Cuando ya no hacían más que mirarse unos a otros con los ojos llenos de pena, decidieron cruzar la barrera entre dimensiones. Aunque esta vez no fue como otras, o no como las últimas. Pudieron sentir una especie de membrana pegarse a sus cuerpos y quebrarse al intentar cruzar. Como el niño que revienta una pequeña burbuja, pero más espeso, más inquietante. Una vez que estuvieron del otro lado, ya en el planeta natal de medio grupo, notaron de inmediato que algo andaba mal, algo raro ocurría. El cielo era más oscuro, aun siendo medio día; la niebla se sentía sobre la piel, el aire saturaba sus narices; cada centímetro de tierra se veía más sombría y los pies pesaban al caminar. Ese no era un lugar al que conocieran como hogar, no era el suyo, no era el planeta que dejaron atrás cuando escaparon en busca de unas cuantas piedras. Se mantuvieron unos minutos quietos en su lugar, del que no se habían movido ni un centímetro por culpa del impacto que les produjo una imagen como tal. Mirando como a un paisaje totalmente desconocido, casi olvidan la razón de estar ahí. Pero claro, no fue así, solo porque llegó Kiah a su encuentro. En cuanto los vio, corrió hacia ellos, prácticamente echándose sobre Rose, a quien por poco no hizo caer. Así despertó a todo mundo del trace en que se encontraban, haciendo que la miraran con el mismo asombro sufrido ante la primera impresión que sucedió su llegada.
—Kiah, madre mía... —musitó la morocha, luego de estabilizarse tras estar a punto de tocar el suelo—. ¿Qué está pasando?
—Este sitio es un caos, no para de llegar gente de toda la galaxia y todos hablan de un monstruo del tamaño de grandes estrellas. —Estaba agitada, le costaba recuperar el aliento tras su carrera de unos segundos antes, pero a su vez entorpecía la propia respiración hablando como sus pulmones se lo permitieran. Su amiga le sujetó ambos hombros, intentando calmarla para que terminara de contarles la situación. La xomata se detuvo un momento a recuperar el aire perdido. En cuanto estuvo recompuesta, continuó—. Con los chicos estuvimos refugiando a los más alterados en el castillo, pero pronto se llenó de gente y Ámbar no parecía contenta con ello...
—Entiendo, Opal y yo lo arreglamos, muchachos... —Giró Rose el cuello, mirándolos sobre su hombro—. Ya saben, vean qué pueden hacer.
Ellos asintieron, en ese mismo instante la gemela de blancas tonalidades se acercó a quienes mantenían ese diálogo y las tres se dirigieron hacia el castillo, a paso decidido. A Cyan se le ocurrió que el resto podía ir a dar una vuelta por el bosque, así pensar en lo que harían con su hermano y, a la vez, rescatar a algún turista extraviado. Así lo hicieron entonces.
Mientras que las matriarcas de su pueblo se acercaban al edificio, mayor nitidez tenían los gritos alarmados de quienes reposaban en su interior. Pero en cuanto entraron, se hizo un completo silencio. Las puertas de entrada se abrieron de par en par, dejando ver sus siluetas en medio de estas, Kiah escondía su cuerpo detrás de los suyos. Cualquiera que estuviese dentro las miraba, una mezcla entre miedo, admiración y confusión cubría el entorno. Se adentraron, caminando a través de la gente que se dividía como las aguas del Mar Rojo, dejando saber lo que pensaban en base a murmullos que ambas oían con claridad.
—Son ellas, las dueñas del castillo —susurró una.
—No, no solo del castillo... —mencionó alguien más en el mismo tono, corrigiendo a la anterior sin dejar que se oyera demasiado su voz.
Una de nuestras protagonistas, en este caso Rose, disimuló en su rostro la aparición de una pequeña sonrisa. Llevaba años sin escuchar a la gente balbucear a su paso. Pero, por encima de los pequeños y casi inaudibles comentarios, se oía en todo el salón principal un golpeteo en estéreo. Eran los tacones de ambas gemelas, de Opal en los zapatos, de su hermana en las botas, que marcaban el compás de su desfile. En cuanto recorrieron todo lo largo de dicha habitación, la de tonos más oscuros se paró encima de una mesa relativamente baja que ahí se encontraba, tomando luego la mano de su igual para ayudarla a subir también. Así, por encima de todos en más de un sentido, la multitud esperó impaciente lo que ellas fueran a decir.
—Bienvenidos, aunque sea algo tarde para ello.
—Para quien no nos conozca, somos las dueñas del suelo que pisan: Opal y Rose —dijo esta última, haciendo una breve pausa entre ambos nombres y señalando a quien correspondiera cada uno.
—Nos hubiese gustado recibirlos antes, pero no nos encontrábamos presentes. Por ello agradezcan a nuestra amiga Kiah que les brindó su hospitalidad en nuestra ausencia.
Al terminar, la muchedumbre entera giró hacia donde aquella extranjera de piel azul y cabellos completamente blancos acaba de cerrar las puertas, sonriendo modestamente a todos esos ojos. Luego volvieron la mirada a las oradoras, sincronizados como si llevaran tiempo ensayándolo.
—Asumimos que ya estarán enterados, pero mientras esta situación se regulariza tienen acceso a lo que necesiten. Si hay heridos, por favor, sigan a Kiah hacia las habitaciones.
—Y si hay algún médico entre nosotros, que los acompañe.
Tras la voz de Opal, un grupo poco numeroso en relación al que en total componían se borró de la escena. Algunos de los restantes comenzaban a alzarse en busca de respuestas a preguntas que ni siquiera querían hacer, pero la calma en el semblante de las chicas seguía imperturbable.
—Comenzaré a cortar lenguas si no se callan. —soltó Rose bruscamente. Como lo esperaba, el silencio volvió a reinar.
—Estamos en la misma situación de ignorancia que ustedes, vinimos en cuanto nos enteramos de esta potencial o verdadera amenaza, reitero que estamos faltas de información.
—Por eso necesitaremos que nos digan lo que saben, muy ordenadamente. Llamaremos de a cuatro personas y el resto se mantendrán todos tranquilitos esperando aquí, y en cuanto se alteren dejo entrar al hambriento ave gigante que vieron en la puerta.
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Editado: 18.07.2021