AMELIA
Después de un rato en el avión, Dominique se quedó dormida dejándome sola a mí y a mis pensamientos, era una chica agradable y a pesar de que no me gustaba la manera en la que nos habíamos conocido en mi había una pequeña llama de esperanza de convertirnos en grandes amigas.
La vista desde el avión era asombrosa, realmente me gustaban las alturas. Desde ahí arriba sentía que era totalmente invencible, amaba esa sensación. Me hubiera encantado congelar ese momento para siempre, sin preocupaciones, sin nada, solo el avión yo y mis pensamientos.
Más tarde sentí como alguien tocaba mi hombro, era Dominique diciéndome que habíamos llegado, no me había dado cuenta cuando me había quedado dormida.
- ¿sabes qué hora es? - pregunté mientras me estiraba.
-no lo sé, deje mi celular en casa, no sabía que así terminaría mi día- respondió sonriéndome.
-qué raro que sea de día, salimos de noche de Londres.
-supongo que el lugar donde estamos tiene una zona horaria diferente- me dijo
-bien, bajemos de aquí, ¿y las maletas?
-bueno, dijo ella- unos tipos bastante elegantes las bajaron antes de que despertaran-dijo mientras caminaba por el pasillo- ¿vienes o qué? - me preguntó mientras salía por la puerta del avión
-tocara – respondí, aunque sabía que ella ya no podía escucharme.
Al bajar del avión, una señora de unos treinta y tantos años, nos estaba esperando.
-bienvenidas- dijo con una sonrisa muy falsa- en unos minutos les daremos la inducción, primero esperaremos a que lleguen los demás.
- ¿los demás? – le pregunto Dominique.
-tomen asiento- continuo ella ignorando la pregunta de Dominique y señalando unas sillas ubicadas al lado de la pista donde habíamos aterrizado – no deben tardar.