Según la tradición, el primer rey de Roma fue Rómulo, que gobernó la ciudad del 753 al 716 a.C..
Su primer acto fue fortificar el Palatino, donde él mismo se había criado. A continuación, reunió al pueblo y le dio las reglas del derecho, ya que nada más que el derecho podía unirlo en un solo cuerpo político.
El pueblo romano fue dividido por Rómulo en tres tribus: los Ramnes, los Tities y los Luceres. Cada tribu estaba dividida en diez curias. Cada curia, en diez gentes, y cada una de éstas, en familias.
Las curias se reunían generalmente dos veces al año, y en estas ocasiones celebraban el comicio curiado, que entre otras cosas se ocupaba también de la elección del rey cuando uno moría.
Todos tenían igual derecho a voto. La mayoría decidía. El rey desempeñaba su cargo. Era la democracia absoluta, sin clases sociales.
Para ayudar al rey a gobernar, Rómulo creó un consejo de ancianos llamado Senado. Estaba formado por un centenar de miembros. Al principio su única tarea era asesorar al rey, pero poco a poco fueron adquiriendo más poder e influencia.
Y por fin nace, como organización estable, el ejército, basado a su vez sobre la división en las treinta curias, cada una de las cuales había de proporcionar una centuria, o sea cien infantes, y una decuria, o sea diez jinetes con sus caballos.
Las treinta centurias y las treinta decurias, o sea tres mil trescientos hombres, constituían juntas la legión, que fue el primero y el único cuerpo de ejército de la antiquísima Roma.
Sobre los soldados, el rey, que era su comandante supremo, tenía derecho de vida o de muerte. Mas tampoco este poder militar lo ejerce de manera absoluta y sin control.
Dirige las operaciones, pero después de haber pedido consejo al comido centuriado, o sea a la legión en armas, cuya aprobación solicita también para el nombramiento de los oficiales que en aquellos tiempos se llaman pretores.
En suma, todas las precauciones habían sido tomadas por los romanos para que el rey no se convirtiese en un tirano. Tenía que quedarse en «delegado» de la voluntad popular.
Cuando Rómulo murió, los romanos dijeron que el dios Marte le había raptado para conducirle al cielo y transformarle en dios, el dios Quirino.
Le sucedió, como segundo rey, Numa Pompilio, al que la tradición nos describe como mitad filósofo y mitad santo. Lo que más le interesaba eran las cuestiones religiosas. Así que Numa decidió poner orden en el asunto.
Y para imponer este orden a sus rencillosos súbditos, hizo cundir la noticia de que cada noche, mientras dormía, la ninfa Egeria iba a visitarle en sueños, para transmitirle directamente las instrucciones para ello. Quien hubiese desobedecido, no era el rey, hombre entre los hombres, que habría tenido que habérselas, sino con el padre eterno en persona.
La estratagema puede parecer infantil, mas también hoy sigue arraigando, de vez en cuando. En estos asuntos, la Humanidad no ha progresado mucho desde los tiempos de Numa.
Numa Pompilio gobernó del 716 al 673 a.C. Los cuarenta y tres años de reinado de Numa fueron tranquilos y felices, sin guerras ni calamidades.
A la muerte de Numa, Tulo Hostilio fue elegido rey y reinó del 673 al 641 a.C.
Su reinado fue tan belicoso como pacífico había sido el de Numa. El acontecimiento más memorable es la destrucción de Alba Longa. De los burgos y ciudades que circundaban Roma, Alba Longa era la más rica e importante.
Surgió una disputa entre las dos ciudades, y sus ejércitos se pusieron en fila uno contra el otro.
Dícese, en efecto, que ambos ejércitos remitieron la suerte de las armas a un duelo entre tres Horacios romanos y tres Curiacios albalonganos.
Éstos mataron a dos Horacios. Pero el último, a su vez, les mató a ellos y decidió la guerra.
Alba Longa fue destruida y sus habitantes reasentados en Roma.
Ancus Marcius, sucesor de Tullus Hostilius, gobernó del 640 al 616 a.C.. Conquistó varias ciudades latinas y trasladó a muchos de sus habitantes a Roma, donde les asignó el Aventino como lugar de residencia.
Durante el reinado de estos reyes, el elemento campesino prevaleció en Roma y su economía fue sobre todo agrícola.
Aquellos tres mil trescientos hombres que constituían su ejército nos demuestran que la población total debía ascender a unas treinta mil almas, de las cuales la mayor parte estaba seguramente diseminada en el campo.
La mayor parte de ellos vivían en cabañas de barro construidas confusa y desordenadamente.
Por la mañana, los nombres bajaban al llano para labrar la tierra. Y entre ellos estaban también los senadores que, como todos los demás, uncían sus bueyes y sembraban la simiente o segaban las espigas.
Los chicos les ayudaban, pues la labor del campo era su única y verdadera escuela, su único y verdadero deporte.
A este régimen no escapaba siquiera el rey, que tan sólo con la dinastía de los Tarquino tuvo un uniforme, un yelmo e insignias especiales.
Hasta Anco Marcio, fue igual entre los iguales, también aró la tierra detrás de bueyes uncidos al yugo, sembró la simiente y segó la espiga.
No parece ser cierto que tuviese un palacio o por lo menos una oficina. Sí, en cambio, que andaba entre la gente sin una escolta de protección porque, de haber tenido una, todos le habrían acusado de querer reinar por la fuerza en vez de con el consenso del pueblo.
Las decisiones las tomaba bajo un árbol, o sentado a la puerta de su casa, tras haber oído las opiniones de los ancianos que formaban círculo a su alrededor.
Fue el advenimiento de una dinastía etrusca lo que cambió radicalmente las cosas, tanto en la política interior como en la exterior.