Pacto De Hielo Y Poder

Capitulo 13

Fernando

El día había comenzado temprano, con la luz de la mañana filtrándose por las cortinas mientras me alistaba para acompañar a Valentina. Ella se movía en silencio por la habitación, con una elegancia natural que siempre había admirado. Sabía lo importante que era este momento para ella; despedirse de su madre, Catalina, antes de volver a Nueva York no era algo que tomara a la ligera.

Caminamos en silencio hacia el auto, su expresión era calmada, pero podía sentir la tensión en el aire. No había necesidad de palabras, ambos sabíamos lo que significaba este viaje. Cuando llegamos a la villa de Catalina, Valentina respiró hondo antes de bajar. La seguí de cerca, siempre dispuesto a estar a su lado, aunque fuera en silencio.

Catalina nos esperaba en la entrada, elegante y firme como siempre. Su mirada se posó en Valentina primero, con un brillo que solo una madre puede tener al ver a su hija. Me mantuve a un lado mientras madre e hija se abrazaban, susurrándose palabras que no pude escuchar. Podía sentir el peso de la despedida en el aire.

Después de unos momentos, Catalina me dirigió una mirada y asintió levemente, reconociendo mi presencia. Sabía que nuestra relación había sido complicada, pero con el tiempo, habíamos aprendido a mantener una especie de respeto mutuo, sobre todo por Valentina.

—Cuídate, Valentina —le dijo Catalina suavemente, sus manos aún en los hombros de su hija—. Sabes que estaré en Londres si me necesitas.

Valentina asintió, pero pude ver la emoción en sus ojos. Catalina se inclinó y le dio un beso en la frente antes de apartarse.

Cuando Valentina regresó a mi lado, tomó una profunda bocanada de aire y, sin decir una palabra más, comenzamos a caminar de vuelta al auto. Mientras nos alejábamos, pude ver por el espejo retrovisor cómo Catalina observaba nuestra partida, la figura de una madre preocupada por su hija, pero resignada a dejarla ir.

Ya en el auto, miré a Valentina de reojo. Estaba tranquila, con la mirada perdida en el horizonte.

—¿Estás bien? —le pregunté, rompiendo el silencio.

Ella asintió suavemente, sin apartar la vista.

—Sí, estoy bien —respondió, pero en su voz podía percibir la mezcla de emociones que seguramente estaba experimentando—. Solo... es difícil despedirse.

No dije nada más, pero entendía. Estar allí, acompañándola en estos momentos, me hacía sentir que, de alguna manera, había tomado la decisión correcta al quedarme unos días más con ella. Estábamos a punto de embarcarnos en una nueva etapa, y aunque las cosas entre nosotros ya no fueran lo que solían ser, no podía dejar de sentir que, de alguna manera, estábamos más conectados que nunca.

El camino de regreso a casa había sido tranquilo, aunque desde que nos despedimos de Catalina, notaba algo distinto en Valentina. Al principio, su mirada seguía perdida, probablemente pensando en lo que significaba esa despedida, pero a medida que avanzábamos por las calles, su expresión comenzó a cambiar.

De vez en cuando, la veía apretar los labios, sus manos se cerraban en puños sobre sus muslos, y su postura se tornaba más rígida. Algo no estaba bien.

—Valentina —dije, mirando de reojo mientras conducía—, ¿qué pasa? ¿Te duele algo?

Ella cerró los ojos un momento, inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás antes de responder en un susurro.

—Son los dolores de vientre… —admitió, soltando el aire de forma pesada—. Me dijeron que podría tenerlos, pero...

Antes de que pudiera terminar la frase, vi cómo se encogía un poco en su asiento, como si estuviera tratando de minimizar el dolor. Mi corazón dio un vuelco al verla así, vulnerable. No estaba acostumbrado a verla en esa situación, siempre había sido tan fuerte, tan impenetrable.

—¿Quieres que vayamos al hospital? —pregunté, sin apartar la vista del camino, aunque mi mente estaba centrada en ella.

—No... no es necesario —murmuró, aunque su voz no sonaba del todo convincente—. Solo necesito descansar, eso es todo.

No estaba seguro de si debía insistir, pero conocía a Valentina. Si decía que no quería ir al hospital, no había mucho que pudiera hacer al respecto en ese momento, al menos no sin causar una discusión.

—De acuerdo —dije, tratando de sonar calmado—. Pero si el dolor empeora, vamos directo, ¿entendido?

Ella asintió, pero seguía apretando los labios. Sabía que no era una situación fácil para ella, no solo por los dolores físicos, sino también por todo lo que estaba sucediendo en su vida. El embarazo, la muerte de su padre, los enemigos que todavía acechaban…

El resto del camino lo hicimos en silencio. La villa no estaba muy lejos, y agradecí que llegáramos rápido. En cuanto aparqué el auto, me apresuré a salir y rodeé el coche para ayudarla a bajar. Valentina aceptó mi ayuda sin protestar, lo cual me decía más de lo que sus palabras podían expresar.

—Vamos a dentro —dije suavemente, pasando mi brazo por su cintura para guiarla hacia la entrada—. Necesitas descansar, Valentina.

Ella no respondió, pero dejó que la llevara adentro. Sabía que Valentina no era alguien que se dejara cuidar fácilmente, y verla así me preocupaba más de lo que estaba dispuesto a admitir en ese momento.




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