Enero, febrero y marzo, las vacaciones de verano se habían vuelto un ir y venir bastante tortuoso para Lacer. Emprendió una rutina cegadora, cargada de trabajo que involucraba un exceso de desgaste físico, todo con el objetivo de llegar a casa abrumado por el cansancio, y dormir sin siquiera tener algo de tiempo para pensar. Ese verano, fue la primera vez que entró seriamente al trabajo de sus tíos por parte materna. Las actividades eran variadas, iban desde pintar muebles, habitaciones y estructuras de hierro, hasta ayudar con albañilería y plomería. De cierta forma, le resultaba entretenido. En los días que no estaba ocupado, se atormentaba a si mismo sobre su error, encerrado en la oscuridad de su habitación. Sus amigos lo invitaban a salir, pero rechazaba sus propuestas porque no tenía los ánimos para charlar o jugar, tampoco quería contarles sobre el tema de Myers por miedo a que se burlaran de él o algo por el estilo. Algunas noches de verano, a pesar de no querer pensar a Ruby, los sueños le jugaban en contra, pues se le aparecía como la reanimación de recuerdos y deseos de: “¿Qué hubiera pasado?”. Esos recuerdos lo carcomían durante el día, y estos, eran los días en que más se esforzaba en el trabajo para no recordarla. Incluso, el joven llegó a hablar con sus padres respecto al tema del instituto de la lengua extranjera, planteando que no volvería a fallar, y que no era necesario hacer ese gasto. Ante la propuesta, sus padres respetaron su decisión sin objeción y lo dejaron de mandar al establecimiento.
Así transcurrieron los meses para Jean; llegada la vuelta a clases, era el momento donde su jornada laboral se reduciría hasta la mitad. La rutina sufriría una descompostura. Al poseer más disponibilidad horaria, los pensamientos comenzaban a aflorar durante la tarde y noche, convirtiéndolos en días melancólicos. Acostado en cama a altas horas de las madrugadas, una semana de antes del regreso a la escuela, pensaba:
- ¿Que estarás haciendo Ruby? – Con una mirada triste, se consolaba mientras observaba su chat con ella. - ¿Has de recordarme? No creo que desees verme después de haberte abandonado.
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La semana pasó volando, caído el lunes a las siete de la mañana en una clase de matemáticas, Jean tuvo que encarar a sus amigos a los cuales también alejo por su malestar.
- ¿Estas bien Jean? – Preguntaba Antonio, con un tono de voz muy preocupado. – No te juntaste con nosotros ni una sola vez durante el verano.
- Si, estoy bien. Solo estaba ocupado con el trabajo de mi familia, por eso no podía juntarme con ustedes. – Respondió, mintiendo para no alargar la conversación.
- Es una mentira lo que dices. – Saltó Ricardo desde atrás, a contrariar su respuesta. – Fue por ella, ¿verdad?
- ¿Hablas de Ruby? – Preguntó Antonio. – Si es eso Lacer, yo te dije que tenía novio, es una pena, pero no puedes hacer nada. ¿Al menos quedaron como amigos?
- No quiero hablar de eso sinceramente. – Dijo Jean, resguardándose en sus apuntes. – Algo de relación con eso también es el tema, pero no quiero hablar de ello.
- Esta bien, no te preocupes. – Dijo Ricardo, tocando su hombro con confianza. – Si necesitas algo, recuerda que nosotros somos tus amigos, te vamos a ayudar…
Luego de escuchar esas palabras, el alma de Jean se quebró en pedazos. Recordaba a Myers con gran intensidad, también, se percató de que sus amigos siempre estuvieron dispuestos a ayudar, pero él solo los hizo a un lado. La culpa le pesaba, sentía que debía disculparse con ellos, y en especial, con Ruby. Durante esa clase, estuvo al borde de llorar, pero se aguantó todo lo que pudo, puesto que no deseaba pasar un papelón.
Al salir de la escuela al mediodía, le cruzó el pensamiento de desbloquearla en el chat y mandarle un mensaje para disculparse y preguntar acerca de ella. Alargó este pensar hasta casi media noche, puesto que no tenía agallas para volver a escribirle después de lo que hizo. En su mente, él creía que ella no deseaba verlo o saber algo de él, por eso se limitaba a si mismo a evitar hacer una estupidez. Pero al cabo de varios minutos, precisamente a las doce de la noche, la desbloqueó y envió un mensaje simple, pero con mucho terror a su respuesta.
- Hola, ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? – Envió un mensaje formal, muy extraño a la forma en que solían comunicarse.
Tras enviarlo, desactivó el internet de su teléfono, y lo apagó junto a las luces de su habitación para dormir. Estaba asustado, pero el joven logró vencer sus miedos y descansó sin hacer tanto esfuerzo. A la mañana siguiente, lo primero que hizo al abrir sus ojos, fue encender su celular y el internet, para verificar si había contestado. Para su sorpresa, el mensaje estaba en la barra de notificaciones, pero como él ya lo esperaba, percibió la molestia de ella hacia a él.
- ¿Qué quieres? – Ruby ignoró el resto de sus mensajes, y saltó al grano del porqué de la conversación.
- ¿Qué es de tu vida? Extrañaba hablarte. – En ese mensaje comenzaba a sincerarse con respecto a su sentir. - ¿Cómo estás? – Mientras se preparaba para ir a la escuela, observaba la pantalla del celular para contestar su mensaje cuanto antes. Sin embargo, ella no contestaba con la rapidez de tiempos anteriores. Pasó unas horas hasta que Myers le respondió.
- Pues nada en especial, estas vacaciones fueron aburridas. Yo termine con mi novio, de ahí, toda mi vida siguió normal. Y tú, ¿qué tal?