Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 6

Al entrar al palacio, el príncipe y sus compañeros observaron con detalle el interior del lugar. Era sin duda uno de los palacios más hermosos que sus ojos hayan visto jamás; sus paredes eran blancas, las puertas eran de color dorado, el piso enbaldozado en mármol azul celeste y en el techo había una hermosa pintura que simulaba el cielo. Fue en ese instante que Orestes se percató que la decoración del lugar era una referencia a la apariencia de la hija menor del conde. 

—¿Quieren ver lo mejor de este lugar? —cuestionó Horana al notar que sus invitados estaban encantados con la belleza y la majestuosidad del palacio —¡Síganme! Los guiaré a nuestro mirador. Podrán ver las maravillas de todo Sabidia y Caenus entero desde aquí. 

Horana guió a sus invitados hasta “El balcón de la vista eterna” como solía llamarle, y le enseñó a los viajeros todo lo que podía apreciarse desde allí; los jardines colgantes del palacio, el  laberinto decorado con rosas blancas  y la fuente de la sabiduría. Luego, los guió hasta el balcón al otro extremo del mirador y les mostró el resto del paisaje; desde el monte Torriden hasta el mar de Thelma, el valle sagrado, la selva negra y todos aquellos lugares de Caenus que Orestes había visitado o planeaba visitar. 

Orestes podía ver absolutamente todo Caenus desde allí, pero sintió nostalgia al ver su palacio desde la distancia, a semejante altura de cuatrocientos kilómetros. 

—¿Ocurre algo? —cuestionó Batbayar —¿Por qué esa cara?

—Me pregunto qué estará haciendo Hatysa en ese instante —respondió Orestes y suspiró, luego añadió —desearía poder hablar con ella. 

Horana se dirigió hasta la mesa y tomó un transmisor, un objeto similar a un teléfono móvil y se lo entregó al príncipe. 

—¡Tenga! Hable con su hermana. 

En el palacio de Caenus, Hatysa suspendió su rutina de cabalgatas y regresó a su habitación. Caminó hasta la mesa de noche pues sabía que su hermano iba a llamarla. Cuando el transmisor sonó, la princesa contestó.

—Hermano mío, finalmente recuerdas mi existencia. 

—Lamento no haberte hablado antes, pero si te contara todo lo que he vivido… —suspiró, pasó su mano izquierda por su rostro y luego preguntó —¿Cómo estás?

A lo que Hatysa respondió —He estado muy bien, sintiéndome muy orgullosa de ti. También estoy enterada de tus hazañas en los pueblos de Evermire, Castinia y Obaura. Dime ahora, hermano mío, ¿cómo te sientes ahora en Sabidia? 

—este lugar es hermoso, es un paraíso sin duda alguna —suspiró — me siento muy bien y muy tranquilo. 

Hatysa sonrió al escuchar aquello que le ijo su hermano, pero en ese instante tuvo una visión y le advirtió a Orestes que tuviera cuidado en especial al interior de aquel palacio, pues alguien sentía deseos de hacerle daño.  

Orestes escuchó con atención la advertencia de su hermana y le aseguró que sería cauteloso. A partir de entonces, el príncipe pensó que lo mejor era abandonar el palacio. 

—Hablaré con mis acompañantes, partiremos en un rato. —comentó y acto seguido se despidió de la princesa prometiéndole llamarla más seguido. 

Hatysa no quedó muy convencida y llamó a dos guardianes para ir hashtag Sabidi. La Princesa debía cambiar un poco el flujo de las cosas para evitar una tragedia. La mujer salió en compañía de Rigel y Betelgeuse a bordo de un carruaje mecánico, similar a una enorme motocicleta voladora. 

Como la princesa solía temer a la alturas, Rígel tuvo que dormirla para poder subir a Sabidia. Bajo la mirada atónita de quienes estaban presentes, ambos guardianes se elevaron cargando a Hatysa hasta llegar a la plaza, misma en la que Orestes vio a Horana luchar contra el ladrón. 

—¡Somos los guardianes del palacio de Caenus! —manifestó Betelgesuse con firmeza —y estamos buscando al príncipe Orestes. 

—¿Quién se atreve a perturbar la paz del pueblo de Sabidia? —cuestionó Nazario quien apenas llegaba de su viaje a Castinia. —¿Por qué preguntan por el príncipe? Él no está aquí. 

En ese instante uno de los comerciantes se acercó al hombre y le dijo que Orestes estaba en el palacio. Nazario reaccionó con asombro y preguntó —¿Por qué nadie me informó? ¡Sirvientes! ¡Llévenme al palacio! —ordenó. 

—Aguarde un momento, conde Nazario. —habló Hatysa despertando debido a los gritos del conde. —¿Dónde está su hijo? 

Nazario dijo que su hijo mayor estaba en Castinia y que pronto regresaba Sabidia. Acto seguido, subió al carruaje y partió al palacio escoltado por los guardianes y la princesa. Al llegar, Hatysa quedó hechizada por tanta majestuosidad y junto a sus guardianes, caminó hasta el gran salón en donde Nazario les pidió esperar. 

El conde subió la enorme escalinata y llegó al mirador en donde encontró a Horana. —¡Hija mía, he regresado!

—¡Padre! —Horana corrió hasta acercarse a Nazario, se inclinó ante él y como muestra de respeto besó su mano derecha. 

Orestes observaba el comportamiento de la mujer y recordó cuando hacía lo mismo con sus padres o su tío y mentor Plerión. En ese momento, Nazario se acercó a Orestes y le informó que alguien esperaba por él en el gran salón. El príncipe bajó y muy sorprendido vio a su hermana acompañada de los guardianes. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.