Papá es un Mafioso

Capitulo 4

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Lorenzo Vitale

"Sullivan dijo después de que lo torturamos, que la bambina se niega a salir con usted, jefe"

Borré el maldito mensaje, fastidiado. Había pasado una semana en expectativa, una semana después de que una mocosa me dejó plantado.

"Los ancianos están fastidiados, tu madre está a punto de cortarte los huevos, después de las rebeliones en Sicilia debes acatarte a las reglas: cásate, cabrón"

Borré también el mensaje de mi padre; a esa hora del día ya estaba harto.

Llegué al hotel del casino después de un largo y agotador día. El vestíbulo estaba lleno de turistas y empleados moviéndose de un lado a otro, sus voces creando un murmullo constante.

Recogí la llave de mi suite en la recepción; el recepcionista me la entregó con una sonrisa profesional y una cordial bienvenida. Subí en el ascensor, observando cómo los números de los pisos pasaban lentamente, mientras mi mente estaba perdida en pensamientos sobre lo que me esperaba el próximo mes en Sicilia.

Debo elegir una esposa. Tener hijos.

Nada de aquello me atrae, pero cuando eres el primogénito de una de las casas de mafia más peligrosas y exigentes del mundo, debes ceder. Mi madre abogaba porque me casara por amor, pero a estas alturas lo dudo. El camino más fácil era tomar por esposa a Gionna Moserrati. Perfecta y pulcra italiana, embarazarla lo más rápido y contentar a los malditos ancianos.

Tan pronto como llegué a mi piso, caminé por el lujoso pasillo, pasando por cuadros de paisajes mediterráneos y arreglos de flores frescas. Al entrar en la suite, cerré la puerta tras de mí y solté un suspiro de alivio.

El ambiente era espacioso y elegante, con muebles modernos y una vista espectacular de la playa. Dejé mi maleta junto a la cama y me dirigí directamente al baño. Me di una larga ducha, sintiendo cómo el agua caliente relajaba mis músculos tensos. El agua corría por mi cuerpo llevándose parte del estrés acumulado. Salí del baño con una toalla enrollada en la cintura, gotas de agua aún deslizándose por mi pecho.

Caminé hasta el balcón y me detuve, observando la vista. Nevada era un estado hermoso, pero nada se comparaba con Sicilia. Los recuerdos de mi ciudad natal me provocaban una mezcla de nostalgia y añoranza. Mientras estaba completamente distraído, perdido en mis pensamientos, escuché un sonido detrás de mí. Me giré rápidamente para ver a mi consigliere.

Su presencia aquí solo significaba una cosa: problemas.

—La bambina está en el restaurante —me informa con voz neutra, y me doy cuenta de que está al tanto de mis andanzas—. Espero que la noche que pases con ella sea lo suficientemente buena, porque estás poniendo en riesgo muchas cosas.

Davide Borghi estaba conmigo desde los catorce, amoldándome, tratando de guiar a un árbol torcido como yo por el bien. El pobre jamás lo había logrado.

—Las calles de Sicilia arden en fuego, los ancianos están por sacarte después de tus escándalos y tu rebeldía —reclama mientras paso por su lado—. Y tú aquí, pendiente de llevarte a la cama a una bambina atolondrada.

—¿Y según tú, qué debería estar haciendo? —inquiero solo para molestarlo.

Lo veo pasar del amarillo al rojo y del rojo al morado de la rabia que tiene.

—Conquistando a Gionna Moserrati, haciendo alianzas con la Camorra, guardándote el bibín para asuntos más importantes —regaña.

Lo ignoro mientras me meto al baño, y pocos minutos después salgo perfectamente cambiado.

—Iré al restaurante de la bambina —le dejo saber, y él bufa dándome la espalda.
Tomo mis cosas y, cuando estoy a punto de salir, escucho su advertencia:

—Tienes tres días para llevarte a la bambina a la cama. Después de eso, tu presencia en Sicilia es muy importante —deja saber—. Tu madre es poderosa, pero una rebelión de los ancianos sería letal para la familia.

Detesto cuando las cosas se ponen serias, y hago lo que mejor me sale: ignorar la mierda que me angustia. La vida me había cambiado en una semana, de estar en un jodido yate tirándome a cualquier mujer, a estar en una guerra de sangre dentro de mi propia organización.

Kathleen.

El nombre me llega a la mente y mi cuerpo abraza la reacción que provoca el mínimo pensamiento en ella. Kathleen, me repito, mi última aventura antes de sucumbir a lo que debo ser, aunque no quiera.

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No podía quitármela de la cabeza. La maldita bambina se había instalado en mi mente y no me dejaba en paz. Así que, contra el buen consejo de mi consigliere, me fui al restaurante donde trabajaba. Si iba a arrastrarla a mi mundo por una noche, mejor empezar por conocer su territorio.

Entré al lugar como si fuera dueño … lo cual, en cierto modo, no estaba muy lejos de la realidad. Las miradas de los clientes se volvieron hacia mí, algunas de admiración, otras de nerviosismo, pero yo solo tenía ojos para ella.

Llevaba cuarenta minutos observándola servirle a otros, y joder, que tiene carácter. Nadie se propasa con ella, y es un alivio en medio de las sensaciones de rechazo que me provoca su trabajo. Esas manos no se hicieron para servir, se hicieron para ser adoradas y para masajearme el aparato reproductor de vez en cuando.

No entiendo este sentimiento de desconcierto; no me gusta que la miren. No soporto que esté expuesta, mi naturaleza machista y posesiva la quiere encerrada, para que solo yo pueda admirar las pecas y la piel cremosa.

Allí estaba, moviéndose entre las mesas, sirviendo con una sonrisa que, de inmediato, se borró cuando me vio.

Perfecto. Ya me tenía en la mira.

La pecosa deliciosa se acercó a mí con una mirada que podría haber derretido el acero. No esperaba una bienvenida cálida, pero lo que salió de su boca me tomó por sorpresa.

—¿Vienes como acosador? Porque si es así, te advierto que voy a llamar a la policía —me soltó, con una mezcla de desafío y sarcasmo.




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