Tony, rara vez sentía que podría partirle la boca a Bruce. Incluso cuando este se ponía terco, se cerraba a oírlo y aceptar de una buena vez sus putas ofertas de trabajo, Tony se mostraba paciente y persistente; siempre se mostraba listo para sonreírle y volver a la carga a la menor oportunidad.
En verdad en ese momento no le molestaba su tono displicente, aburrido y casi divertido, lo que le fastidiaba era su terquedad. Y sí, sí, también le tocaba ligeramente los cojones saber que aquella pulseada su labia, sus millones o su ilustre cerebro no ganaban. Pero no hacía nada de todo lo que se le venía a la mente, porque en realidad Bruce era un amigo. Un buen amigo. De esos que no tenías pegado como chicle todo el tiempo, pero que a la primera de cambio se tomaban un avión —o se convertía en un gran y malo monstruo verde— y venía a plantarse a tu lado.
Intenta recordar que debe ser paciente, que está de su lado después de todo, pero sigue negando, sigue refutando y eso hace que otra vez en su mente el sueño fantástico de él destripando el teléfono vuelva a surgir.
Bruce ya se había ofrecido a dejar el país donde se mantenía obstinadamente pobre, e ir allí a darles una mano. No conocía de nada a Peter, pero empatizaba con él y sí, el brillante doctor Banner también se había dado cuenta de cuán importante era el chico para él.
Tony descartó su ayuda e intervención directa y no porque otra mente brillante sobrara, era esa maldita negatividad la que lo tenía harto. No quería dejar que contamine con ella a Peter. No ahora que, después de casi dos días, el chico se reía y traía un color resplandeciente en las mejillas.
Bruce hacía una hora había vuelto a decirle que le diera un poco de tiempo para preparar todo y mandara por él al jet. Bruce estaba querido ser un buen amigo, pero Tony quería al brillante científico, no al idiota de gafas que seguía cogiéndole el teléfono pese a que se lo tirará cada vez que iba en su contra.
—¿Se cortó la comunicación? ¿Tony? ¿Me ignoras? —añadió con un suspiro divertido.
Tony solo le hizo una mueca al estúpido teléfono en su escritorio y oyó la risita salir de este.
—¿Para qué me llamas si vas a hacer esto?
—Lo haré hasta que seas racional.
La línea se quedó en silencio, o tanto como el tumultuoso tráfico de Bali permitía.
—Bueno. Espero que no te moleste la factura de teléfono. Porque no cambiaré mi opinión. —dijo terco como él.
Tony hizo otra mueca, pero sintió la tirantez de su estómago acrecentarse. Podía permitirse diez vidas de llamadas 24/7. No era eso, era realmente que no quería escucharlo, no le interesaba un carajo su maldito concepto de margen de error. Menos le interesaba saber que tan acertados eran sus pronósticos. No porque Tony necesitaba que ese maldito se pusiera de su lado y le dijera lo de siempre: «Esto es estúpido, pero puede funcionar»
—Bien. Puedes contarme cómo estuvo tu día. —dijo con fingido interés, sin ánimos de ser un maldito adulto.
—O, puedo enumerar otra vez los puntos negativos en tu plan. —ofreció.
Tony se tragó un gruñido y cogió la maldita pelota antiestrés que tenía por allí. Apretándola con furia suficiente para deformarla toda y que esta gimiera dentro de su palma, Tony masticó su propio fastidio.
—Bruce, no es que yo quiera ponerme del lado de este idiota —dijo el santo coronel, sentado en diagonal a él, tomándose la frente igual de cansado y ojeroso que Tony— Pero vamos, ¿No crees que es muy extremista?
La línea volvió a quedarse muda y abruptamente el ruido de un fuerte bocinazo los distrajo. Happy, que estaba apoyado en el escritorio, compuso una mueca, seguro padeciendo mentalmente un tráfico tan infernal.
—No. Esa cosa se intentará defender. —reiteró adquiriendo ese tono de profesor paciente con todos ellos, mismo tono que usaba desde hacía una hora cuando Tony los reunió y les explicó sus planes y conclusiones— En cuánto se dé cuenta qué es lo que intentan, se aferrará al chico y ahí pueden darlo por muerto.
Tony sintió como su labio superior se extendía para arriba y exhibía sus dientes al aparatejo que seguía usando por puta nostalgia.
No quería oír más esa mierda, no le interesaba. Estaba a un jodido pasó de alzar el teléfono y mandarlo de paseo si con eso conseguía que dejara de decirlo. No era estúpido, conocía el riesgo, pero el intento valía la pena.
—Creía que necesitaba de Peter. —intervino Happy, mirándolos a los dos en la oficina con aire confundido.
—¡Exacto! Gracias. —dijo Tony exaltado, sabiendo perfectamente que hacía rato que sonaba como un chiquillo caprichoso y no como el hombre adulto que era— Necesita del chico, lo quiere, no lo lastimará. Ni por que sea el último recurso.
Bruce resopló y Rhodey lo miró alzando una ceja. Pasó de él y su inquisitiva mirada que lo tenía azorado con tanta repentina suspicacia. Podía ser que Tony se sintiera culpable; podía ser que supiera que llevaba día y medio demasiado abstraído por un recuerdo en particular que lo dejaba con la mente en blanco y lejos de las discusiones que tan hábilmente antes solía ganar.
Perfectamente podía él endilgarle a su conciencia que la mirada carbón se le antojara fastidiosamente acusatoria, visto que llevaba día y medio soñando despierto con un pequeño acontecimiento sucedido hacía poca cosa de dos noches.
Pero no iba a él a tratar ese tema que con tal magistral habilidad bien había escondido. No. Él no iba a decirle al puñetero de James que había besado de arrebato a Peter, que casi se lo tira en una azotea cuando el cabrón se lanzó por él y —menos que mucho menos— iba a reconocer abiertamente que volvía a experimentar los síntomas de cualquier adicción a la que uno se niega a claudicar: Sudores, mareos, cosquilleos y muchas, muchísimas fantasías.
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Editado: 13.07.2021