Cuando descubras que eres capaz de manejar el Universo a tu antojo aceptarás tu misión, Custodia.
El Guardián.
Yo, la extraterrestre.
Tamara levanta la mirada y detecta el peligro avanzando hacia ella; por un breve instante desea apelar al poder que le confiere la sangre de ambas razas que corre por sus venas pero al recordar lo ocurrido la única vez que se atrevió a liberarlo voluntariamente, desiste. Gira el rostro hacia su izquierda y ve a su padre que ensimismado en la enormidad de la recaudación acumulada e ignorante de lo que sucede a su alrededor cuenta el dinero, ansioso. Todo ocurre deprisa. Dos hombres empuñando armas los amenazan silenciosamente, el tercero asegura la puerta de ingreso con la llave que descansa en la cerradura, baja las cortinas romanas y dando la vuelta al cartel que reza “CERRADO”, da por seguro el atraco. Iván entrega todo el dinero que tiene e ignora la pistola que apoyada en su cien amenaza con destruirlo. Sus ojos están puestos en su hija que tomada como rehén se deja asir del brazo izquierdo, mansamente. El tercer cómplice se acerca al mostrador y con premeditada parsimonia guarda el botín en sus bolsillos. Divisan la puerta que da acceso al depósito y el que tiene prisionera a Tamara la arrastra hacia allí seguida de los demás. Descubren a Ema contoneándose al compás de la música que escucha por los auriculares que lleva puesto mientras encinta una caja de espaldas al peligro. El delincuente que está libre le pega un puñetazo en medio de la espalda y aturdida queda tendida en el piso. Iván se zafa de su captor e intenta golpear al agresor de su esposa, Tamara pega un grito cuando lo observa desplomarse víctima del culatazo propinado en la nuca por el criminal que golpeó a su madre. El malhechor que la apresa la empuja con fuerza, cae al piso y se acurruca en un rincón mientras los observa maniatar a sus padres con la cinta de embalar que hace poco instantes su madre utilizó. Los delincuentes se alejan de ellos lo máximo que el lugar les permite y discuten el reparto del dinero. Tamara supone que el que apuntó a su padre, el más alto y de contextura robusta, es el cabecilla ya que los otros dos, posiblemente hermanos por su parecido físico, se conforman con obedecer. El “Jefe” gira el rostro hacia ellos, se acerca lentamente sin quitarle la mirada a Tamara, ella lo desafía sosteniéndosela fijamente, se detiene a dos pasos y hace lo que cualquiera en su situación, pedir más.
‒¿Dónde está el resto?
‒¡Le dimos todo! ‒protestó Iván.
‒¿A quién mato primero? ‒El Jefe lo mira de reojo y apuntándolo alternativamente a Iván y a Ema, sarcástico amenaza.‒ ¿A mami o a papi? ‒Clava la mirada en Tamara y sonríe presumido.‒ Vos elegís.
‒Sólo quedan dulces ‒replicó refiriéndose a la mercadería que ofrecen en el negocio.
Se queda pensativo por unos segundos, se aproxima más a ella, se agacha para ponerse a su altura y con el dorso de la mano derecha le acaricia la mejilla bajando sinuosamente hasta el cuello. Tamara se suelta del repugnante roce retrocediendo su cuerpo hacia un costado. Jamás pensó que la palabra dulce tuviera ese significado.
‒Hummm… ‒El malhechor se irgue y con una sonrisa mordaz confiesa en voz alta.‒ Tengo hambre. ‒Los demás se ríen a carcajadas festejando la ocurrencia.‒
Tamara adivina su intención y lo fulmina. Inmediatamente comprende el mensaje. Transpira rencor por cada poro de su piel cuando escucha a Jefe autoproclamarse ganador y dándole una moneda a los otros los insta a “sortear” el orden de quién abusará de ella en segundo lugar. Cierra los ojos y percibe al odio atragantándosele en la garganta, le cuesta respirar y la adrenalina arrasa a su paso con el frágil intento de evitar apelar a su esencia. Los abre y con un bufido de alivio acepta lo único que jamás deseó poseer, la maldición que su estirpe le heredó. Su respiración se vuelve desordenada mientras en su interior se debate el sentimiento que desde los ocho años jamás se permitió sentir hasta ahora, ira. Sonríe al comprender que todo lo que creyó una intrincada maraña de misterios, olvidos premeditados y extraños sucesos sin explicación racional no son más que una coraza armada cuidadosamente para defenderse de sus propias vivencias. Esas, que la obligaron a esconder su verdadera esencia, imbatible. Se sabe fuerte, indestructible; deseosa de desplegar todo su poder y de saber que nada ni nadie puede detenerla. Arma una sonrisa torcida e inclina el rostro dándole un matiz malévolo, mira alternativamente a cada uno de sus padres y éstos la observan sin comprender lo que sucede. Su captor, el que se atrevió a maltratarla, la toma del brazo con fuerza y trata de levantarla de su lugar.
‒¡NO! ‒rugió con ímpetu.
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Editado: 29.05.2018