¡Aléjate de él!
Es imposible concentrarme en el trabajo con todo lo que sucedió anoche, primero el ataque de un jovencito que a primeras luces era lo más indefenso del mundo, luego un ángel en pijamas salvándome en el último segundo y finalmente mi abuela con cuentos de magia y advertencias veladas.
Cierro sesión y me doy por vencida, creo que necesito aire para despejar la mente. Tomo las llaves y una pequeña mochila, dentro de ella guardo todo lo que pudiese necesitar. Veo los ocho frasquitos de colores sobre el tocador junto con la hoja que escribí anoche. Releo sin comprender nada, aunque una cosa me inquieta: no sé qué se esconde tras el frasco negro. Lo tomo y lo miro a trasluz, buscando alguna pista, pero nada viene a mi mente; finalmente, debido a la molestia que me produce verlo y no saber, lo guardo dentro de un cajón lejos de mi vista. Tomo el azul y lo huelo, mi cerebro recibe una punzada de claridad inmediata.
—«Combina, crea y utiliza con cuidado, ni mucho ni poco, lo justo para no correr peligro» —cito de memoria pensando en todo lo ocurrido.
Por primera vez noto lo que grita su advertencia: ni mucho ni poco, lo justo para no correr peligro. Durante el primer encuentro con Mauricio utilicé el frasco naranja, el de la pasión, primero lo apliqué buscando limpiar lo que pisé, dejando la mayoría en el pañuelito descartable, y luego apenas unas gotas en mi cuello; el recuerdo de él lamiendo frenético mi pie vuelve a mí dándole de cierto modo la razón a los delirios de mi abuela. En la segunda cita dejé caer el líquido en mi cuello abundantemente, sin pensar en el peligro que este exceso significaba. Fue ahí cuando la locura inició, sus ojos al recorrer mi cuello efusivamente con su lengua me confirman que si bien no es posible que el perfume tenga alguna cualidad mágica, bien puede tener algún fármaco que lo llevó a ese estado.
Tapo el frasco azul y lo dejo nuevamente en su sitio, tomo el de color verde y lo abro, notas alegres me impulsan a dejar caer unas pequeñas gotas en mi piel y luego a distribuirlas cuidadosamente con los dedos. Lo dejo en su lugar y agarro mi mochila decidida a salir a tomar aire, el encierro me está empujando a creer en cosas que claramente son imposibles.
҉
Me siento en una de las bancas que decoran la ciclovía, recuperando un poco el aliento y descansando las piernas, un pequeño tirón se hizo sentir en uno de mis muslos hace rato y me horroriza la idea de acabar en el suelo gritando por un calambre. He estado caminando durante mucho tiempo, intentando pensar con claridad, aunque nuevamente mi cerebro no quiere cooperar y se niega a seguir formulando teorías.
Tiro la cabeza hacia atrás en el respaldo y me concentro en las nubes con diferentes formas y tamaños. He optado por utilizar el perfume verde, el que supuestamente da suerte, pero no he visto nada fuera de lo común que me haga sentir afortunada. No encontré dinero, no me regalaron nada y nadie corrió hacia mí gritando que gané un sorteo.
Suspiro pesadamente y me dispongo a regresar a mi hogar con la confirmación de que todo eso de los perfumes mágicos solo son delirios de una mente demasiado fantasiosa. Giro a la derecha y veo venir corriendo a lo lejos a mi ángel guardián, a mi salvador en pijamas. Abro los ojos ante la sorpresa de encontrarlo tan lejos de su hogar. Al divisarme frena, se quita los auriculares y se pasa nerviosamente la mano por el cabello, se acerca caminando despacio hacia mí y me sonríe.
—¿Otra vez tú? —inquiere mirándome divertido.
Alzo los hombros en respuesta, no sé qué decir sin sonar como una acosadora.
—No eres muy habladora, ¿verdad? —insiste colocándose uno de los lados de sus auriculares—. Bueno, no creí volverte a ver en mi vida, espero que no estés en problemas nuevamente.
—Solo descanso, aunque ya me iba —aseguro finalmente poniéndome de pie, inmediatamente un dolor horrible se extiende por mi muslo derecho y me veo obligada a sentarme nuevamente.
—O quizá no —comenta tomando asiento a mi lado—, no estiraste antes, ¿verdad?
No le doy el gusto de admitir mi error, tiro la cabeza hacia atrás y admiro cómo las nubes pasan lentamente intentando olvidar el dolor.
Su tacto me toma por sorpresa, sus manos parecen mágicas al hacer desaparecer el calambre.
—Eres la chica más afortunada del mundo, primero, por lo de anoche; segundo, por contar con ayuda profesional para tratar un calambre y tercero, porque hace un rato pude recuperar parte de tus pertenencias.
—¡¿Cómo?! —inquiero sin salir de mi sorpresa.
—Lo que has oído, recuperé tu bolso antes de venir aquí. Al final estaba tirado al lado del cordón de la vereda, al parecer en la locura de anoche fue a parar ahí y debido a la urgencia de la situación no lo noté; pero cuando estaba por salir a correr vi que algo brillaba y me acerqué. Pensaba enviártelo con un cadete, si me das la dirección puedo hacerlo en cuanto regrese a casa sin necesidad de revisar el contenido en búsqueda de tu identificación —concluye soltando mi pierna.
Mi mente aún sigue sin poder creer todo esto, ¿cuántos parques hay en la ciudad y cuál es la cantidad de posibilidades de que él esté justo aquí, a esta hora y encima que haya recuperado mis cosas?
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Editado: 26.01.2023