Corría con los pies descalzos, los cuales ya sangraban debido a las piedritas y trocitos de vidrio que se iban cruzando en su camino. Pero eso no le causaba molestia alguna. El dolor físico era lo de menos, en ese momento necesitaba deshacerse de ese peculiar sentimiento que se alojaba en su frágil corazón.
A sus tempranos diez años había aprendido varias cosas, entre ellas, que había una extraña sensación constante en su pecho y que no sabía cómo se llamaba; se había acostumbrado a vivir junto a ella, pero ese día era más intensa que nunca y no podía soportarlo, sentía que se ahogaba y que pequeñas dagas filosas eran enterradas en su pecho y garganta.
Y corría.
Y sabía que no tenía permitido llorar. “Amanda, tonta, ¿qué no sabes que llorar es para débiles? Y yo no voy a permitir que seas débil, jamás debes dejar que esas malditas lagrimas salgan de tus ojos”
Esas palabras estaban tan incrustadas en su alma, que ni siquiera en momentos como ese, donde nadie la veía, podía soltar lo que llevaba dentro. Aún era muy joven para entender que dejar que sus ojos se empañaran y desbordaran era la única forma de aliviar un poco esa sensación que la martillaba por dentro.
Se detuvo al darse cuenta de que ya estaba lo suficientemente lejos para gritar y así lo hizo. Abrió su pequeña boca y su voz se desgarró, el aire se tragó su agonía y también el desespero y el dolor que la mataban lentamente, al tiempo que la dejaba herida y desangrándose por dentro.
Gritó porque tenía miedo.
Porque estaba jodidamente asustada de todo.
Gritó porque se sentía triste día tras día, pero no lo sabía.
Gritó y luego rió, porque se sentía un poco mejor. Pero le faltaba aprender algo más y era que las heridas cuando se cubren jamás sanan.
—¡Hey, niña! ¿Eres tú la que grita como loca? Tsh, ni siquiera en mi propio lugar puedo descansar.
Ella se giró lentamente hacia el lugar de donde provenía aquella voz y se percató de un pequeño refugio hecho a base de latas la gran parte de él. De ahí surgía una figura que no lograba visualizar bien. Pero a medida que este se iba acercando más y más a ella se dio cuenta de que era un niño un poco más alto con el cabello alborotado y la cara un poco sucia.
Sus manos temblorosas se entrelazaron tímidas y bajó la mirada automáticamente, inclinando su cabeza.
—Perdón si te he molestado. —susurró con esa dulce y suave voz que la caracterizaba.
—¿Y ahora qué haces? —el niño la miró sonriente—Levanta tu cabeza, no seas tonta.
Ella elevó lentamente la mirada y pudo apreciar con detalle su rostro. Su cabello era castaño oscuro y lo tenía tan largo que casi le cubría los ojos, su sonrisa pícara marcaba dos hoyuelos y eso la llevó a visualizar unas cuantas pecas en sus mejillas.
—¿Qué, acaso te gusté? —volvió a reír.
Las mejillas de ella se tornaron de un suave tono rosa que la hizo bajar su cabeza nuevamente.
—Vaya, eres tímida. ¡Qué bonita!
El cielo se oscureció, partiéndose en dos y de él comenzaron a surgir grandes gotas de agua. El niño tomó inconscientemente la mano de la niña y la llevó hasta su refugio.
—Listo, aquí estaremos a salvo hasta que deje de llover.
—No…no…vuelvas a tocarme, por favor. —su voz temblorosa lo tomó por sorpresa, no entendía la reacción, tan solo la había tomado su mano para alejarla de la lluvia.
—¿Y por qué no puedo tocarte? —preguntó inocentemente.
—A papá no le gusta que las personas me toquen.
—Oh, disculpa, no lo volveré a hacer. —le respondió, esta vez su voz se había apagado un poco.
—No hay problema, tú no sabías. ¿Por qué debería enojarme entonces? —por primera vez pudo ver su bella sonrisa y en esta ocasión fue él quien se sonrojó un poco.
—Oh, eres tímido, ¡Qué bonito! —y soltó una carcajada.
—¡Hey! No le veo lo divertido. —torció sus ojos molesto y se cruzó de brazos.
Ella sonrió para sí misma y buscó con la mirada un lugar para sentarse, cuando lo encontró se dirigió hasta ahí.
—¿Vives aquí?
—No, es solo un lugar para escapar de todo.
—¿Y de qué escapas? —balanceaba sus piernas.
—De un monstruo horrible que quiere matarme. —se acostó en la pequeña cama improvisada que había formado de cartón y colchas, cruzando sus manos detrás de su cabeza— Verás, esto es un secreto, ¿vale? En realidad, yo soy un ángel que está siendo perseguido por un demonio, y ese desgraciado quiere matarme
—Eso es una gran mentira—frunció el ceño, molesta—, además, eres un niño, deberías cuidar ese vocabulario.
—Tengo trece, la edad suficiente para hablar como yo quiera. Y si no me quieres creer, no me creas.
—¿Vienes aquí todos los días? ¿Cómo te llamas? ¿Tienes mamá y papá? ¿Tienes muchos amigos? —era la primera vez que hablaba con otro niño sin que este se burlara o le dijera algo hiriente, estaba curiosa y ansiosa por saber cómo era sentirse escuchada.
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Editado: 06.05.2020