Fernando
Desperté y, por un momento, todo parecía tranquilo. Estiré el brazo, esperando sentir a Valentina a mi lado, pero la cama estaba vacía. Me incorporé, pensando que tal vez había bajado a la cocina. Sin embargo, al recorrer la casa, no encontré rastro de ella.
La preocupación comenzó a instalarse. ¿Dónde podría haber ido sin decirme nada? Decidí llamarla, pero su teléfono sonó sin respuesta. La llamé nuevamente, y esta vez, finalmente contestó.
—Todo está bien, Fernando —dijo Valentina, su voz calmada pero distante. —Ya voy para la casa.
—Valentina, ¿dónde estás? —pregunté, tratando de mantener la calma. —Saliste sin seguridad. Sabes que eso no es seguro.
—Lo sé —respondió, un poco impaciente. —Solo necesitaba salir un momento. Estoy bien, de verdad.
—Vuelve a casa, por favor —le pedí, intentando sonar más suave. —No quiero que te pase nada.
—Ya voy en camino —aseguró, y colgó.
Me quedé mirando el teléfono, la preocupación aún latente. No me gustaba la idea de que estuviera sola, especialmente después de todo lo que había pasado recientemente. Necesitaba verla, asegurarme de que realmente estaba bien.
Decidí esperar en la sala, tratando de mantenerme ocupado para no pensar en todas las posibles amenazas. Cuando finalmente escuché el sonido de la puerta, me levanté de un salto.
Valentina entró, su expresión tranquila pero cansada. —Te dije que estaba bien —dijo, notando mi preocupación.
—Sé que puedes cuidar de ti misma, pero no puedo evitar preocuparme —le respondí, acercándome a ella. —Después de todo lo que ha pasado, no puedo evitarlo.
Ella suspiró y me miró con una mezcla de ternura y exasperación. —Lo sé. Lo siento por preocuparte.
La abracé, sintiendo cómo la tensión se disipaba un poco. —Solo quiero que estés a salvo.
Valentina asintió, apoyando su cabeza en mi pecho. —Lo estaré. Prometo no salir sin decirte a dónde voy.
Me aferré a esa promesa, con la esperanza de que las cosas pudieran calmarse un poco. La vida en la mafia era peligrosa, pero mientras estuviéramos juntos, sabía que podríamos enfrentar cualquier cosa.
Justo cuando Valentina se había calmado un poco, la puerta se abrió de golpe y su padre entró con una expresión severa en el rostro.
—Valentina, necesitamos hablar —dijo, sin molestarse en saludarme.
—¿Ahora? —respondió Valentina, claramente irritada.
—Sí, ahora —insistió él, su tono intransigente.
Me quedé cerca, sintiendo que algo grande estaba a punto de estallar.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó Valentina, cruzando los brazos.
—He escuchado que has estado haciendo preguntas incómodas sobre tu abuela y la familia —dijo su padre, sin rodeos. —No puedes simplemente andar hurgando en el pasado.
—¿Y por qué no? —replicó Valentina. —Tengo derecho a saber la verdad.
—La verdad puede ser peligrosa —respondió él con firmeza. —Debes concentrarte en tu papel y dejar el pasado enterrado.
—¡¿Mi papel?! —exclamó Valentina, su voz subiendo de tono. —¿Cuál papel? ¿El de la hija obediente que sigue todas tus órdenes sin cuestionar?
—Valentina, sabes que todo lo que hago es por el bien de la familia —dijo él, tratando de mantener la calma.
—¡Eso es una mentira! —gritó Valentina. —Todo lo que haces es por tu estúpido negocio. Nunca te has preocupado por mí. Nunca has visto cómo tus decisiones ponen en peligro a los demás. Me obligaste a casarme con alguien que no amo.
Las palabras de Valentina cayeron como una bomba, y sentí una opresión en el pecho al escucharla decir nuevamente que no me amaba.
—No puedes hablarme así —respondió su padre, su rostro enrojecido de ira.
—¿No? Pues lo estoy haciendo. Siempre has tratado de controlarme, de manipular mi vida para tus propios fines. Y estoy harta.
El silencio se hizo pesado en la sala. Valentina se veía más fría que nunca, una frialdad que me heló la sangre.
—Quizás algún día entiendas —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Su padre se quedó mirándola, sin palabras, antes de salir de la habitación dando un portazo.
Me acerqué a Valentina, pero ella levantó una mano, deteniéndome.
—Necesito un momento, Fernando —dijo, su voz firme pero quebrada por la emoción.
La dejé sola, sintiendo un nudo en el estómago. No sabía cómo ayudarla, ni cómo enfrentar los sentimientos que sus palabras habían despertado en mí. ¿Realmente no me amaba? Y si era así, ¿podría alguna vez cambiar eso?
Las dudas me atormentaban, pero sabía que ahora más que nunca debía estar a su lado, incluso si ella no podía verme como algo más que una obligación.
Valentina se quedó sola en la habitación, la furia y la tristeza luchando en su interior. La conversación con su padre había dejado una cicatriz profunda, y se sentía más perdida que nunca.
Unas horas después, mientras intentaba encontrar algo de calma, me acerqué a ella. La encontré sentada en la sala, mirando al vacío.
Editado: 28.11.2024