Título: Santiaguito
Biografía del compositor
Nombre: Román Domingo Bethancourt Mazariegos
Lugar y fecha de nacimiento: Quetzaltenango, 20 de diciembre de 1906 - 29 de febrero de 1980
Xecaracoj es una pequeña aldea situada en el municipio de Quetzaltenango en Guatemala. Desde sus calles se puede observar aquella cadena volcánica de donde sobresale el volcán Santa María, el mismo causante de la tragedia allá por el año de mil novecientos dos.
Pero la gente no sabe cuál fue la verdad detrás de todos esos acontecimientos, por lo cual voy a relatar la historia tal y como me la contara mi abuelo a quien se la contó un familiar de Nacho. A decir verdad, los rumores se extendieron tan rápido como las cenizas esparcidas por el viento y pronto todo Quetzaltenango lo sabía.
Todos tenemos un precio, decía mi abuelo, y justamente cuando estamos desesperados y vemos cubierto ese precio es cuando podemos perder la cabeza y Nacho no sería la excepción. Provenía de una familia trabajadora del café desde siempre. Él, por su parte, siguió con la tradición de trabajar en la recolección de café. Todo iba bien y debido a su carácter afable y a su cercanía con la gente del pueblo, quienes conocían a su familia y lo habían visto crecer, pronto obtuvo un puesto importante entre los cafetaleros. El patrón, don Gaudencio García, le había tomado tanto aprecio que prácticamente lo dejaba a cargo de toda su gente, confiando en sus conocimientos.
Pero aquella tarde regresó antes de la hora prevista; se le veía abatido a pesar de la algarabía de su hijo quien salió a recibirlo con los brazos abiertos. Nacho cargó al pequeño y lo abrazó tratando de encontrar algo de consuelo.
—¿Y eso que venís tan temprano? —le interrogó su esposa visiblemente extrañada.
Nacho se acomodó en una silla, pero el niño, inquieto como era, no tardó en retorcerse para luego bajarse e irse a jugar corriendo por toda la casa.
—Qué te cuento. ¿Te acordás de la “Roya”?
—No me digás que le cayó plaga al ca… —interrumpió la última frase — ¡mijo, dejá ahí, me vas a quebrar ese plato!—lo reprendió, mientras le quitaba de las manos el objeto — ¿Qué voy a hacer con este niño tan travieso, por Dios? —luego retomó la plática — Ajá...
El niño, como pudo, se soltó de la mano de su madre y continuó corriendo por la humilde vivienda.
—Ah, como te decía, no es la plaga del café, te hablo de la fábrica nueva que se instaló en Xela, así le decimos nosotros porque desde que llegó nos ha traído problemas y pérdidas para todos.
—Ah, sí, ya me recordé. Me contaste, pues. ¿Pero eso a qué viene?
—Pues desde hace algún tiempo vinieron a hablar con don Gaudencio, dis que le querían comprar las tierras, pero el “Don” no quiso vender. Y cómo, si ese ha sido su negocio, su sustento por generaciones. Esas tierras le han pertenecido a su familia desde hace muchos años, según nos ha contado. Pues él les dijo que no y se olvidó del asunto. Pero como ya ves el poder de esa gente, no sólo tienen los medios, sino también el peso del “pisto” que todo lo compra. Pues se hicieron amigos del alcalde de Xela y poco a poco le fueron poniendo más trabas a don Gaudencio. El fertilizante ahora se lo dan más caro; cuando quiere vender, ya sus clientes compraron a un precio más barato. Y todo eso para obligarlo, de alguna manera, a vender. Dicen que quieren las tierras para sembrar tomate o saber qué cosa porque esas tierras son buenas. Al final tuvo que venderles y ojalá a buen precio, pero nada, le dieron una baba por todos los terrenos. Hoy llegó para avisarnos y disculparse, aunque nosotros lo entendemos; cómo no, si vimos cuánto resistió hasta donde se pudo.
—Oíme, pero ese no es problema, esperemos a ver qué hacen y tal vez vas a pedir trabajo ahí. Todo se puede aprender, además vos sos inteligente, no te pongás así. Vamos a estar bien, vas a ver.
Su esposa lo abrazó haciéndole saber que estaba con él.
Pasó algún tiempo durante el cual llegaron varias máquinas a talar todos los cafetales del área. Luego se retiraron dejando a todos aquellos cafetaleros sin ningún medio para sostener a su familia.
Muchos de ellos se fueron a Xela, a San Juan Ostuncalco, Salcajá, Almolonga y a otros municipios buscando la forma de ganarse la vida llevando con ellos a sus familias. Algunos pocos se quedaron con la misma esperanza de Nacho de ser empleados por los nuevos dueños de las tierras. Pero se iban acumulando las semanas una tras otra sin ver resultado alguno. Los terrenos seguían abandonados, nadie llegaba siquiera a verlos, mucho menos a trabajarlos. Ahí quedaron como si obtenerlos hubiera sido un capricho de gente adinerada.
El pobre Nacho salía todos los días a buscar algo con lo cual ganar dinero para sobrellevar la situación, pero por más que buscaba en aquella región casi dependiente exclusivamente del café, no encontraba nada.
Justo en una de esas salidas conoció a Juan Noj. Ya había escuchado a algunos conocidos hablar del misterioso hombre. Siempre se le veía ya cayendo la tarde por las faldas del volcán Santa María. Si lo mirabas de noche, lo único sobresaliente era la piel blanca del rostro, de donde resaltaban sus ojos azules, las manos y el cabello rubio. Parecía flotar como un espectro en los lomos de la obscuridad, pero eso se debía al color totalmente negro y opaco de su majestuoso caballo. Se adivinaba la presencia de la bestia por sus roncos bufidos acompañados del ruido de los cascos al trotar.
Todos aquellos quienes se habían encontrado alguna vez con Juan Noj coincidían en la descripción de su aspecto altivo, casi amenazador, razón por la cual nadie había tratado de acercarse para entablar algún tipo de conversación; por el contrario, se alejaban lo más pronto posible mientras sentían como un peso tangible su mirada sobre ellos, haciéndoles estremecer. Nacho no era del todo supersticioso, aunque algo de ello guardaba muy en el fondo de su mente. Pero como dicen, a situaciones difíciles, soluciones desesperadas.