Tener la memoria borrosa y estar en un lugar que estaban seguros jamás habían visto en sus vidas era algo terrible. Mal no tenía idea de quien era, solo que ese era su nombre y que los chicos que la acompañaban (de los cuales también recordaba solo sus nombres) Evie, Jay y Carlos eran sus amigos.
Incluso tenía la sensación de que los cuatro habían vivido muchas cosas juntos, pero no tenían ni la menor idea de cuales habían sido esas experiencias. Como dije anteriormente, no estaba en blanco su memoria, solo borrosa y no podía enfocar bien esas imágenes.
Lo intentaba y le daba dolor de cabeza.
Aunque en ese momento el único dolor que tenía era de trasero. La celda de la comisaría de Historioburgo no era nada cómoda. Los catres que tenían para que pudieran descansar eran duros y no habría forma de que pudieran conciliar el sueño en ese lugar. Ella y Evie estaban sentadas sobre ese catre, mirando hacia la otra celda que estaba pegada a la suya, solo separada por unos barrotes, donde se encontraban Carlos y Jay, exactamente en la misma posición que ellas.
Los tres adultos que los llevaron ahí junto con los otros dos que llegaron poco después, estaban en la oficina, que se encontraba hasta el fondo, rodeada de muros y una gran ventana que seguramente les permitía ver a la perfección las celdas y tenerlos bien vigilados.
El resto de la comisaría se veía tan deprimente que Evie pensaba que podía darle un mejor aspecto (empezaba a sospechar que tenía un buen ojo para la moda). Las paredes estaban pintadas de un color hueso tan pálido que casi parecía blanco, había un mapa pegado de la ciudad y era la única decoración que había en ese lugar, otro escritorio con una vieja computadora junto con una enorme pila de papeles y debajo de la única ventana que permitía que entrara un poco de la luz de la luna, se encontraba otro mueble más bajo lleno de cajones.
—¿Qué estamos haciendo? — preguntó Jay, haciendo que las chicas lo vieran junto con su amigo—. Debimos habernos alejado lo más posible de este lugar. Ahora nos encontramos en la cárcel.
Algo le decía a Jay que ser atrapado no era exactamente su estilo de vida, pero era una voz tan lejana que apenas podía identificarla. Era la voz de un extraño hombre, que tal vez le susurraba “que decepción que te hayan atrapado”.
—No podíamos hacerlo Jay, no tendríamos a donde ir — contestó Carlos, mirando a su amigo y a su alrededor—. No conocemos nada de este lugar. Creo que es peor… andar perdidos sin un refugio.
—¿Prefieres que estemos en una celda? — preguntó Jay con ironía.
—Obviamente hubiera preferido otro lugar, pero al menos tendremos un lugar donde pasar la noche, tal vez no fue una de las mejores opciones…
—Lo entiendo, pero yo no estoy de acuerdo— declaró el chico de pelo largo.
—Además— siguió Evie, mirando a los cinco adultos en la oficina del sheriff—, no sé porque siento que esas personas tienen algo raro. Temo que…
—No creo que nos hagan nada— dijo Mal, percibiendo el temor que su amiga tenía—. Nos ven como algo raro, es obvio que no están acostumbrados a tener forasteros en la ciudad.
—¿Y no te preocupa nada de ellos? — preguntó Carlos.
—No del todo. Pero hay algo en este lugar, en la ciudad… Que me resulta familiar.
—¿Crees que ya habíamos estado aquí antes?
—No estoy segura— contestó Mal, mirando a sus amigos—. Pero sí creo que hay algo en esta ciudad, algo más grande y… peligroso.
—¿Piensas que por eso estamos aquí? — fue el turno de Jay de preguntar.
—Quizá… no estoy tan segura— Mal miraba a su alrededor.
Una extraña sensación la recorría cada vez que pensaba en esa idea. Creía que se habían metido a la boca del lobo, pero no se los quería revelar a sus amigos, no quería espantarlos o que ellos pensaran algo malo, después de todo, había sido una idea suya el seguir caminando hacia Historioburgo.
Su mano le hormigueo, aunque tan leve que no le prestó atención.
—¿Qué vamos hacer ahora? — preguntó Carlos, mirando a sus amigos—. Escapar no es una opción. No tendríamos a donde ir.
—En eso tienes razón Carlos, debemos ser precavidos con nuestras decisiones— Mal observó que los cinco adultos que estaban platicando en la oficina del sheriff los estaban mirando, estaba segura que estaban decidiendo que hacer con ellos—. Este lugar puede ser peligroso.
—No nos podemos fiar de nadie— contestó Evie, mirando también a esos desconocidos.
—No sé porque tengo la sensación de que no es la primera vez que pensamos eso— añadió Jay, observando también a las personas que los habían llevado a ese lugar.
Después de un rato que se sintieron horas, los tres hombres junto con las dos mujeres salieron finalmente de la oficina del sheriff y caminaron hacia ellos. Eran precavidos, tenían el sentimiento de que en ellos había peligro, sobre todo en la chica linda rubia que parecía tener un aura de magia maligna rodeándola como si fuera algo conectado a ella.
—De acuerdo— la mujer de pelo negro, lindo rostro, pero facciones duras les daba una mirada fría y llena de desconfianza—. Ninguno de ustedes cuatro tiene recuerdo alguno de su vida pasada. Solo saben su nombre (suponiendo que ese sea su verdadero nombre), que los cuatro son amigos (sí eso también es verdad) y que misteriosamente aparecieron en el camino cerca de los límites de Hitorioburgo.