Opal & Rose: Cyan's Twin // #o&r3

Capítulo IX

  No quisieron esperar demasiado, así que se dividieron en tres grupos. Las gemelas junto a Cyan se quedarían en La Tierra, los muchachos se irían en grupos de a dos a recorrer el resto del sistema solar. Poco más de una hora después ya estaban de nuevo separados, así como parecían estarlo siempre. La diferencia era que, esta vez, todos tenían una forma de comunicarse, y no solo los amantes secretos, entonces eran varios los anillos que mantendrían en contacto a cada grupo con los restantes. Mientras que Derek era acompañado por su hermano de blancas tonalidades, quien parecía ser del todo su opuesto, a recorrer la zona más cercana al sol desde el cinturón de asteroides, Raphael y su padre exploraban el exterior con respecto al mismo punto de referencia. Opal y Rose, por su parte, tenían algo pensado antes que cualquier otra cosa. Un diario, unas coordenadas, y el enorme deseo de conseguir más información de la que tenían sobre determinada persona. Cyan las seguía sin estar del todo al tanto de lo que irían a hacer, o hacia dónde se dirigían.

—Em... ¿Tía?, ¿Rose? —dijo por fin, tras notar que ignoraban cada pueblo por el que pasaban, comenzando a creer que tenían un destino que ella desconocía—. ¿Adónde vamos?

—Bueno, no sé si lo recuerdas —comenzó Opal, dirigiendo la vista hacia su sobrina, mirándola por encima del hombro dado a que se encontraba más atrás que ella y su hermana—, pero Kiah solía leerte mucho un diario, uno... especial, lleno de imágenes pertenecientes a otros paisajes y hablando de tecnologías que suplantaban la magia a la que estamos acostumbradas.

—Este, de hecho. —Rose no la miraba, pero alzó sobre su cabeza el encuadernado del cual se hablaba. Podía verse simplemente en la tapa del mismo los años que le habían pasado por encima, en forma de vetas y rajaduras sobre el cuero sintético y malgastado que lo cubría—. El diario de mamá.

—Sí, lo recuerdo. —Se adelantó, ubicándose entre ellas. Así pudieron notar el interés en su semblante. Entonces su abuela le entregó el cuaderno para que lo viese con mayor detenimiento—. ¿Qué tienen en mente?

  Ellas se miraron por detrás de la chica, luego le devolvieron el gesto a la vez que ella las observaba una por una. Después de regalarle una sonrisa, señalaron la dirección en la que iban. Se veían ya, en el horizonte, las casas y pequeños edificios que conformaban aquella gran ciudad. Con el sol cayendo hacia el Este, aquellas mujeres veían de frente cómo se alzaba la hermosa ciudad, coronada por una enorme basílica. Las luces que comenzaban a decorar el entorno le daba un toque único y casi mágico a lo que observaban. Menos de un día caminando, 31 horas para cualquier ser humano, pero valió la pena como si ese hubiera sido su objetivo primordial.

—¿Qué... qué es este lugar? —se escapó, acompañado por un suspiro, de entre los labios de Cyan.

—El hogar de mamá.

—Hace millones de años para nosotras, hace solo unas décadas para ellos —dijo Opal, completando el comentario de su gemela—. Aquí el tiempo es distinto, así como en la dimensión de tu madre el tiempo pasaba más rápido que en la nuestra, aquí lo hace mucho, mucho más lento.

—Es precioso...

—Iremos a su casa, dejó las coordenadas en su diario. Tal vez no sea de vital importancia para nuestra misión, pero es algo que hace años queremos hacer y podría ser algo... no sé, lindo, entre nosotras.

—Claro, tenemos tiempo para eso.

  Realmente estaba asombrada aquella pequeña, la que había vuelto a ser al encontrarse tal escenario frente a sus ojos. Sin mantenerse quietas mucho más, aquellas siguieron su camino hacia dentro de la bella ciudad, recorriendo animadamente las calles de esta en busca del hogar que habitó algún día la mujer que dio su vida a cambio de las gemelas, razón por la cual seguramente hacían ese viaje. Luego de la escena que presenciaron años atrás, luego de su primer viaje en el tiempo, cuando conocieron a flor de piel cómo fue la muerte de esa mujer y su propio nacimiento, un sentimiento de culpa las invadió internamente. Incluso hasta aquel día se les revolvía el estómago al oír que mencionaban a su madre, o simplemente tras recordarla de la nada y ponerse a pensar en ella.

  Así que, aprovechando ese viaje suyo, posiblemente vieran una posibilidad de disculparse con ella, de rendir el homenaje que se merecía (claro, según sus hijas). No alcanzaba agregar palabras al diccionario de su lengua en base al idioma nativo de su madre, ni nombrar a sus paisajes como los que ella describía. El remordimiento de Opal y Rose les pedía más, más para callar la voz suplicante y los gritos de dolor que se quedaron grabados en sus mentes. ¿Esa oportunidad al fin les quitaría esa amargura de encima? Quizás no, pero debían intentarlo. Así, tras un largo rato de seguir caminando sin aparente cansancio, llegaron a una pequeña casucha en las afueras de la ciudad. Sencilla, humilde, pero con un detalle muy importante: estaba cerca de una escuela, el colegio secundario donde la mujer trabajaba.

  Mientras tanto, en un sitio lejano de aquel sistema solar, Rapha y su padre terminaban de recorrer el primer planeta externo del mismo. Desde el cinturón de asteroides y alejándose de su estrella, los astros eran mucho mayores, pero estaban compuestos principalmente de gas y polvo. Si no fuese por el pequeño núcleo rocoso en su interior, creerían inútil el siquiera revisarlos. Pero allí estaban, flotando en una pequeña cápsula cristalina, acercándose a su siguiente destino. Los enormes y claramente visibles anillos de aquel planeta resaltaban sobre los de sus vecinos, dando la ilusión de que desprendían cierta luz. A medida que se le aproximaban, menos sentido le veía Nath a seguir buscando por esa zona, pero sí sabía que acompañaría a su hijo hasta donde él deseara buscar, notando la desesperación en todo lo que hacía: su respiración, el constante movimiento de sus dedos, el compás que seguía con los pies, todo en él desbordaba inquietud.




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