Fernando
Unos días después de que Valentina y yo decidimos los detalles de nuestra villa, recibí una llamada de Vladimir, mi socio en varios negocios. Quería ver a la famosa princesa Volkov. Sabía que esto era inevitable, dada la influencia y el poder que Valentina y yo representábamos juntos. Organizamos una reunión en una de nuestras propiedades.
Valentina y yo llegamos al lugar juntos. Ella estaba impecable como siempre, su belleza fría y su mirada inexpresiva eran imposibles de ignorar. Vladimir ya estaba allí, esperando en el salón principal.
—Fernando, es un placer verte —dijo Vladimir al levantarse para saludarnos.
—Igualmente, Vladimir. Te presento a Valentina, la princesa Volkov —dije, haciendo un gesto hacia ella.
Vladimir la miró con evidente admiración, sus ojos recorriendo cada detalle de su figura.
—Valentina, es un honor conocerte. He escuchado mucho sobre ti —dijo, con una sonrisa que no me gustó nada.
Valentina simplemente asintió, su expresión inmutable.
—Igualmente, Vladimir —respondió ella con frialdad.
Durante la conversación, noté que Vladimir se volvía cada vez más audaz en sus halagos hacia Valentina. Su actitud me estaba irritando, pero Valentina, con su usual desapego, parecía no inmutarse. Finalmente, cuando Vladimir trató de coquetear más descaradamente, no pude contenerme.
La tomé de la cintura, acercándola a mí de manera posesiva.
—Vladimir, recuerda que Valentina me pertenece a mí y a nadie más —dije con firmeza, mirando a Vladimir a los ojos.
Vladimir levantó las manos en señal de rendición, sonriendo de forma forzada.
—Por supuesto, Fernando. Solo estaba apreciando la belleza de tu prometida —dijo, intentando suavizar la tensión.
Cuando Vladimir finalmente se despidió y se fue, Valentina se volvió hacia mí con una mirada que apenas ocultaba su desaprobación.
—Tu lado posesivo no me gusta, Fernando —dijo con frialdad.
La miré, entendiendo que mis acciones habían cruzado una línea para ella.
—Lo siento, Valentina. Pero no puedo evitarlo cuando veo a alguien tratar de cruzar límites que no debería —respondí, tratando de mantener la calma.
—Espero que esto no se repita —dijo, su voz cortante.
Asentí, sabiendo que necesitaba controlar mejor mis reacciones en el futuro. A pesar de la frialdad y distancia entre nosotros, era crucial mantener el respeto mutuo y no dejar que situaciones como esta complicaran nuestra ya compleja relación.
Mientras nos dirigíamos a la salida, no pude evitar reflexionar sobre cómo cada interacción, cada gesto, estaba moldeando el camino hacia nuestra vida juntos. Y aunque la posesividad no era bienvenida, la realidad de nuestra unión exigía una protección constante y firme.
Días después de la visita de Vladimir, algo ocurrió que nunca hubiera imaginado. Valentina y yo estábamos en la villa supervisando algunos detalles de seguridad cuando escuché un ruido extraño proveniente del jardín. Me dirigí hacia allí rápidamente, sintiendo una mezcla de preocupación y curiosidad.
Al llegar, vi una escena que me dejó sin palabras: Valentina sostenía una navaja en el cuello de uno de nuestros guardaespaldas. Su expresión seguía siendo la misma, fría e inexpresiva, pero sus ojos azules estaban llenos de una determinación implacable.
—Valentina, ¿qué estás haciendo? —pregunté, tratando de mantener la calma aunque la situación era tensa.
Ella apenas me miró de reojo, manteniendo su atención en el guardaespaldas.
—Este idiota intentó cruzar una línea —dijo con voz helada—. No lo mato porque mi padre lo quiere aquí. De lo contrario, ya no estaría vivo.
La firmeza en su tono, combinada con la escena impactante ante mis ojos, me dejaron admirado. A pesar de lo terrible de la situación, no pude evitar sentir una extraña mezcla de respeto y fascinación por su capacidad de manejarse con tanta frialdad y precisión.
—Valentina, déjalo ir —dije finalmente, avanzando un paso hacia ellos—. Ya ha aprendido su lección.
Con un movimiento fluido, Valentina soltó al guardaespaldas y guardó la navaja. El hombre, claramente asustado, retrocedió unos pasos, sus ojos llenos de miedo y gratitud a la vez.
—Sal de aquí antes de que cambie de opinión —dijo Valentina, su tono tan afilado como la navaja que acababa de guardar.
El guardaespaldas no perdió tiempo y se alejó rápidamente, dejándonos a Valentina y a mí solos en el jardín.
—Eres increíble —dije, todavía procesando lo que acababa de ver—. Nunca había visto a alguien actuar con tanta frialdad y control.
Valentina me miró por un momento, sus ojos azules perforándome.
—En nuestro mundo, Fernando, no puedes permitirte el lujo de mostrar debilidad. Si lo haces, te devoran vivo —dijo, su voz sin un ápice de emoción.
—Lo entiendo —respondí, asintiendo lentamente—. Pero también sé que detrás de esa frialdad, hay una razón para todo lo que haces.
Editado: 28.11.2024