¡Por lo menos no soy la única en la familia!
Al llegar a la esquina de su casa detiene su rápido andar. Vacila y mira atrás en afán de escapar, sabe que es inútil. Nada gana con dilatar el momento en que tendrá que enfrentarlos. Levanta la mirada y observa a su tía que camina en círculos intentando calmarse. Retoma el paso y avanza hacia su más crítica y compinche compañera de vida. Sonríe al comprobar que pese al paso del tiempo, Lissi no logra controlar su impaciencia.
Son muy parecidas en su contextura física, ambas tienen la misma estatura. Miden tan sólo un metro cincuenta y cinco, son muy delgadas y cuando están juntas y las miran de espaldas, las confunden por hermanas. Se diferencian por pocos detalles. Uno, el cabello; dos, la edad. Mientras Lissi lo tiene cortado a los hombros, Tamara lo lleva un poco por debajo de la mitad de su espalda. Además, Lissi tiene una creciente arruga en medio de sus cejas que la tiene a mal traer, le cuesta aceptar su edad. Esa negación se debe a que es muy jovial y se siente de dieciocho… aunque tenga un poco más del doble de la edad de su sobrina. Asimismo, son muy parecidas en sus caracteres. Más de una vez, Tamara se preguntó si al ver el rostro de su tía no ve su propio reflejo, su futuro. No le disgusta para nada la idea. Pero se juró a sí misma que tendrá más cuidado en la elección de pareja. Definitivamente su tía no tiene buen ojo para esos asuntos.
Lissi la divisa y sale corriendo a su encuentro.
‒¿Cómo pudiste hacernos esto? ‒le recriminó con ternura.
Su reacción no es un buen signo, nunca habla en plural. Sólo significa una cosa, está enojada. Tanto o más que sus padres... juntos. Tamara la mira de soslayo e intenta disculparse. No logra pronunciar palabra… se le atragantan en la garganta. Se siente vulnerable y rompe a llorar. La tensión acumulada durante tanto tiempo hace estragos en su postura. Lissi le da un fuerte abrazo, la suelta, le estampa un beso en cada mejilla y con sus dedos pulgares le limpia las lágrimas mientras sus manos la enmarcan el rostro. Sonríe ante la travesura de su sobrina, la abraza nuevamente y le murmura al oído lo que para ella significa la salvación a su desliz.
‒Quedate tranquila, yo me encargo.
Se sueltan y Tamara con la mirada en alto ingresa al jardín seguida por Lissi. Ema las divisa a través de la ventana y sale disparada a su encuentro, Iván la sigue. La abrazan con fervor y sin pronunciar palabra, la conducen adentro. Ema le da un beso fraternal en la frente y se dirige a la cocina a preparar té. Tamara con la mirada fija en el piso se sienta en el sillón de algarrobo situado en el living, se acomoda en los almohadones color maíz y cierra los ojos. Lissi se sienta a su lado y apretándole la mano le infunda coraje. Iván se sienta sin apartar la vista del rostro de su hija, enfrentándola. A los pocos minutos la bandeja descansa sobre la mesa ratona y Ema sirve el té. Tamara toma su taza y toma un sorbo. Siente todas las miradas sobre ella, la deja sobre la mesa.
‒Salí a pensar… ‒murmuró sin mirarlos, abochornada.
‒¡Ya lo sabemos! ‒contestó apresuradamente en un tono ameno Lissi‒. ¿Cierto? ‒Con las cejas levantadas y gesto autoritario exigió en forma solapada a los padres de la Custodia que aceptasen su postura.
Tamara admira el poder de convencimiento que su tía tiene para con sus padres. Cree que se trata de algún tipo de don.
‒Ya que todo se aclaró. ‒Dirigiéndose a Tamara con una mirada cómplice le recuerda que no da puntada sin hilo.‒ Es hora que tengamos esa conversación que nos debemos desde hace mucho tiempo.
‒¡Pero si no nos vemos hace una semana! ‒replicó confusa por la insistencia de ahondar en el motivo que intenta por todos los medios esquivar.
‒¡No importa! ‒Dejándole en claro que no acepta un no como respuesta.‒ Para mí es como si fueran siete años.
‒Está bien… ‒Resignada, Tamara se levanta y propone el único lugar de la casa donde sus padres tienen acceso restringido.‒ Vamos a mi cuarto.
Se levanta de su lugar y ve por el rabillo del ojo a su tía que le guiña el ojo a su madre mientras se dirigen a su cuarto. Tamara entra y se acomoda en su cama con una almohada en su espalda para estar cómoda. Lissi ingresa, cierra la puerta y la asegura con llave.
‒¿De qué tenés miedo? ‒preguntó asombrada de su accionar.
‒Que te escapes de nuevo ‒confesó con una sonrisa pícara en su rostro.
Lissi avanza hacia ella mirándola fijamente a los ojos, se detiene delante de la cama y se sienta enfrentándola.
‒¡Ahora me vas a contar todo! Inclusive lo del sueño que te está enloqueciendo ‒exigió, pícara.
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Editado: 29.05.2018