los hijos de los villanos.
—Lo hicimos con fe de que sus padres se volverían buenos cuando tuvieran una vida a la cual cuidar— dijo el Hada Madrina.
—Aunque si bien su plan no funcionó como esperaban— dijo Jay observando a la mujer, aunque no había ni un solo aire de enojo—. Debo decir que me alegra, a como dicen que fue mi padre en las historias de Aladdin y Agrabah, creo que si fue mejor conmigo de lo que era antes.
—Lo entiendo— contestó Evie.
—Sí, mi madre no me quiso convertir en abrigo de piel cuando nací… o al menos no lo intentó— comentó Carlos haciendo que todos rieran.
Sin embargo, Mal permaneció callada, mirando hacia la cumbre de la isla donde se alzaba el imponente y destartalado Castillo de las Gangas. El que hubiera sido su antiguo hogar, donde había pasado los primeros dieciséis años de su vida, donde vivió con la persona más malvada que pudo haber existido en la tierra.
—Mal— Carlos le movió el hombro al ver que su amiga había entrado en una especie de trance o algo parecido— ¿Qué cómo fue tu madre después de que naciste? ¿Hubo algún cambio a como la describen en la historia de Auradon?
—Bueno… No me hechizo para que me pinchara y muriera. Pero creo que no lo hizo porque ya no tenía ningún poder dentro de la barrera mágica— contestó Mal, observando el castillo en la cumbre de la isla—. No lo sé. Sí bien me castigaba muy seguido por no ser lo suficientemente mala como para ser su hija, se quedó conmigo, a diferencia de…