— Estoy en mi deber de detener esto.
— No, no se debe.
— Lo que intentas evitar, es inevitable. Lo que puedes evitar si detienes tu apelación, son las consecuencias que tendrás que afrontar cuando se falle en tu contra.
— Mi concentración está en esta causa. Lo individual es lo que menos importancia tiene.
— No actúes como ellos. No es ético.
— Los he estudiado tanto que parece imposible.
— Lo sigues haciendo y no es correcto.
— …
— No se obviará el descuido.
— Ya se resolvió...
— …
— ...Parcialmente.
— Se percibirá la falta de seriedad que percibo ahora.
— Percibirán mi solidez.
— Esto no tiene nada de sólido. La alteración psíquica ya es inevitable.
— No la de su ambiente.
— …
— …
— Aun así el riesgo ha aumentado el doble.
— Tengo el control todavía.
La brisa y el aire mismo en la piel de Bianca le parecían de una extrañeza inentendible. Notó una impureza para nada aguantable a sus pulmones, incluso tampoco a sus narices. Atribuyo tales sensaciones a la medicina a la cual aún no se acostumbraba.
La casa de su hermano estaba a una cuadra y media. Al salir de la suya solo tenía que dirigirse a la izquierda, cruzar la calle intentando que el barro creado por las lluvias los días anteriores no le muerda los tobillos, y circular media cuadra más hasta el monoambiente donde Abel se encontraba.
Hace más de dos años que él se había mudado solo. El fallecimiento de su madre fue el causante del primer quiebre familiar. Bianca, sentía un quiebre y otras sensaciones similares, aunque sin llegar a comprenderlas del todo como para manifestarlas. La diferencia es que es muy joven y poco independiente para exiliarse de la misma manera que su hermano mayor.
Llegó a la puerta y golpeó fuertemente con un ritmo musicalmente conocido. Abel odiaba la violencia con la que Bianca tocaba, y por esa razón instaló un timbre musical en la entrada. Ella lo había usado solo una vez, lo que le bastó para considerar que era una melodía horrible y que por eso optaría por seguir golpeando con su propio ritmo.
— ¡Así te tendría que golpearte la cabeza, estúpida! — escuchó Bianca desde el otro lado de la puerta mientas se abría.
— ¡Qué hermoso humor! — Entró deslizándose por un costado sin saludar ni mirar a Abel que se encontraba en cueros y con el cabello completamente despeinado.
— ¡Haz lo que quieras eh! Haz de cuenta que es tu casa.
— Seguro ¿Qué piensas que voy a pedirte permiso? ¡Ja!
La muchacha se dirigió directo a la alacena y sacó un gran tazón, una cuchara y una caja de cereal. Apoyó todo en la enorme mesa de madera del comedor y luego se dirigió a la heladera. Miró en silencio, sin moverse, como si estuviera analizando todo su contenido. Abel se acercó, cruzó su brazo por arriba de la cabeza de su hermana y tomó el embace de yogur golpeándola en el cuero cabelludo cuando lo retiro del lugar en el que se encontraba. Pareció apropósito, aunque sabía disimular sus intenciones.
— ¡Qué estúpido que eres!
— Fue sin querer te lo juro. — le contestó a Bianca dejando escapar una tímida sonrisa pícara.
— ¡Ese tazón lo saqué para mí!
— Saca otro. ¿Encima que vienes a consumirme todo como langosta te crees la dueña?
— Bla bla bla. Egoísta angurriento.
— Desquiciada histérica.
— Tu abuela.
— La tuya que la conozco.
— Jaja ¡estúpido!
— Me dijeron que tuviste otra crisis.
— No quiero hablar de eso
— Yo no te puedo obligar pero me parece importante que puedas expresar qué te pasa.
— Yo no te puedo obligar pero me perece que tienes que cerrar la boca. Tonto.
— ¿Cómo vas con la medicación?
— Bien. Ya no la controlo yo. Mamá me da las medicinas cuando tengo que tomarlas y se queda mirando que las tome. Me parece raro que no me pida que abra la boca para verificar que verdaderamente lo hice.
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Editado: 06.02.2020