El miedo hace vulnerable a cualquier persona, incluso mucho más que el mismo amor.
No importa edad, género, o estatus social. El miedo simplemente llega, te envuelve, y luego es muy difícil deshacerse de esa sensación. Hace ver cosas en donde no las hay, estar inseguros todo el tiempo, te vuelve débil.
Yo en ese momento temía por mi vida. Temia salir de esta habitación y que esos hombres estuvieran afuera, de estar sola, de que otra persona se me acercara y me hiciera daño al igual que ellos.
Lo que me pasó no fue un "intento de violación". Ellos lo hicieron, me lastimaron externa como internamente. Hicieron cosas demasiado dolorosas con mi cuerpo, como si fuera un objeto, algo sin ninguna importancia. Ellos me rompieron, dañaron una parte de mi.
La valentía, el control sobre mi vida, mi parte entusiasta, la parte en la que mi valía como persona sobrepasaba cualquier cosa estaba casi extinta. Lo único que predominaba era el miedo.
Esa noche, me quedé abrazada a Sarah por un largo rato. No quería estar sola, y sentirme desprotegida.
Pasaron los minutos y decidí entrar a bañarme. Queria quitarme toda la suciedad que me cubría, alejar las todas sensaciones asquerosas.
Al cruzar la puerta del baño, me quedé quieta, casi inmóvil, mi cerebro no reaccionaba.
No quería entrar ahí sola.
-¿Sucede algo, Isabella?.
Me tomé unos segundos para responder.
-Tengo miedo-Dije con un hilo de voz- ¿Puedes... entrar conmigo? Pero no lo hagas si no te apetece, estaré bien...
-Tranquila, estaré al sentada al lado de la ducha.
Le sonreí como pude. Entré en la bañera, cerré la cortina y me quité lo que quedaba del vestido.
Lo vi. Estaba completamente destrozado. El tajo era de unos veinte centímetros, estaba totalmente deshilachado, era casi imposible arreglarlo sin que quedara horrible.
Entonces me sumí en la culpabilidad. El vestido era hermoso, y no me quiero ni imaginar lo que Sarah tuvo que trabajar para que pudiera comprarlo. Y yo en una noche lo rompí. Intenté no cargar mi conciencia, ¿cómo iba a saber yo que algo así me pasaría?.
Lo colgué en en la cortina, procedí a abrir la ducha. No solía bañarme con agua caliente, pero esta vez decidí que cayera lo más cerca del punto de ebullición. Quería que me saque cada marca, cada beso, cada manoseo que me dieron esos monstruos con sus manos tan sucias como ellos. Me paré bajo el agua hirviendo, no hice ningún ruido, ni un gesto que demuestre dolor. Porque lo cierto es que sentir el dolor físico es completamente incompatible con el dolor mental y sentimental.
Un nudo se formó en mi garganta. Queria desaparecer, quería que todo lo que sentía en ese momento se extinguirá junto a mi existencia.
¿Qué había hecho yo para merecer todo esto?
Supongo que por más que intente tener el control sobre la vida, esta siempre estará diez pasos delante demostrándome que con ella no puedo jugar, que yo solo soy una marioneta más en su juego.
Sollozos se me escapaban sin intención alguna, las lágrimas resvalaban por mis mejillas y se mezclaban con el agua que caía sobre mi cabeza. No tenía fuerzas, me sentía devastada, rota y vacía.
Tomé una esponja de Sarah, la llené de Jabón y comencé a frotar por todo mi cuerpo. Mi piel estaba roja por el agua caliente, pero nada comparado a las marcas que me dejaba por frotar tan fuerte la esponja. Quería sacarme todo, limpiar mi piel, ya que los recuerdos nunca se irían.
Así me pasé aproximadamente quince minutos. Llorando, sintiéndome una escoria, un objeto sin valor alguno que se puede maltratar y tirar.
Salí del baño. Sarah me prestó otro de sus vestidos. Y aunque estaba a punto de llorar una vez más, no me lo permití. No me permití ser débil otra vez. Y aunque me costara, yo tenía que recobrar el control de mi vida, que un momento de debilidad no me quebraría.
Esa noche no dormí. Intenté hacerlo, pero no pude. Las imágenes se reproducían en mi cerebro cada que cerraba mis ojos. Quizás dormía unos quince minutos y luego me despertaba llorando y gritando en medio de la oscuridad mientras sudaba un montón.
A la mañana, me desperté. Lo primero que hice fue ir al baño y lavar mi rostro. En el espejo frente al lavamanos vi mi reflejo. La parte izquierda de mi rostro estaba hinchado y morado en algunas áreas, los hematomas eran grandes y dolorosos cada que hacía al menos el mínimo roce con mis manos. También mis brazos, a la altura del antebrazo y en la parte de los bíceps. Algunos chupones decoraban de una manera retorcida y asquerosa mi cuello.
Mi imagen me causaba asco y dolor.
No quería mirarme al espejo, no quería ver en la persona en la que me habían convertido. Una persona llena de miedo, debilidad, inseguridad, y sin ánimos de nada. Esa no era yo, y no me gustaba ver lo que ese espejo reflejaba.
Unas cuantas lágrimas se resvalaban por mis mejillas, y cuando me di cuenta de ello, tomé una larga respiración, me las seque con el dorso de mis manos. Y miré fijamente al espejo, seria.
-Tu no eres así- me dije, elevé mi mano derecha y señalé mi reflejo con el dedo índice- Tu eres más que esto. Eres fuerte, poderosa, tienes potencial, eres inteligente, eres hermosa, y nadie te puede quitar eso. Nadie te quitará el valor que te costó tanto tiempo ganar. Eres una guerrera en un mundo en donde predominan los hombres, eres mejor que la imagen que tu cabeza te está enviando.
Y aunque se me hiciera en ese momento difícil de creer, le hice caso a la parte de mi cerebro que siempre quiere verme de la mejor manera. A la parte que no deja que me venga abajo cada que me sucede algo malo. Simplemente sonreí, y me dije que me veía hermosa. Porque así era.
Con el maquillaje de Sarah me tapé cada marca que demostraban que lo que había vivido la noche anterior fue real. En mi vida normal no solía maquillarme, pero justo en ese momento yo necesitaba esconder lo que me hicieron. Y seguir...