La luz entraba por la ventana, solo Rose había despertado, deseando no haberlo hecho. Su cuerpo se sentía pesado, le costaba hasta respirar, creía que estaba por darle un ataque. De sus muñecas salían pequeñas chispas, los cables que simulaban venas en sus brazos hacían corto cada cierto tiempo. Se dio a sí misma un golpe algo fuerte en las costillas, deteniendo por fin este fallo. Un suspiro, largo, la mirada clavada en la ventana, oía las quejas entre sueños que hacía su hermana, quien no podía despertar por más que lo intentara. No podían usar sus poderes, estos dejaban rastro, un olor particular, el amo lo descubriría. Además, estaban demasiado débiles para arriesgarse a gastar la escasa energía que les quedaba en algo más que mantenerse con vida. Ya era medio día, solo había descansado una hora, o poco más de cuarenta minutos terrestres. Lo cual significaba menos de lo necesario, teniendo en cuenta que sus días estaban compuestos por veinte horas, equivalentes a poco más de trece en La Tierra. Por ello estaba exhausta, y eso fue lo primero que su madre notó al entrar. Se plantó ahí, en la entrada, su sonrisa se borró al ver la imagen de esa niña morena pegada al vidrio, viendo hacia afuera, con los ojitos apagados.
— ¿Estás bien, linda?
—Sí, es solo un resfriado, ella no despertará en un rato —aclaró, clavando sobre los de su madre el par de ojos, sin brillo, inquietantes—. Tomamos frío allá fuera.
—Ya veo, les prepararé algo tibio para desayunar.
Al irse nuevamente, Rose vio una oportunidad de ir e indagar en el laboratorio, pero fue entonces cuando notó la verdadera gravedad de su estado, apenas sí pudo levantarse, no llegaría a tiempo ni con toda la magia del planeta, ni con todo el poder de la galaxia. Se acercó a su hermana, intentando despertarla. Opal seguía lamentándose dormida, solo quien se hallaba a su derecha en ese momento podía oírla. Entonces, su gemela se le pegó al cuello, mordiendo lo más despacio que pudiera, tratando de dejar una marca ocultarle. Así logró varias cosas: recuperar la capacidad de controlar su cuerpo a voluntad, despertar a Opal, que esta la golpeara, entre otras. El tiempo que estuvieron ahí sentadas, planteándose qué hacer, tardó la mujer en cumplir con su pequeña promesa de hace algunos minutos atrás. Fueron hacia la cocina luego de que ella las llamara, sentándose a comer en silencio. La mayor en la habitación corría de un lado a otro ahí dentro, buscando algo, encontrando otra cosa, llenando un bolso de otras más.
—Iré al pueblo, ¿se quedan?
—No nos esperan en otro sitio —mencionó la rubia, comentario que fue respondido con un ademán de su madre. Ella se retiró un rato después, dejando a las chicas solas en esa planta del recinto. Debajo, en el laboratorio, estaba su padre.
Ni bien acabaron lo que hacían decidieron ir con él, tal vez entonces pudieran sacarle información. Davhet estaba encorvado sobre un escritorio, muchos papeles lo cubrían, unos arrugados, otros rotos y tachados, y algunos más en los que alcanzaban a verse dos siluetas. Estaba diseñando su proyecto, y por lo visto había obtenido nueva inspiración. Parecía llevar en eso toda la noche, cuando volteó en dirección a las chicas, viéndolas, pudieron descubrirse perfectamente las bolsas bajo sus ojos, su expresión exhausta, la dedicación en esa mirada cansada. Les sonrió, tal vez intentando disimularlo, invitando a que se acercaran. Así lo hicieron ellas, ojeando muy por encima esas creaciones erróneas, rechazadas. Entonces pusieron especial atención en un panel que tenía delante del escritorio, colgado de la pared. En él se veía la evolución de sus diseños, empezando con un único hombre, su prototipo; luego eran dos, iguales; en un siguiente dibujo eran también un par de hombres, pero el coloreado de estos daba a entender que serían entonces opuestos. En los siguientes bocetos, y por alguna razón que las gemelas aún no entendían, ese prototipo pasó a ser una mujer, luego dos iguales. Prestaron atención entonces a los descartados, luego al que estaba elaborando en ese momento. Él mantenía su sonrisa, sin decir nada, esperando a que lo notaran por su cuenta. En el nuevo papel, el único del todo sano, sin tachar o garabatear, se plasmaban con grafito dos siluetas femeninas, una tenía el cabello y lo que sería su ropa pintados de negro, la otra solo lo que sería la piel. Les recordaba extrañamente a algo.
— ¿Acaso somos nosotras? —soltó Opal, tan sorprendida como lo aparentaba.
—Bueno, digamos que me dieron la idea. —Miró sus dibujos, sin despegar de ellos la mirada les continuó hablando al par de niñas—. Ustedes solo me terminaron de convencer ante una idea que me giraba ya en la mente.
— ¿Puede contarnos? —dijo entonces Rose—. El proceso...
—Claro —comenzó, llevando una taza de café hacia sus labios—. Todo tiene que ver con los poderes, las habilidades que nuestros compatriotas llevan de nacimiento. Mi heredero, este ser superior, se dedicaría a robarlos, quedando al final él como único y más poderoso, ya que los demás pasarían a volverse normales, así como nosotros. —Aquella mentira suya les pareció lo más vil que habían escuchado, teniendo en cuenta que los mordidos luego no quedaban.
»Para ello decidí mezclar entre sí varias especies, es sabido que los humanos tienen una figura bastante atractiva a la vista, además se parecen mucho a nosotros; esos seres similares a lo que ellos llaman elfos tienen una gran inteligencia, gracia, son muy hábiles con las armas y un envejecimiento casi inexistente; esas pequeñas criaturas aladas tan mágicas y poderosas darían la capacidad de acumular muchas otras habilidades, y, claro, los llamados vampiros —se interrumpió, analizando sus palabras
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Editado: 18.07.2021