Operación Santa

Capítulo uno

Brie

 

22 de diciembre. Mañana

—¡Okey, todos! —Zoe Watts, la de recursos humanos, comenzó a levantar la voz al ver que nadie parecía prestarle atención—. ¡Oigan, maldita sea! ¡Escuchen las buenas noticias! Luego de mucho suplicar y de tantos años sin celebrarlo, por fin logré convencer a Volk de auspiciar un Santa Secreto entre nosotros.

—¿Y realmente dijo que sí? —pregunté atónita. Kyler Volk, nuestro jefe, no era conocido por ser demasiado permisivo. Ni siquiera cuando el ambiente festivo estaba alto y presente en cada esquina de la ciudad, bañada de abundante nieve. Nada parecía derretir ese corazón congelado que cargaba.

—Pues… —Lo dudó un segundo antes de continuar—, no dijo que no. Al menos no de una manera explícita. Yo lo tomaría como un claro sí.

—Esto terminará en el despido de alguien —susurró mi amigo Chris, sentado a mi lado, suave contra mi oído.

Solo pude reírme bajito y asentir. Pero eso no volvió la situación menos interesante. Ambos habíamos comenzado a trabajar en Volkies al mismo tiempo, hace aproximadamente seis años. Los primeros dos años bajo el mandato de Franz Volk, fundador y padre de Kyler, un gran jefe relajado que no exigía demasiado a los empleados y nos permitía festejar cualquier cosa que quisiéramos, mientras no destruyéramos la oficina o abandonáramos nuestros puestos de trabajo. Pero al jubilarse, nos dejó en manos del peor Volk posible.

Un Volk conocido por ser un jefe con puño de hierro, que regía la oficina bajo el terror del silencio, ignorando a la mayoría de los empleados. O al menos, hasta que alguno decía o hacía algo mal. Pero, aun así, fue bajo su mandato que la empresa comenzó a crecer considerablemente, convirtiéndose en el monstruo de la industria del cuidado de la piel tan reconocida en la actualidad.

—¡Ajam! —llamó nuevamente Zoe. Las hebras de su cabello rojo volaron con gracia mientras se giraba a observar a Gary, el encargado de contabilidad que se hallaba sentado a su lado—. Bueno. Mi compañero aquí presente, iba a ser quien los llamaría para tomar un papel al azar con el nombre del afortunado o afortunada. Pero…

Pero Gary estaba dormido. Por la posición extraña en la que se encontraba, con sus brazos cruzados por sobre su estómago y la cabeza cayendo por detrás del respaldo de la silla, se podía decir que estaba más allá del quinto sueño. En un lugar mucho mejor que la oficina. El gorro de Santa, donde supongo estaban los papeles con los nombres, había caído hace rato a su regazo.

Gary escogió ese momento para comenzar a roncar. Muy fuerte. Tan fuerte, que sus ronquidos se oían por sobre los murmullos del resto de los empleados.

Zoe suspiró. Negando con su cabeza, se acercó al cuerpo dormido de su compañero y le quitó el gorro de sus piernas. Lo sacudió un poco como si hubiera quedado alguna pelusa invisible, y se paró recta delante de todos nosotros.

—Bien —comenzó a revolver los papeles dentro del gorro—. Iré llamándolos. Vengan de a uno. Si, te lo digo a ti, Peter. Y tomen un solo papel, no queremos que sea como en los años anteriores. Los regalos podrán ir trayéndolos en lo que resta de la semana, hasta el veinticuatro. ¡No se los olviden! No queremos nuevamente que haya huérfanos de regalos. Y recuerden, nada de revelar sus identidades. No quiten lo divertido del juego por no tener ganas de esforzarse en su regalo.

Primero llamó a Dominic, un empleado bastante nuevo que había entrado hace menos de un mes a la división de diseño de la empresa. Siendo sincera, puedo decir que cada vez que él entraba al mismo cuarto donde me encontraba no podía evitar mirarlo embobada.

Era tan guapo que dolía. Con su metro ochenta, cabello rubio y ojos mieles, era una experiencia similar a la de presenciar un tierno labrador convertido en humano.

Solo si los labradores tuvieran abdominales para días y unos brazos capaces de romper nueces, si las venas marcadas servían de indicativo del tesoro oculto.

—Brie… —Chris me golpeó el hombro suavemente—, es tu turno. Te quedaste congelada en otro mundo por un segundo.

—Ya —Me levanté mientras salía de mi estupor.

Solo esperaba que no me tocara Peter. Nadie lo quería demasiado cerca, en especial, siendo que este parecía tener un sexto sentido superdesarrollado para saber cuándo alguien giraba la cabeza hacia su persona. Y cuando lo sabía, no había forma de escapar, él solo se quedaba con la vista fija en tu rostro por un buen rato. Todo acompañado de una sonrisa tenebrosa de oreja a oreja y saludándote con la mano al mejor estilo del payaso de It.

Si eso sucedía con una mirada, no quería imaginarme qué pasaría con un regalo. Estoy bastante segura que hallaría la forma de escabullirse en casa, solo para “vigilar” mi sueño. Vivía con Chris, pero eso no me aseguraba demasiada tranquilidad cuando se trataba de Peter y sus extraños hábitos. Menos aún con el sueño pesado de mi amigo.

Llegué frente a Zoe. Sus ojos brillaban con felicidad mientras me apuraba a sacar un papel del gorro. Todos sabíamos lo mucho que ella amaba las festividades. Era difícil ignorarlo cuando era la más emocionada en decorar la oficina al cambiar la hoja del calendario y tachar el primero de diciembre.

Moví mi mano un poco dentro del gorro hasta que mis dedos atraparon un pequeño papel doblado en forma de bolita. Cuando empecé a desdoblarlo para ver el nombre que tenía dentro, Zoe cerró sus ojos con fuerza para no espiar.



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En el texto hay: navidad, romance, santa secreto

Editado: 11.02.2022

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