LA PRIMERA CHARLA. KRISTINA NOS LO CUENTA
Aquel día había amanecido con el cielo cubierto por unas nubes muy negras, era otro día muy frío y muy gris. Recuerdo asomarme a la ventana y pensar que en breve descargaría con furia el agua que retenía aquel oscuro cielo. Solo rezaba que no se pusiera a llover porque no llevaba paraguas. Soy muy delicada y si me mojo en seguida me duele la garganta y me quedo afónica. Por eso pensé que si se ponía a llover tenía dos posibilidades. Que la señora Douglas me dejara un paraguas o quedarme refugiada en el portal hasta que parara. Y tenía muy clara que de las dos opciones sería la última la que haría.
Estaba frente a la puerta del ascensor con toda la atención del mundo al sonido de las primeras gotas de la lluvia golpeando el ventanal que había en aquel pasillo. Miré hacía el indicador que había sobre la puerta del ascensor y vi que la flecha descendente estaba marcada, supe que allí estaría ella. Pasé mi lengua por los labios, la mano por el pelo y me arreglé el chaquetón. No sabía por qué hacía aquello, pero todos los días durante las dos semanas lo hice. Al abrirse la puerta, allí estaba con un pantalón negro, botas negras de tacón, un abrigo impresionante color morado y su inseparable maletín en la mano izquierda, mientras su bolso colgaba del hombro derecho. Aquel día llevaba el pelo suelto se notaba que se cuidaba la melena.
—Buenos días —la saludé.
—Buenos días —me respondió pero no quedó ahí la cosa. Mientras el ascensor se disponía a hacer el camino de descenso agregó—. Veo que no llevas paraguas.
—No. El teléfono no me avisaba que iba a llover —lo dije con una sonrisa débil.
—Puedo llevarte a casa, si quieres —me lo dijo sin mirarme con un tono de superioridad que me molestó, pensé, otra rica que me menosprecia, y la verdad que con la señora Douglas ya tenía bastante.
—No, gracias, no me gusta molestar.
—No es molestia, al contrario.
Y ahí cambió el tono de voz. Demostrándome que no tenía nada que ver con la señora Douglas. La miré y me estaba ofreciendo una de esas sonrisas suyas a las que no puedes resistirte.
—Está bien.
Le dije finalmente. Ella sonrió.
Salimos al garaje y no me sorprendió ver su coche, un Lexus RC F negro, impresionante. Era como si con ese coche ella supiera que se mostraba segura e imponente. Daba una apariencia de mujer poderosa, segura de sí misma. Que lo es. Sin embargo, cuando vemos a la gente con grandes coches tendemos a pensar, al menos yo, que lo que quiere es mostrar su poder económico y su superioridad, pero ella para mí en ese momento no me transmitió ese poder que parecía tener con ese coche, no sé si me entiendes. Era ella, toda ella poderosa, sus movimientos, sus gesto y, al mismo tiempo, lo que más me llamó la atención fue su sencillez como si ese coche no fuera importante.
Entré y me sorprendió lo limpio que estaba y lo bien que olía.
—¿Dónde vives? —me preguntó mientras le daba al contacto.
—En Ridgewood, el 55 de Shaler Ave.
—Muy bien.
Aquel coche que parecía todo potencia se puso en marcha sin apenas hacer ruido, al estar junto a ella, me di cuenta que no la conocía lo suficiente como para confiar. Recuerdo que al detenernos en un semáforo, el primero que apareció en la avenida, me miró con esa fuerza que tiene en los ojos y me dijo.
—¿A quién cuidas?
—A los hijos de los Douglas —le contesté mirándola brevemente y con una sonrisa nerviosa.
—¡A esos monstruos! —exclamó con un gesto que me hizo sonreír y asentí—. Deberían ponerte una estatua ¡te la mereces por aguantar a semejantes niños maleducados!
—Bueno, la mayor parte del tiempo duermen, para mi suerte.
—¿Tienes otro trabajo?
—No, no… solo este. He acabado la carrera y estoy buscando.
—¿De qué? Si no es mucha mi curiosidad —lo dijo con esa sonrisa de mujer encantadora que hacía imposible que te molestara su pregunta.
—No, no, está bien —respondí moviendo mi mano un poco nerviosa, cuanto más tiempo pasaba sin saber por qué algo en su mirada provocaba que me fuera sintiendo algo incomoda. Me pasé el mechón de cabello por detrás de la oreja un tanto nerviosa y le dije—. He estudiado administración de empresas.
—Eso está muy bien.
—Sí, pero no encuentro trabajo —mi voz se mostró algo decaída realmente era un tema que me preocupaba.
—Es complicado, pero estoy segura que lo encontrarás.
—¡Ojalá! Porque tengo que afrontar unos gastos y no sé si podré —no sé por qué le dije aquello, pero me dio la sensación de cercanía que hizo me olvidara de los nervios, y le confesé con cierta preocupación lo que me estaba ocurriendo—. Es aquí, muchas gracias le agradezco que me haya traído porque me hubiera calado con la que está cayendo.
—De nada —me miró guiñándome un ojo—. Pero no me hables de usted.
—Está bien. Hasta mañana —le sonreí.
—Hasta mañana. Por cierto me llamo Parker ¿y tú?
—Kristina.
Aquella sonrisa al decirle mi nombre nunca la olvidaré. Parker tiene una sonrisa muy seductora, sabe manejar muy bien sus gestos y es especialista en crearte aturdimiento en el momento menos esperas. Me fui a la carrera hasta mi portal, al girarme aún estaba allí esperando que entrara. Subí a casa con gesto de sorpresa. Mi hermana al verme me preguntó y cuando le conté nuestra conversación sobre el trabajo me dijo.
—¿Y por qué no le has preguntado a ella de que trabaja? Igual puede ayudarte.
—No creo, si pudiera me lo habría dicho ¿no crees? —la miré pensando que mi hermana Molly tenía razón.
—A esa gente con tanto dinero esas cosas no se le ocurren.
—Bueno, como la veo todos los días le diré mañana.
—Me ha llamado James… dice que te ha estado llamando pero tienes el teléfono apagado —me avisó de mala gana.
—Sí, se me ha acabado la batería. Ahora le llamo.
Mi hermana Molly y yo compartíamos piso de alquiler, aunque en breve nos íbamos cada a una a vivir a nuestras nuevas casas, nuevas vidas. Era cierto que mi madre nos había regalado seis meses de alquiler, pero yo quería mantener ese piso que me gustaba porque era acogedor y muy especial, lo quería mantener para las largas ausencias de James por sus guardias. Recuerdo que aquel día tuve una sensación extraña. No sabía que me había alterado al hablar con Parker. Su calma, su mirada, quizá había sido sus sonrisas pero me sentía como mareada, como cuando entras en un lugar cerrado donde hay un perfume fuerte y por un momento parece que te mareas, pues algo así. Me metí en la cama sin pensar en más, tan metida en ese pensamiento estaba que se me olvidó llamar a James.