Vamos hacia la heladería a la que siempre voy, mientras hablamos.
Es un chico simpático, divertido y amable, y he descubierto que tenemos el mismo vicio por el helado de crema.
¡Diablos! ¿A quién no le gusta el helado?
– Pero, como has cambiado. Todavía te recuerdo con trenzas y frenos.
– Oye, que tampoco he cambiado tanto – digo. – En cambio tu si que lo hiciste, recuerdo a un niño flacucho, con lentes y barros.
–sh, sh. Alguien puede oírte y arruinar la reputación que he estado haciendo estos años – dice haciendo el chulo.
– pff, ¿Cuál reputación?
– Aún puedo cancelar el helado – amenaza
– Está bien, está bien. Solo digo la verdad – digo riendo y el sonríe.
– Me rindo, amigos.
– Uf, no. Ser amigo mío sale caro – digo.
– ¿Así? Y si se puede saber ¿Cuál es ese precio?
– Un helado diario, como mínimo –
– ¿Karen lo paga?
– obvio – miento. – Tiene muchos beneficios ser mi amigo.
–¿Cómo cuáles?
– Mi incondicional amistad, mi lealtad y por sobre todo una mamá que cocina repostería buenísima.
– Vaya, muy buenos beneficios – piensa.
– Trato hecho – estiro mi mano hacia el.
– Trato - y estrecha mi mano. – Bien, vamos a por ese helado.
Estamos a punto de entrar a la heladería cuando un escalofrío me recorre la espalda, volteo y miro a Gustavo mirar fijamente hacia nosotros, con expresión sombría, está en la misma ropa con la que salió a correr está mañana, quise intentar saludar, pero parecía de mal humor y decidí no hacerlo.
–¿Qué miras? – pregunta Tomás
Volteo hacia el para que no mire hacia Gustavo por... No lo sé, pero no quiero que lo asuste.
– Nada – respondí cuando se acercó más a mi.
– mmm... Bueno, vamos. – se encogió de hombros y me halo hacia la puerta.
Queriendo dar un vistazo.mire sobre mi hombro y mirar a Gustavo pero ya no estaba.
Mmm... Raro.
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– Gracias por acompañarme – le digo a Tom.
– No es nada – dice – Aparte que tenía que saber dónde vives, toda la vida yendo a la misma escuela y no sabía dónde vives.
– Bueno, pues aquí vivo. Ah, y siento que tengo que decirte, Karen advirtió que si te querías sobrepasar conmigo te las ibas a ver con ella – digo.
El me mira asustado.
– ok, eso no suena muy alentador.
– No tienes de nada de que preocuparte – digo riendo.
– No, está bien. Se ve que te quiere. – de un modo retorcido, pero lo hace.
– Si y yo a ella, es como una hermana para mí.
– Bueno, ya es tarde. Mejor me voy.
– Claro, nos vemos mañana.
– nos vemos.
Se acercó y me dio un beso en la mejilla, dio la vuelta y se fue.
Entre a la casa y encontré a Karen en mi sala sonriendo.
– Lo hueles, huele a amor – dice.
Timo una almohada del sofá y se la aviento en la cara, ella ríe.