Quizá necesito más que un café
—Sube —pide ante mi mirada incrédula.
—Creo que mejor me voy en taxi —respondo sin saber cómo tomar su propuesta.
—Bien podrías, pero te perderás de un gran viaje y deberás aguardar afuera hasta mi llegada —replica volviendo a señalar el espacio frente a él en su bicicleta.
Reúno el valor necesario y de un salto me coloco entre sus piernas. Toma el manubrio con ambas manos y comienza a pedalear lentamente, miro al frente intentando evitar que la sensación de sus muslos rozando mi cuerpo y la visión de sus antebrazos tatuados me robe la poca cordura de la que dispongo. La fuerza de voluntad me dura poco y me dejo llevar por sus roces, por las venas que se marcan en sus brazos al presionar el freno y el aroma casi celestial que despide.
Su pecho se pega a mi espalda, giro la cabeza para verlo y me topo con su rostro sonriente. Maldita sea, quiero algo más que un café.
—Lo siento, vamos de subida —aclara ante el incipiente rubor que me hace sentir el rostro caliente.
Pronto su cuerpo se aparta del mío, pero el viento fresco no logra alejar esa sensación de calor insoportable y no puedo dejar de desear que durante todo el camino vayamos cuesta arriba.
—¿Estás bien? —inquiere luego de un rato de marcha.
«Sí, en el puto paraíso», contesto mentalmente.
—Sí —digo guardándome el resto para mí.
҉
—Antes de dejarte entrar en mi casa quiero saber cómo te llamas —comenta bajando de la bicicleta y buscando la llave adecuada.
Me estuve calentando todo el camino con un hombre que ni siquiera sabe mi nombre, ¿qué diablos sucede conmigo?
—Soy Emma —contesto sintiéndome tonta.
—Es un gusto, Emma —responde abriendo la puerta y entrando con la bicicleta.
La deja a un lado y me hace un gesto con la cabeza para que entre, así lo hago y con una última mirada al sitio donde nos conocimos cierro la puerta.
—Aquí tienes, espero esté todo en orden —dice entregándome mi bolso.
Lo abro y lo primero que busco es el perfume naranja, ahí está, intacto, aguardando a ser devuelto con sus hermanos.
—Está todo perfecto —aseguro cerrando el bolso.
Recorro la habitación con la vista, apreciando cada detalle, el recuerdo de despertar en su sofá, desorientada y sintiéndome en peligro, vuelve a mí haciéndome buscar la puerta de salida con la mirada.
—Puedes sentarte si gustas, huir también es una buena opción —comenta al darse cuenta de lo que estoy mirando—, aunque te perderías de un buen café —añade suavizando la crueldad de su broma.
—Nunca rechazaría un buen café —respondo aferrándome a mi bolso y sentándome en donde estuve acostada la noche anterior.
—Perfecto, ¿te molesta si te dejo sola un momento? Iré a preparar las cosas, tomaré una ducha rápida y volveré con todo listo.
—No, para nada, aquí te espero —contesto con una sonrisa que él corresponde inmediatamente.
Luego de una leve inclinación de cabeza, se retira. El tiempo en soledad pasa más lento de lo normal, comienzo a caminar por la habitación mirando con detalle las fotos sobre los pocos muebles que decoran el cuarto.
Lo veo abrazado a una mujer de lo más hermosa, ¿quizá es su esposa? No tenía anillo, pero eso no asegura nada hoy en día. La misma mujer aparece en otras donde el grupo es más grande, se los ve muy felices juntos.
—¿Viste algo interesante? —pregunta tomándome por sorpresa haciéndome soltar un pequeño grito—. Lo siento, no quise asustarte —agrega en un tono más suave.
—No, yo lo siento, no debí entrometerme —me disculpo volviendo a mi lugar.
—No te preocupes, la curiosidad es algo muy humano, créeme que si hubiese tenido algo más de tiempo hubiese echado un vistazo a tu bolso —asegura abotonándose las mangas de la camisa blanca como si no fuese la gran cosa.
Finalmente me tomo el tiempo de observarlo completamente mientras se dirige a donde supongo está la cocina, quizá es un poco más grande que yo, pero lo que tiene, lo tiene en muy buenas condiciones. Lo sigo a corta distancia y lo observo maniobrar con destreza una cafetera, el aroma que comienza a inundar la habitación es más que tentador.
Su cabello aún gotea agua y no puedo evitar sentir envidia por aquellas gotitas que se deslizan por su cuello suavemente.
—¿Dulce o amargo? —inquiere como si mi vida dependiera de eso.
—¿Quién en su sano juicio arruinaría un café que huele tan bien con azúcar? —replico apoyándome en el marco de la puerta.
—Créeme, esas personas tienen un círculo propio en el infierno.
Coloca todo lo necesario sobre una bandeja de desayuno y retornamos a la habitación donde se encuentran los sofás. Tras los primeros sorbos en silencio y bajo su mirada atenta, me permito preguntarle algo que hace rato ronda en mi cabeza:
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Editado: 26.01.2023