De alguna manera me siento frustrada, mis días no dejan de ser más que rutinarios finalizando siempre en el mismo fracaso. Desesperada veo al reloj esperando a que pasen las horas, y es gracioso, espero para que nunca pase nada más que el tiempo.
En el tranvia del día escucho como las personas cuentan sus intereses con aquella voluntad que los mueve a atraparlo todo, lo logran. Logran amar, trabajar, bajar de peso, hacer familia, graduarse. Se ven tan lúcidos mientras yo de algún manera pesimista solo veo que su amor es mediocre, a espaldas se engañan. Su trabajo en fin solo es un esclavesimiento sin libertad de pensar y hacer por sí mismos para pagar deudas. Su peso sube como espuma en un par de meses y veo que más tardan en bajar que en subir para sentirse un poco menos miserables con su apariencia. Y a lo que ellos llaman familia es solo una vieja fotografía que con el tiempo se va deteriorando hasta rebajarla a la hipocresía y sacar a relucir solo el recuerdo. Su conocimiento es de papel, aprenden para solo ganar un examen. Pero ellos dicen ser felicices aunque sea solo una felicidad tan insolente y disfrazada. Al menos ellos tienen algo, yo en cambio no tengo nada más que despertar para esperar volver a entrar a la cama.
Mi existir es en absoluto un absurdo que de tanto una puñalada al corazón sería solo un pequeño detalle, una inverosímil y traviesa jugarreta. Soy en definitiva, quizá, una insolente del mañana, pues la inconformidad me palpa la espleda. Y quizá no debería querer más del sol que su propia luz, pero solo ello no me es suficiente. Atrevidamente digo, no me basta, porque ¿de qué me sirve un nuevo amanecer, un nuevo día? ¿de qué sirve regalarle a un ciego una obra de arte si no va apreciar? Su insentivo no está en la vista y en definitiva mi insentivo no, no hay manera de encontrarlo amarrado a la vida. En definitiva hay almas que nacieron para estar dormidas.
Me llaman aburrida, genial, yo a su absurdo de felicidad le llamo mentira.