Palabras que Asesinan

CAPÍTULO 3

Contemplo a mi hermano caminar de un lado a otro desde mi silla de ruedas, se estaba encargando de ordenar todas mis cosas en una caja mientras papá y mamá se encargaban de firmar todos los papeles necesarios para que puedan darme de alta y de aclarar los últimos detalles con mi médica. Hoy, tras dos largas semanas, por fin podría ir a casa, la situación se había alargado una semana más de lo acordado pero la espera había merecido la pena.

Limpio el sudor de mis manos en mis pantalones vaqueros y contemplo mis piernas, el día que me quitaron el yeso mis piernas se veían horribles, totalmente sucias y eso me afectó de cierta manera. Casi lloré cuando intenté moverlas y ellas no reaccionaron pero me obligué a mantener la calma ante mi familia para no alarmarlos.

Había iniciado ya las sesiones de rehabilitación, hace exactamente  una semana, pocos días tras liberar mis piernas, la situación no había avanzado mucho desde entonces pero no permitía que el pesimismo me controlara, mi médica se había encargado de asegurarme una y otra vez que era completamente normal y que no debía alterarme, no podía simplemente estresarme por no poder caminar desde la primera sesión.

Suspiro por enésima vez en lo que iba de mañana y muevo ligeramente las ruedas de la silla, era algo que realmente odiaba, cada vez que recorría los pasillos en ella todo aquel con el que me cruzaba se encargaba de darme una mirada de lástima junto a una sonrisa de compasión, era algo que no soportaba.

Yo realmente estaba tratando de sobrellevar esto con normalidad pero la gente a mi alrededor no ayudaba, me daban todas esas miradas y sonrisas como si se compadecieran de una persona que está siendo miserable y no era de ese modo, yo no soy miserable, acepto la situación en la que me encuentro porque se que voy a superarla, solo ha sido una etapa de mi vida, una página más que no voy a dudar en pasar.

Casi de forma inconsciente saco un móvil del bolsillo de mis vaqueros y lo contemplo con impotencia, ese estaba siendo otro de mis tantos dolores de cabeza, no lograba recordar la contraseña, mis padres habían insistido en que podían llevarlo a que lo abrieran en la tienda donde lo compré pero yo deseaba abrirlo por mi misma, recordar por mi misma y no crear otra contraseña, sentía que hacer eso era evadir el problema, no enfrentarlo y yo debía enfrentarlo.

—Y esto es lo último creo —escucho a Aiden decir y aparto la vista de la funda de un rosa fucsia del móvil para verlo meter en la caja un pequeño osito de peluche que él mismo se encargó de regalarme —no me dejo nada ¿verdad? —niego con la cabeza sin darle mucha importancia o molestarme en comprobarlo.

No es que se tratase de muchas cosas tampoco, solo un par de libros, peluches y ropa que mi familia había ido acumulando a lo largo de las dos semanas que había pasado aquí estando consciente.
Aiden se acerca hasta acabar sentado sobre el sillón de visitas, su vista cae sobre el móvil entre mis manos y hace un gracioso puchero.

—¿No la recuerdas aún? —niego y lo veo tomar el aparato y lanzarlo de una mano a otra —¿por qué no quieres simplemente hacer lo que han dicho mamá y papá?

—Quiero ser capaz de recordarlo por mi misma —me limito a responder en un susurro.

—Entonces espero que sea pronto, la abuela Hannah va a enloquecer como no la llames pronto —río ante sus palabras y él me da una sonrisa entre feliz y aliviado, creo que mi depresivo estado de ánimo se notaba demasiado y por un momento me siento culpable por preocupar a Aiden.

—Dios mio, los voy a ver hoy —murmuro entre feliz, impaciente y nerviosa —los voy a ver hoy —repito más para mi misma que para él esta vez.

—Tranquila, solo son los abuelos, no te vas a morir —niego divertida con la cabeza y trato de golpear su hombro pero él me esquiva y me saca la lengua para burlarse, lo fulmino y trato de acercarme pero el se pone en pie y se aleja hasta llegar a la puerta, la cual está abierta, sonrío victoriosa cuando papá entra y le da un zape antes de acercarse a mi, Aiden finge estar ofendido mientras me da su mano y mira hacia el lado contrario a mi, como toda una diva.

—Ya podemos irnos cariño —informa papá antes de inclinarse para besar mi frente, mamá entra en ese momento y me da una sonrisa radiante que no dudo en devolver, mi familia estaba feliz y eso me hacía feliz a mi.

—¿Lista? —pregunta mientras carga mi abrigo, uno que había traído consigo para esta ocasión por si me molestaba el frío al salir. Abre más la puerta para que mi silla pueda pasar y la vuelve a cerrar una vez estamos todos fuera.

—Sí, eso creo —murmuro lo último para mi misma y dejo que papá empuje mi silla para abandonar el hospital de forma definitiva, no puedo evitar que varias lágrimas de felicidad rueden, me apresuro en limpiarlas para que no preocupar a mi familia y formo una pequeña sonrisa para la enfermera que se había encargado de revisarme todos estos meses cuando nos la cruzamos por el pasillo.

Una vez en el ascensor no puedo evitar tamborilear mis dedos con nerviosismo sobre el reposabrazos de la silla, mi hermano me sonríe y finge estar sufriendo por el peso de la caja para hacerme reír.

—¿Están los abuelos ya en casa? —pregunto temerosa tras varios segundos de silencio, mamá niega antes de responder.

—Les pedimos que te dieran un poco de tiempo para que te familiarices con la casa y el ambiente, llegarán para la cena seguramente —asiento y sonrío agradeciendo que tuvieran en cuenta ese pequeño detalle.

—Vas a amar tu habitación —asegura papá y yo sonrío más, mi corazón se salta un latido cuando el ascensor finalmente se detiene y da paso a la gran recepción.

Había poca gente, unos caminando hacia los ascensores para detenerse junto a los que ya estaban haciendo cola, otros sentados y otros pocos saliendo. Logramos hacernos paso entre las personas que quiere subir al ascensor que nosotros dejamos atrás y contengo la respiración cuando nos vamos acercando a la salida.



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En el texto hay: misterio, romance txico

Editado: 06.08.2020

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