Paradoja: Los viajes temporales del doctor Montes

Capítulo VII: Malos augurios

Domingo temprano

Al día siguiente nos levantamos temprano para ir a la Iglesia. Fuimos a la antigua Iglesia del Monte “Monacal” (Se llama así por el mismo monasterio que se ubica en la cima del monte). Cuando entramos ahí, el padre estaba atrás recibiendo a los feligreses. En el momento de la Misa, el padre predicó haciendo referencia a los tiempos de Dios y citó a San Agustín de Hipona junto a Tomás de Aquino para hacer alusión al tema del tiempo. Decía:

“Los tiempos de Dios son distintos a los nuestros, y sus tiempos son perfectos”. Dios dispone que nos sucedan cosas para ponernos a prueba y actuar en el presente con mayor actitud evangélica. No desaprovechemos el tiempo que nos regala Dios, por eso se llama “presente.

Eso me llamo la atención por el mismo hecho de que había viajado en el tiempo. Terminada la Misa, el padre se fue a la salida para despedir a la feligresía y nosotros nos quedamos contemplando la vieja pileta bautismal que tenía una llamativa gema encima. En ese momento se me acerca un joven monje y me preguntó:

- ¿Cómo está?

- Bien ¿Y usted hermano?

- Yo estoy muy bien con la gracia de Dios. Veo que usted está contemplando la pileta bautismal con su familia ¿Cierto?

- Así es. De hecho, fue en este mismo lugar que me bautizaron.

- ¡Oh, qué maravilla, maestro! ¿Usted es de aquí?

- Correcto. Nacido y criado en esta ciudad.

- Ah mire ¿Y usted es…?

- Yo soy Matías Montes, médico general, y la mujer que me acompaña es mi esposa Stella, y los pequeños son mis hijos Ignacio y Aída.

- ¿Usted es el famoso doctor Montes?

- Así es.

- Su nombre es muy conocido por estos lugares. El padre Armando me contó sobre usted.

- ¿El padre Armando?

Me desconcerté y le dije:

No conozco a ningún monje con ese nombre.

- ¿No sabe quién es él?

- No ¿Y dónde está? Me dejó con la intriga.

- Él no se encuentra aquí, se fue a la capital por un par de días a realizar algunas diligencias.

- Ya veo.

- Por lo que veo, usted tiene una hermosa familia.

- Bueno… eso es lo que digo.

Stella y los niños se acercaron al joven monje y le pidieron la bendición, él se las dio y después nos despedimos. Debo reconocer que yo le tengo un gran cariño a los religiosos porque han hecho mucho bien en esta ciudad con sus oraciones y con la buena disposición en atender espiritualmente a las personas.

Volvimos a la casa para desayunar. Hasta ahora no había novedad de nada. Más tarde, Stella y los niños se fueron a visitar a su hermana que vivía cerca, mientras que yo fui a andar en bicicleta. Iba recorriendo el barrio cuando me encuentro con algunos ciclistas que pasaban por ahí. Uno de ellos, que iba vestido de un buzo verde franjeado y unas gafas negras, me saludo diciendo:

- Hola vecino. Veo que amaneció bastante bien.

- Así es buen hombre ¿Cómo no estarlo si tengo una maravillosa familia?

- Tiene toda la razón, ojalá nunca pierda ese entusiasmo y más aún por su familia ya que casi nadie quiere tomar esa responsabilidad tan maravillosa de ser padre en estos tiempos.

- Tienes razón, pero no saben de los que se pierden.

Después de ese diálogo nos despedimos y regresé mi casa para estar con mi familia, que ya había regresado. Aun así, ese hombre me llamo la atención, no lo podía reconocer, pero me resultaba algo sospechoso.

Di otras vueltas por el vecindario y de sorpresa veo a lo lejos a unos policías con gafas, cascos y traje deportivo institucional en unas bicicletas rondando por el recinto. Uno de ellos me detuvo y le reconocí la voz:

- ¡Alto!

Me detuve y el policía se me acercó. Le respondí:

- ¿Claude?

- ¡Vaya, vaya, vaya! Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos.

- Así veo… ¿Y bien?

- Bien veo que estás haciendo deportes ¿No es así?

- Más bien estaba paseando.

- Y cuéntame ¿Qué has hecho todos estos años?

- Estudié una carrera de medicina y estoy casado.

- ¿Qué hay de ti?

- Nada… después fui a la academia y me convertí en un policía. Llegué esta semana a la ciudad y ¡Aquí me tienen! Rondando por estos barrios.

- Eso es bueno…

- Así es. Es una muy buena vida y todo es gracias a ti.

- ¿A mí, por qué?

- Sonará raro, pero desde que me sacaste la mugrienta hace diez años mi vida cambió para bien. Sí, puede que haya sido dura desde un principio. Cuando entré a la escuela militarizada pude sacar lo mejor de mí, además que siempre tuve mucho apoyo desde adentro y hasta logré forjar una mejor relación con mi padre. Lo difícil fue salir porque sentía que la gente me miraría con los mismos ojos que antes: un inadaptado rebelde. Ante esto seguí adelante y busqué la manera de devolver el mal cometido a los demás con algo bueno, y fue así que entré a la academia. Gracias Montes.




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