Los chicos ya se encontraban en casa de Cinthia y habían regresado su alma donde pertenecía. Solo Julio y Nicolás la esperaban, pero como siempre Julio hacía amigos en donde sea.
–Así que de esa manera moriste –ya llevaban tiempos hablando un tal José –Lo siento.
–Sí, duro pero realista, es la verdad, no soy del todo inocente –levantó la mano y suspiró –Solo deseo ver a mi hija, seguro Inés no quiere contarle y peor mostrarle mi foto -dijo muy triste José.
–Sí quieres te ayudo –sonrió e igual el fantasma.
-¿No será de tanta molestia? -preguntó tímido.
-¿Qué? claro que no, así que solo dime la dirección, me lo grabo al instante.
-Así que solo llevas diez años viviendo en este lugar ¿No es tu hora de irte? –Este se apoyaba en la pared cruzando de brazos –Lo he escuchado todo, así que no descansarás hasta que tu hija sepa algo de ti ¿Verdad? –el fantasma asintió –Ya veo.
–Yo también lo veo -dijo Rebeca interrumpiendo.
-¡Rebeca! ¿Estás bien? ¿Estás herida? -preguntó Julio.
–Sí, solo apesto.
–Tengo que irme –este desapareció.
–No debieron esperarme ¿La chica?
–Todo en orden. Nos debes demasiadas explicaciones -dijo Julio
–Llegó la hora –Julio se sorprendió –Lo digo en serio, así que ya vámonos.
Los dos traspasaron la puerta y unas almas rodearon a Rebeca.
–No cumplo mis promesas, por ahora no tengo tiempo, no soy una persona de palabra.
–Por favor -cantaron todos las almas.
–Okey solo ocho.
–Pero somos ocho –ella asintió –Toma, es mi foto y mi anillo, no quiero que mi esposo se moleste, él pensará que es el peor esposo del mundo y no quiero verlo triste -dijo un alma, llamado Helen.
–No pedí motivos –ella sonrió y desapareció.
–Esto es de mi hermana, quiero que esté en mi lado, tú me entiendes –le entregó un dibujo.
–Okey –lo dijo de mala gana, un alma se acercó y sacó un pañuelo y empezó a limpiarle su chaqueta –Señora no debió hacer eso.
–No te preocupes niña, toma –le entregó una carta y sus arrugas de la anciana se juntaron cuando sonrió –Mis hijos estarán contentos de leerlo –lo dijo con emoción.
–Tome señorita –le entregó un casete –Esto lo oía con mi esposa, cuando tuvimos nuestra primera hija.
Y así siguieron los demás, hasta que todas las almas le agradecieron y desaparecieron, Rebeca los guardó con delicadeza dentro de su chaqueta y cruzó la puerta.
Editado: 05.01.2021