"índigo como la profundidad del océano"
Annelisse observó conmocionada al hombre ante ella. Alto, de cabello oscuro y ojos esmeralda... Después de que Danika convirtiera a Celic en un humano, se habían enfrascado en una pelea y Christopher tomó la oportunidad para llevarla dentro del castillo sin permitirle ver nada en el camino.
En este instante, los cuatro se encontraban reunidos en el comedor. Christopher en la cabecera con Annelisse a su derecha... Danika con una mueca en sus labios del otro extremo y Celic a la izquierda de Christopher.
Annelisse no logró apartar la mirada de Celic... Christopher le había prestado unas prendas de vestir, le quedaban algo holgadas, ya que, Christopher es más alto que él. Pero, aún así, no podía negar que era apuesto.
—¡Maldito seas, Celic! — vociferó Danika.
Sin comprender realmente la razón del odio entre Danika y Celic. Annelisse decidió guardar silencio y esperar que Christopher se tomara un segundo para explicarle...Pero, no sucedió.
— ¿Qué los llevó a terminar así? — preguntó Annelisse en un susurro intentando ocultar su intromisión. Pero su curiosidad terminó ganando, como siempre... Chirstopher sonrió ante el intrigante brillo en la mirada de la joven.
— Danika y Celic solían ser una pareja algo... inusual. Celic era un humano común y cuando se conocieron, Danika se enamoró profundamente... Cuando Celic se enteró de lo que realmente es ella, decidió abandonarla. Danika se enfadó muchísimo y maldijo a Celic.
Sinceramente, a Annelisse también le resultó molesta la actitud que Celic tomó al darse cuenta de que Danika era una bruja... Ella se habría molestado de igual manera y él tenía bien merecida la maldición que recibió.
— Celic intentó huir pero no lo logró — prosiguió Christopher sin importarle la mortal mirada que el susodicho le estaba lanzando — Así que Danika lo maldijo con la vida de un felino durante los días que ella viviera.
— Así que, si Danika es capaz de vivir durante siglos ¿Celic lo haría también?
Christopher solo asintió y se levantó de la mesa.
— Lo que sea que deban discutir no es de nuestra incumbencia. Annelisse y yo nos retiramos — soltó él de repente, parando la diatriba molesta de la bruja y ganándose una mirada irritada del hombre al que aún no podía imaginar como gato... Aunque, así lo había conocido en un principio.
Por más que Annelisse quisiera escuchar lo que aquel par tenía por decirse, decidió seguir la orden de Christopher y salir del comedor con la cabeza en alto, como si no le importara en lo más mínimo.
Caminaron por el amplio pasillo en silencio, hasta que Annelisse decidió romperlo con una pregunta que estuvo rondando en su mente: — El libro que apareció... ¿Era de encantamientos?
— Se le conoce como Grimorio —contestó Christophery se giró para observar a Annelisse, iba unos cuantos pasos tras él y su mirada grisácea estaba enfrascada en el suelo.
— ¿Grimorio? — pronunció ella levantando la mirada. La calidez en la mirada de Christopher la dejó sin aliento, sus ojos azules observaban atentamente cada centímetro de su piel... pero se detuvieron en sus labios. Annelisse apartó la mirada.
— Un libro de magia — explicó Christopher y comenzó a caminar de nuevo. Bajó la mirada hacia el recién adquirido anillo en su dedo. Danika se lo había ofrecido esa mañana, le dijo que le sería muy útil... Al parecer la bruja aún guardaba sus más poderosos hechizos para sí misma de forma egoísta, pero, por alguna razón, decidió darle aquella pieza de plata.
Un estruendo resonó por todo el castillo, una ventisca inesperada apareció en el interior dejando el caos a su paso... Danika salió furiosa del comedor y se acercó aprisa donde se encontraban Christopher y Annelisse.
— ¡Me iré!... pero regresaré — soltó de repente y se giró sobre sus talones. Empezó a caminar hacia el recibidor y con ayuda del viento que estaba controlando con su poder, abrió la enorme puerta de la entrada.
Annelisse había tomado por costumbre los hábitos de Christopher y sus sirvientes, dormir en el día y vivir la noche, no le había quedado de otra... Ahora sabía la razón por la cual estaba exhausta. Los primeros rayos solares que marcaban el inicio de un nuevo día no tardaron en colarse dentro de la estancia a través de la puerta abierta y sus ojos dolieron por el cambio brusco.
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Editado: 25.05.2018