Esta historia contiene escenas de violencia y tortura explícita.
La noche en la que la vida y el destino de Peter Benjamín Parker cambiaron, el cielo de Nueva York no dio cuenta de ello. La noche era cálida y tranquila, tanto, que parado en la azotea del edificio abandonado que Spider-Man tenía planeado usar como punto de encuentro para reunirse con su informante, el chico miraba en todas direcciones ansioso.
Los super poderes le habían otorgado a Peter un agudo sentido para detectar problemas venideros, útil y práctico para su actual profesión como héroe anónimo; incómodo y poco específico para un adolescente con sentimientos de culpa.
Una pegajosa y cálida briza molestaba su intranquila espera. Los característicos ruidos de una ciudad llena de vida sonaban mucho más distantes a aquella demencial altura, pero eso era algo que agradece. Quizás fuera correcto decir, generalmente. Esa noche, Peter hubiera deseado haber desarrollado un súper poder auditivo. No iba a decir que saltar y trepar muros no fuera cool, su instinto arácnido era único, pero nada lo libraba de su mente y los constantes golpes que esta le daba a su moral.
La tranquilidad impoluta de una ciudad abarrotada era enfermante para su sistema nervioso. Algo en la espesura de la noche vaticinaba problemas, peligro y eso era algo de lo que todo su sistema era consciente. Hubiera huido, llevaba años confiando en su instinto como para no reconocer las alertas, pero de nuevo —esa noche en particular— sentía que esta reacción más se debía a una falta de concordancia entre lo que debía y lo que quería hacer.
Más solitario de lo que le apetecía, Peter tenía muy presente que los amigos se contaban con una mano y por ellos los añoraba como un bien preciado. Había aprendido que en la vida había cosas mucho más importantes que lo material, el amor y el afecto no eran regalados, como tampoco lo era estar vivo. Una noche, un segundo o una mala decisión podrían cambiarlo todo y como quién ya tropezó con esa piedra, Peter cuidaba sus pasos al andar. Esa mísera noche, una que traía a su mente recuerdos y dolores de un evento pasado que prefería olvidar, sentía que iba en la dirección contraria a la que había decidido encaminar su vida. Estaba esta pequeña y molesta voz le repetía una y otra vez que estaba tomando la decisión equivocada.
Como si manejara un auto descontrolado, cada segundo que pasaba sentía que se acercaba más y más a un barranco, pero no podía girar la dirección o frenar. No porque no quisiera, lo anhelaba, pero no podía. Su deber era quedarse allí, firmemente parado, soportando el calor y la culpa. Asumiendo una vez más el rol que él mismo se impuso, debía aguardar a que su informante apareciera. Una de las pocas cosas que le quedaba por pedir es que trajera buenas noticias.
«Sigue soñando, Peter» pensó con malestar.
Un hombre, ya con sus años y sus mañas, no diría que concordaban con su definición de “buenas noticias” pero no sería una novedad que él y Tony Stark discreparan. Básicamente su relación estaba basada en que el genio pensara de una forma y él de otra, y él se pasara buena parte del día cometiendo error tras error intentando demostrar que poseía la razón. Algunas veces lo conseguía. Secretamente, esperaba que esa noche fuera una de ellas.
En un salto de fe, Tony le había dado a Peter el penoso total de setenta y dos horas para corroborar o desmentir cierta información sensible que había llegado a sus manos. Límite de tiempo en el que si no conseguía algo, iba a intervenir por sus propios medios y todos sabían que “propios medios” significaba lo mismo que una puesta en escena para la plebe en el coliseo: sangre y locura.
El silencio tangible que lo rodeaba se vio interrumpido violentamente por el sonido de su celular y Peter agradeció no tenerlo en la mano, pues este hubiera ido a parar irremediablemente al piso. Obligándose a comportarse con la altura que su traje merecía, fingió a los ojos de nadie que aquello era un mero trámite y desbloqueó el celular que Tony le había dado para su misión. Intentó continuar impoluto mientras leía, pero su sistema precognitivo de alerta seguía gritando en su interior que saliera de allí.
De: Harry Osborn
Logré accederá a la base. Voy en camino.
Soltó un suspiro resignando. ¿Podría acaso uno de sus mejores amigos ser más críptico? A su entender, si hubiera tenido que recurrir a Ned, el chico hubiera adelantado algo más en el mensaje. Ned no diría cosas tan amplias y llenas de misterios; su amigo nunca hubiera podido frenar la verborragia natural que compartían. Harry, por otro lado, era más que capaz de mostrarse frío y racional inclusive en un tema tan delicado y personal. «Es un negociante nato» le dijo su atormentada conciencia.
Dos días atrás, el señor Stark —mucho más serio de lo que alguna vez lo vio— le pidió unos minutos para hablar. El simple hecho de que fuera a recogerlo a la universidad hubiera logrado que él le dijera que sí a cualquier cosa, pero ese mismo cosquilleo en la nuca que ahora le sugería que volver a su recámara en Queens era lo mejor que podía hacer, le advirtió que algo grave pasaba.
Sentados en un silencio incómodo, vieron las calles y el tráfico que los rodeaba pasar con rapidez. El aire suspendido entre ellos tenía el ácido sabor a acre que llevaba ahí desde el día en que declinó la oferta de ser un Vengador. No le tomó nada darse cuenta que al salir de la Sede aquella tarde estaba dejando atrás algo más que un trabajo. Su ilusión adolescente de que aquello fue una prueba se vino abajo con la conferencia de prensa abruptamente cancelada por el millonario y, pese a que Tony jamás se lo echó en cara, él no podía evitar sentir la culpa pegarlo al suelo.
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Editado: 13.07.2021