He de serle sincera,
¡quiero olvidarlo!
¿Y acaso puedo?
No, no puedo.
Porque todo me conduce a usted.
Las pupilas del cielo a medio cerrar me hacen recordar que es usted también un encanto aun estando en el declibe de la huida.
Y que a pesar de estar hecho de pecado, sangre y fuego,
podría imitar con exactitud a los bellos ángeles del cielo.
Quiero suprimir la imagen suya y el magreo palpeo de su piel y su mundo siendo el salvoconducto de mis propias cavilaciones prejuiciosas.
Extingase de mi interior, tranquilice la cobardía mía de no poder rememorar su imágen sin evitar plañirle a la vida y a mi propio sano jucio de no haber estado tan sano...
Lo llamo, sin más lo hago.
¡Le imploro, en aturdida movida le imploro!
Salir del puto hueco que a cavado dentro, dentro muy dentro de este bobo corazón que rehúsa removerlo, reemplazarlo o a lo sumo preterirlo. ¡Quiero y no lo hago! ¿Acaso le sigo guardando una fuerte e incalculable vehemencia?
Lo hago, por naturaleza brutedad la mía,
por inercia tontera.
Soy exactamente una cajita sin cuerda,
sin música ni bailarina.
Representa mi vida un ofuscado abatimiento, cansado de buscar el sentido al intelecto.
¡Pero aqui seguimos! Garabateando la sombra de su nombre en las olas de una noche tosca y boba.
Lo palpo, lo acaricio, le doy besos.
Deletreo cada letra y cada una de ellas me contenta.
Después, mucho después recuerdo que son ellas las que conforman mi dilema.
¿Estará pensando en mí o estará pensando a secas en ella y el polvo de estrellas?