Otra oportunidad para el amor

5

Cuando ya estaba perdiendo la esperanza alguien del pasillo nos escucha y nos ayuda a salir

Cuando ya estaba perdiendo la esperanza alguien del pasillo nos escucha y nos ayuda a salir.

—Apartaros voy a golpear la puerta.

Le obedezco y me alejo de la puerta, tras un golpe muy fuerte el cerrojo de la puerta cede y se abre sola. Nuestro salvador pasa y se fija en nosotros, si no fuera porque no le conozco de nada ahora mismo me acercaría a darle un beso.

—Gracias tío—le agradece el chico de la toalla.

—Nos hemos preocupado estabas tardando mucho, ¿estás bien? —dirige su mirada hacia mí.

«¿Qué se cree que le he hecho?»

—Sí, el cerrojo ha muerto —el chico se ríe y lo observa—. Te toca pagarlo.

—¿A mí?

Asiente y saca un papel.

—Apúntame tu número y en unos días te llamaremos para que te encargues de ello.

Le miro perpleja, yo no he sido la que ha roto el cerrojo y me niego a pagarlo.

—No pienso pagarlo, lo ha roto tu amigo.

—Entonces creo que la fiesta ya ha acabado para ti.

No pienso perder ni un minuto más con ellos, doy media vuelta y me marcho, bajo las escaleras y salgo de la fraternidad sin esperar a Rebeca. Camino hacia la residencia pero me paro en cuanto me doy cuenta de que no llevo el móvil encima.

Está roto qué más da.

Me olvido de él y regreso a mi habitación, me cambio la ropa y me pongo el pijama. Me meto en la cama y no tardo en dormirme, esta noche sueño con sacos de boxeo y aquel chico en el baño sin camiseta.

Para evitar que los baños se llenen antes de que pueda darme una ducha en condiciones me levanto temprano y cojo mi bolsa de aseo        

Para evitar que los baños se llenen antes de que pueda darme una ducha en condiciones me levanto temprano y cojo mi bolsa de aseo. Abro una de las cortinas de ducha y la cierro rápidamente, solo se oye el ruido de algunas gotas de agua cayendo al suelo. Disfruto de la paz y del agua caliente, desde que llegue no he parado de ducharme con agua fría y ya me he cansado.

Abro el grifo y enjabono mi cabello, los recuerdos del chico de ayer invaden mi mente. Fue un completo imbécil y no sé porque pienso en él, hay algo en Nathan que llamó mi atención y no sé qué es. Pierdo la noción del tiempo debajo del agua, cierro el grifo y miro mi piel arrugada. Cojo la toalla y rodeo mi cuerpo con ella, cojo mi bolsa y salgo del baño cruzándome con las primeras madrugadoras de la mañana.

Cuando regreso a la habitación Rebeca me mira desde la cama, me paro enfrente del espejo y cepillo mi cabello. Mi mirada va directa al cuadro que descansa sobre mi mesita, una foto mía junto a Trevor. Han pasado tres años pero sigo pensando que tenía una vida por delante junto a él, nos iríamos a vivir juntos en un apartamento cerca de la universidad. Tendríamos una linda boda en la playa y también dos niños que se parecieran a él y tuvieran sus ojos.

Pero cuando ocurrió el accidente todo se esfumó, toda mi vida se desmoronó y caí en depresión. Tantos recuerdos me vienen a la memoria que no puedo evitar ponerme a llorar enfrente de Rebeca, me siento vulnerable pero no aguantaba más. Ella se levanta corriendo de la cama y me cubre con sus brazos, acaricia mi cabello y me pide que no llore.

—¿Te encuentras bien?

Asiento aunque le esté mintiendo, se separa y me sonríe. Hacía mucho tiempo que no me desahogaba así, limpio mis lágrimas con la manga y me acerco al armario. Saco del armario un vaquero y una blusa de lunares, me pongo las zapatillas y cojo los libros de la mesa.

Hoy es nuestro primer día oficial en la universidad y Rebeca y yo agradecemos que la residencia no esté lejos. Ayer fue el día de iniciación nos llevaron por el campus para enseñarnos donde estaba cada cosa y después empezaron los entrenamientos de todos los deportes.

Rebeca y yo nos despedimos y ella se marcha a su próxima clase, me paro enfrente de la puerta y me fijo bien en que no me haya equivocado. Miro el papel y entro en clase, me siento en uno de los pupitres y me fijo en que aún falta más de la mitad de los alumnos.

El profesor no tarda en llegar y mientras esperamos prepara la proyección, una chica entra apresurada a la clase y se aparta el pelo de la cara para buscar un sitio libre. Se sienta a mi lado y respira hondo, largos tirabuzones rojos le caen por la cara y me pregunto cómo podrá peinar tanta cantidad de pelo.

—Bueno vamos a empezar —anuncia el profesor levantándose de su asiento.

El proyector empieza a funcionar y en la pantalla aparecer unos cuantos problemas de cálculo.

—Tenéis una hora para resolver todos los problemas, son bastantes sencillo.

Miro la pantalla y me mareo al ver tantos números seguidos, el profesor nos reparte una hoja y empezamos a copiar los problemas en ella. La puerta se abre de par en par y todos dirigimos nuestra mirada hacia ella, aparece el chico del baño con la capucha de su chaqueta aún sobre la cabeza, el profesor le pide que se la quite y él le obedece a regañadientes.

—¿Puede decirme su nombre?

—Nathan Donovan.

—Perfecto Donovan, siéntese allí —señala el pupitre que hay al lado de mí, que por desgracia está vacío.




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