Sett se había adentrado al bosque para tratar de despejarse, no entendía la renuencia de Aphelios. Seguía molesto con él por considerarlo débil. Sabía bien de sus carencias, nunca tuvo una tribu cariñosa que lo acogiera o le enseñara acerca de todo su potencial; él se había entrenado en las calles y en el bosque por su cuenta. Nunca tuvo una formación formal; si lo veía desde ese punto, era comprensible que él no conociera tantas técnicas de pelea ni supiera usar armas. Después de todo, las únicas que necesitaba estaban en sus puños; él era su propia arma.
—¿Puedes escucharme?—Sett escuchó una voz lejana y espectral. Era la voz de una mujer joven de tono angustioso.
Sett alzó bien sus orejas para localizar de donde provenía el sonido pero no fue capaz de encontrar el origen.
—¡Vuelve!—gritó la voz y a Sett le pareció ver una figura luminosa que se movía entre los árboles.
El chico corrió tras la luz sin saber por qué, el espectro se deslizaba a una velocidad impresionante; tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para poder seguirlo sin perder el rastro. Algunas ramas rasgaron su cuerpo pero eso no lo detuvo, corrió hasta llegar a un claro de luz y se dio cuenta que había regresado hasta la entrada de la cueva donde había montado su campamento junto con Aphelios.
—¿Pero qué?— Sett se volvió hacia el bosque confundido y vio una figura espectral parada entre los árboles, se trataba de una hermosa joven ataviada con un elegante vestido. Su rostro le pareció familiar, en el centro de este tenía un tatuaje de luna llena; fue entonces que supo de quién se trataba.
—¿ Tú eres… Alune?— pronunció no muy convenido y la chica asintió con la cabeza. Ella extendió su mano hacia la cueva y Sett volteó hacia adelante.
—Él no quiere mi ayuda ¿Por qué tú si quieres que le ayude?— pronunció Sett en voz alta y al voltearse hacia la chica, ya había desaparecido.
Estaba a punto de marcharse nuevamente cuando su olfato percibió dos aromas diferentes en la entrada de la cueva. Abrió grande los ojos y sus orejas se tensaron, corrió hacia el interior.
—¡Aphelios!— gritó pero no obtuvo respuesta.
Descubrió las cosas del chico Lunari desperdigadas en el suelo junto con su espada. Alguien lo había desarmado, también había unas cuantas manchas de sangre en el piso. Sett se inclinó para tocarlas, estaban casi secas y oscuras; calculó que había pasado algún tiempo desde que se lo habían llevado. Se maldijo en silencio por dejarlo solo y recogió su espada del piso. La ató a su cinto y salió fuera de la cueva, entonces notó que había dos pares de pisadas nuevas que no vió al entrar.
—No sé quienes sean pero los buscaré, los encontraré y ¡los mataré!— dijo siguiendo el rastro y aporreó su puño derecho en su palma izquierda molesto.
—Hermano, él ya viene… ¡resiste!— Aphelios creyó escuchar la voz de Alune susurrando dentro de su cabeza. Durante su viaje, en ocasiones, cuando dormía podía ver y oír a su hermana. En esos sueños platicaba con ella y le contaba las cosas que había visto en su viaje. Al despertar, siempre le quedaba la duda si realmente podía hablar con ella o tan solo era la soledad haciendo merma de él. Alune había sido bendecida con talento para la magia y se entrenaba como sacerdotisa, antes de salir de Monte Targon, ella le prometió que cada noche ante su astro rezaría para que regresara a casa con bien.
—Alune...tengo miedo...—pensó y quiso estirar su mano para encontrar la mano de su hermana pero su cuerpo se encontraba amarrado. Fue entonces que recordó que los Solari por fin lo habían encontrado. Se removió de un lado a otro y se dio cuenta que lo habían atado a un árbol, incluso se habían tomado la molestia de vendarle los ojos.
—Creo que está despertando— escuchó la voz de un hombre no muy lejos de él y el crepitar de una fogata; había un ligero olor a carne en el aire. Eso le indicó que era de noche y que habían detenido su avance. Aquello le vino de maravilla, tenía una oportunidad muy pequeña de escapar. Los Lunari cuando eran iluminados por la luz lunar aumentaban sus atributos de forma potencial. Si no mal recordaba aquella noche había luna llena, su poder aumentaría al máximo entonces aprovecharía para matarlos y escapar.
— Revisa sus ataduras. Hoy hay luna llena y estos bastardos herejes son más fuertes en estas noches— dijo otra voz masculina un poco más lejos.
—Es solo un muchacho no es un poco excesivo— comentó el primer hombre que había escuchado hablar.
—No te dejes llevar por su apariencia. Ese niño entrena para ser un asesino, en cuanto bajes la guardia no dudará en cortar ese delgado cuello que tienes.—
Aphelios escuchó su plática en silencio y pensó que hacían bien en ser precavidos. Sabía que en el momento en que se viera bañado en la luz lunar, escaparía de sus ataduras y los mataría. Escuchó unas pisadas aproximarse a él y apretaron tan fuerte las sogas de sus manos y pies que le hirió.
—Lo siento muchacho pero los tuyos han matado muchos de los míos—le susurró cuando se aseguró que no podía moverse. Sus palabras le causaron rabia porque ellos le habían arrebatado a sus padres, la tristeza había sido tanta que había afectado a su madre a pocos días de dar a luz; los odiaba tanto.
—Ten dale esto, lo mantendrá calmado— dijo de pronto su captor.
Aphelios no se imagino de lo que podría tratarse.
—¿Qué es esto?— expresó su compañero y a la vez dio voz a las dudas de Aphelios.
—Una droga, así si se ve afectado por la luna no podrá moverse. Le daremos un dulce sueño antes de entregarlo a la orden— se burló.
—Bien—
Aphelios estaba dispuesto a luchar antes de tragar cualquier cosa, en cuanto sintió el contacto de la mano del hombre sobre su piel forcejeó con toda su fuerza para evitar que pudieran obligarlo a tomar esa droga. Pasaron algunos minutos hasta que sintió otro par de manos sujetándolo y finalmente,en contra sus deseos lo hicieron tomar un brebaje. Pudo percibir el aroma acre que desprendía la bebida; no era veneno y eso lo alivió ligeramente. Sintió una sensación de astringencia que le cubrió desde sus labios hasta su garganta, dejándolo un extraño sabor amargo; sus mandíbulas se contrajeron ante la intensa amargura, quería regurgitar pero ya era tarde para ello.