LUKA
Hoy me tocaba lavar el coche y decidí hacerlo a un costado de la casa, en la sombra; aunque sea podía elegir eso. A pesar de que nunca lo usaba, los guardias sí.
Según el diario, ya habían pasado casi cuatro semanas desde que Francesca me drogó para traerme a este lugar. No tenía la menor idea de en dónde estábamos, pero tenía que agradecer que no me trataban como si estuviese secuestrado, aunque sí lo estaba.
No dejaba de pensar en mis padres, Rae, Peter, Val… No tenían la menor idea de mi paradero, ni si estaba vivo o muerto. Sin embargo, tenía las leves esperanzas de que, por arte de magia, me dejaran ir pronto.
—¿Ray?
Su voz hizo que mi corazón se detuviera por un segundo, y solté la manguera para girar y verla. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora y el pánico invadió mi ser. Estaba aquí.
—Tienes que irte —murmuré retrocediendo.
—Ven, podemos irnos ahora —susurró.
—No, no, no, Rae. No entiendes, tienes que irte —dije entre dientes.
Me miró confundida, pero no podía ser más claro.
—¿Valkiria?
La puerta trasera se cerró y la escuché caminar hacia nosotros.
Rae sacó una pistola chica de la campera para apuntarle a Francis, y me puse frente a ella. No porque tuviera miedo de que la matara, sino porque si lo hacía, moríamos nosotros.
—Suelta eso —le rogué con la mirada.
—Muévete —musitó ella sin sacarle los ojos de encima a Francesca.
—Si fuera tú, lo escucharía —contestó ella.
—Esté lugar está infestado de guardias y armas, si te ven…
Y en ese preciso momento, uno de ellos apareció de la nada y la golpeó en la cabeza con la culata.
—¡No era necesario! —exclamé corriendo hacia ella; sin embargo, cuando llegué, me hizo lo mismo.
—¡Despierten! Me aburro, por el amor de Dios —gruñó mi esposa mientras golpeaba una cacerola.
Sacudí la cabeza aturdido, y cuando levanté la mirada, Rae estaba frente a mí atada de manos y pies en una silla. Intenté moverme, pero yo también lo estaba. A penas la podía ver, estábamos en el sótano y solo había una luz tenue.
—¿Por qué está aquí? —murmuré furioso.
—Tomé tu celular y le dije en dónde estábamos, pan comido —rio antes de suspirar dramáticamente—. ¿Qué haré con ustedes ahora? Estuve mucho tiempo debatiéndolo, no voy a mentir, y todavía no estoy segura.
Le sacó el seguro a su arma de nueve milímetros y le apuntó a Rae haciendo que cierre los ojos mientras temblaba.
—Esto es entre tú y yo, Francis —mascullé sin sacarle los ojos de encima.
—En realidad, no es tan así.
Y como si fuera poco, su padre apareció.
—¡Ella no tiene nada que ver con nada! —grité y Francesca me golpeó con la pistola en el pómulo.
—¿Quién le explica a la pobre niña? —preguntó observándonos a todos, incluidos los guardias.
—Si me permites, quiero presentarme primero —comenzó a decir el Sr. Damiolini y se acercó a Rae para sentarse junto a ella—. Me llamo Carlos Damiolini y soy un traficante de las mejores armas del mundo.
Los ojos de Rae se ampliaron haciendo que Francis riera.
—Cuando pensé que no podían ser más grandes…
—¡Francesca! —exclamó su padre y ella se calló—. Como decía… La empresa no es lo que me hace millonario, simplemente es un medio para lavar el dinero.
—¿Y yo qué tengo que ver? —susurró asustada.
—Pues, tú te metiste en el medio —explicó apuntándome—, y ahora mi hija no es feliz.
—¿Tienen a Ray secuestrado y ahora a mí por eso? —inquirió y soltó una carcajada—. ¡¿Están dementes?!
—¿Ray? —cuestionó Carlos antes de mirar a los guardias—. Pueden retirarse, no los necesitamos.
Ellos asintieron y se fueron uno detrás del otro.
—Háganme lo que quieran, pero, por favor, déjenla ir —insistí con los ojos sobre mi suegro.
—Mi hija es la que da las órdenes y yo solo pago, lo siento —contestó mientras se levantaba para acercarse a mí, y cuando llegó, se inclinó—. Si hubieses sido un poco más inteligente, ahora estarías tranquilo en la oficina a punto de ser el gerente.
—Pues ahora me cago en esa estúpida compañía —respondí y lo escupí en la cara.
Se limpió con la mano mirándome con odio y giró hacia Francesca.
—Tráelo.
—Pero…
—¡Tráelo!
Regresé los ojos a Rae, quien tenía los suyos en el suelo. Su pie se movía sin parar y su labio temblaba. Cuando pensé que no había nada que pudiera destrozarme más…
—¿Rae? —la voz de Zane inundó la habitación, y cuando ella lo miró, empezó a sollozar.