Condado de Clare, Irlanda
Un año después
El sol acariciaba suavemente la costa irlandesa, iluminando con un brillo dorado los imponentes Acantilados de Moher. El viento salado del Atlántico soplaba suavemente, agitando las flores silvestres que decoraban el altar al aire libre. Todo estaba listo para el día más especial en la vida de Savanna y Christopher.
El escenario era de ensueño, con el océano infinito de fondo y un cielo tan claro que casi parecía un reflejo del amor que ambos compartían. Los invitados estaban sentados en elegantes sillas blancas dispuestas en línea, todos con una sonrisa en sus rostros, expectantes por presenciar la unión de dos almas que habían atravesado tanto para llegar a este momento.
Savanna, en su habitación, terminaba de arreglarse. Llevaba puesto un vestido blanco de ensueño, con un corsé bordado en encaje y una falda que caía delicadamente, moviéndose con la brisa. Su cabello rubio caía como una cascada de oro sobre su espalda, adornado con pequeñas flores que combinaban con el ramo que sostenía en sus manos temblorosas. Sus mejillas estaban ligeramente rosadas, no solo por el maquillaje, sino por la emoción que la invadía en ese día tan importante. Sus ojos azules, brillantes y llenos de felicidad, parecían más profundos que nunca, reflejando el mar que se extendía ante ellos.
Laura, su mejor amiga, entró en la habitación justo cuando ella estaba observando su reflejo en el espejo.
—Dios mío, Savanna, te ves… —Laura se llevó una mano al pecho, visiblemente emocionada—. Estás deslumbrante, amiga. Christopher no va a poder contener las lágrimas cuando te vea caminar hacia él.
La rubia sonrió nerviosa, con la mirada llena de emoción.
—Estoy tan nerviosa, Lau. No sé si podré caminar sin caerme —bromeó, aunque una parte de ella hablaba en serio.
—Vas a estar perfecta. Este es tu día, el día en que finalmente todo encaja. Y tú y Christopher... ustedes son la prueba viviente de que el amor siempre encuentra el camino. —Ella tomó sus manos y la miró con una sonrisa cargada de afecto—. Estoy tan feliz por ti, amiga de mi alma.
—Gracias, Laura —susurró, sintiendo cómo sus emociones se desbordaban—. No habría llegado aquí sin ti.
Sin embargo, notó una pequeña sombra en los ojos de su amiga, algo que no había visto antes.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, sabiendo que algo no andaba del todo bien.
La pelinegra se encogió de hombros, sonriendo un poco forzadamente.
—Sí… es solo que… —miró hacia otro lado, como si estuviera debatiendo si decir lo que realmente sentía—. Christian trajo a una mujer a la boda. No debería importarme, pero… ya sabes.
Savanna le apretó las manos, comprendiendo el dolor que su amiga intentaba esconder.
—Lo siento, nena. Sé que duele, pero... estoy segura de que él se dará cuenta de lo que tiene frente a él algún día. No puedes rendirte —dijo, queriendo animar a su amiga sin restarle importancia a lo que sentía.
—Tal vez tengas razón —respondió Laura con una sonrisa triste—. Pero hoy no es sobre mí, es sobre ti. Y eso es lo que realmente importa. Vamos, es tu momento.
—Me caso nuevamente con el amor de mi vida, Lau —dijo emocionada—. Esta vez para siempre.
—Así es —su amiga la tomó de la mano—. Esta vez es para siempre.
(...)
Afuera, Christopher esperaba pacientemente junto al altar. Su traje oscuro contrastaba con el paisaje, y aunque era un hombre acostumbrado a mantener la compostura, en ese momento no podía evitar sentir los nervios corriendo por su cuerpo. Su cabello oscuro, perfectamente peinado, se agitaba ligeramente con la brisa. Sus ojos, misteriosos y profundos, estaban fijos en el camino por donde en cualquier momento aparecería la mujer de su vida.
Los invitados se habían reunido en sillas blancas decoradas con flores silvestres. El sonido del océano, el suave murmullo de las conversaciones y el viento acariciando el paisaje hacían que todo pareciera salido de un sueño. De repente, una suave melodía comenzó a sonar, anunciando que la ceremonia estaba por empezar.
Emma y Ethan, los pequeños gemelos de los futuros esposos, fueron los primeros en aparecer. Con dos años, caminaban de la mano, sosteniendo con ternura los cojines donde reposaban los anillos. Los invitados sonrieron con ternura al ver a los pequeños, quienes, con ojos brillantes y risitas nerviosas, avanzaban hacia el altar.
La pequeña Emma se apresuró hacia el altar y le abrió los brazos a su papi, quien la cargó y la besó con ternura, tomando los anillos que llevaba. Luego fue el turno de Ethan, quien, ayudado por su tío Christian, logró terminar de subir la pequeña escalera. El pequeñito se lanzó también a los brazos de su papi para darle un beso.
«Mi corazón está repleto de amor», pensó Christopher. Los pequeños se bajaron de su regazo y fueron a sentarse con sus abuelos, los padres de Savanna.
La novia apareció al final del pasillo, y un suspiro colectivo se escuchó entre los invitados. Al caminar hacia el altar, todos los ojos estaban puestos en ella, pero ninguno con más devoción que los de su futuro esposo, quien al verla, sintió que su corazón se aceleraba y el tiempo parecía detenerse. Era como si el mundo entero se desvaneciera y solo existieran ellos dos, flotando en un espacio creado únicamente para su amor.
Ella, al verlo a él, no pudo evitar sonreír. Cuando llegó al altar, el CEO la tomó de la mano y en ese instante, todo el nerviosismo desapareció. Estaban en casa. Estaban donde siempre habían pertenecido: juntos.
El oficiante comenzó a hablar, pero para ellos, las palabras eran un eco lejano. Todo lo que importaba en ese momento era el amor que fluía entre ellos.
Cuando llegó el momento de los votos, ella respiró hondo y lo miró a los ojos.
—Christopher —comenzó con una voz temblorosa pero llena de emoción—. No sé cómo expresar lo que siento por ti, pero voy a intentarlo. Eres mi roca, mi consuelo, mi hogar. Desde el primer día, supe que había algo especial en ti. No ha sido fácil, hemos atravesado muchas pruebas, pero eso solo ha fortalecido lo que siento por ti. Prometo amarte cada día, con cada parte de mí, y caminar a tu lado en cada paso que demos juntos. —Sintió que las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos—. Eres el amor de mi vida, y no puedo esperar para pasar el resto de mi vida contigo.