Y aquel día me organicé, cuando cayó la noche antes de viajar, también la desbloqueo del Facebook solo por pena, por no verla triste por mi causa y mi acción.
Después de casi toda la noche haber viajado, aquella mañana del martes 15 de agosto, me encontraba surcando en sus frías calles de la ciudad de El Alto, agarrado de mi maleta en cuyo interior no era otra cosa, sino mi producción literaria. Por un momento me picó la curiosidad de saber dónde se hallaba ella, no la veía, debía haberme estado esperando como me prometió tarde anterior, vestida con su mejor vestido. Entonces, al no verla, le escribo al modo de hacer hora, porque todavía había algunas horas, por hacer antes que empezara el evento.
—Hola, buenos días —la saludo por WhatsApp.
—Buen día, corazón —me contestó.
—¿No se supone que me tenías que estar esperando en la terminal de El Alto? —La cuestiono duramente una vez más.
—Es verdad, cariño —me responde—. Me atrasé un poco, por favor, espérame diez minutos, que en seguida llego.
—Está bien —le digo—. Apúrate.
Pasan los diez minutos y le vuelvo a escribir:
—¿Otros diez minutos?
—Sí, precioso amor, ¡perdóname! Es que se me presentó un pequeño inconveniente, pero ya vengo, estoy superando dicho contratiempo, diez minutos más por favor.
—De acuerdo —dije. Y seguía haciendo hora, aunque el frío era intenso a esas horas. Al cabo de los otros diez minutos, le vuelvo a escribir con algo de ansiedad:
—¿Otros diez minutos más? Dime, ahora ¿Qué pasó?
—Te cuento algo —me dijo entonces.
—¿Qué es? ¿Qué ocurrió? —Algo intrigado le pregunté.
—Pasa que mis hijas están retornando a mi país, junto con mi hermano, me quedaré sola, y el detalle es que me encuentro en el aeropuerto intentando despacharlos; pero el avión se atrasó, eso estamos esperando; tan pronto llegue, mis hijas y mi hermano aborden y el avión despegue, yo vengo a darte alcance, por favor, no te muevas de ahí donde estás.
—¡Uh, Vaya! —me asombré—. ¿Y cuántas horas te esperaré? ¿Todo el día? ¿eso esperas?
—No, cariño mío, no pienses así.
—¿Sabes? No tengo tiempo; tengo actividades que en minutos más empieza; si realmente estás aquí y quieres encontrarte conmigo, ven a buscarme que allí estaré —Y le di la dirección de donde me encontraría.
—Está bien, entonces eso haré —me dijo.
Y corté la comunicación, para concentrarme en la actividad que se iba a desarrollar en minutos más. Mi espera durante los tres días de actividades fueron en vanos; ella nunca vino, nunca dio luz de estar allí. A cada instante con un cuento diferente me salía, que una cosa, que otra cosa, que se había puesto mal, que estaba internada en una clínica otra vez; historias que no me creía más, que solo las seguía por entretenerme, por gozar algo más que contar.
Desde el momento en que la desbloqueé de Facebook y volvió a ser uno de mis contactos otra vez, las publicaciones de sus escritos en mi muro seguían, ya sea en textos o imágenes, tan creíbles, tan comprometedoras, actuaba como si ella ya fuera mi esposa, como si ya estuviéremos viviendo juntos, augurando mi labor artístico, augurando mis despertares, mis atardeceres, dándome ánimos para que pueda seguir con fuerza en mi carrera literaria.
Mis actividades literarias en la ciudad de El Alto terminaron con éxito aquel jueves en la tarde, y en la noche me dispuse para retornar a mi ciudad de origen, sin embargo, ella, no se desprendía de mí de manera fantasmagórica, me seguía los pasos como si mi propia sombra fuera. Cuando ya había abordado el bus, ella igual viaja en otro bus a la misma hora, aquella misma noche, a mi misma ciudad, porque simplemente no quería perderme, se aferraba a mi amor.
Paralelo a ello, había sido invitada a dictar un seminario taller en la última clínica en la que se encontró internada. Ahí se había conocido con destacados médicos, incluso, el que dirigía dicha institución, la máxima autoridad que dirigí dicha clínica, fue quien personalmente la invitó para que pueda compartir sus conocimientos en área de salud.
Sin embargo, algo interesante sucedió aquel jueves en la noche cuando retornaba a Cochabamba. Recibí un mensaje instantáneo de una mujer, quien curiosamente preguntó por mí, que cómo me encontraba, dónde me hallaba, qué hacía. Iniciamos una conversación por chat. No la conocía, no había su foto de perfil; pero me daba la impresión de que era María, mi adorada prometida que por fin se comunicaba conmigo después de más de un mes. Si no era ella, por lo menos alguien que sí la conocía.
—¿Sabes algo de María? —pregunté ansioso.
—No la conozco —Fríamente me contestó en primera instancia—. No sé por quién preguntas. —Leer ese mensaje instantáneo me entristeció un poco.
—Claro que la conoces —insistí—. Puedo pensar que hasta incluso eres ella, escribiéndome de una cuenta falsa, con falso nombre.
—¿Qué te hace pensar eso, amigo? —me preguntó entonces.
—Mi corazón me lo dice —contesté, seguro de mi respuesta—. Y no puede mentirme.
—Bueno, está bien —Entonces me dijo convencida de que no me podía mentir más—. No soy ella, pero, sí la conozco, es mi amiga, quien siempre está pendiente de mí —me contó.