—¡Quítame las manos de encima! —masculló Max justo en el momento cuando uno de los agentes abría una reja y empujaba al muchacho justo al interior de la celda.
—Max, respira —James estaba en la celda de en frente—, no los provoques. No queremos problemas.
—De esos tenemos más de los que podemos contar —musitó Dianne, en la celda de al lado.
El pasillo que conectaba unas celdas con otras quedó vacío en unos segundos, ante los gruñidos de algunos de los agentes que habían llevado a los Pasajeros a aquél lugar. Cooper y Scott compartían la misma celda, mientras que los otros tres tenían una individual.
—¿Qué crees que le hagan a Allori? —inquirió Dianne, mirando a James.
—La están interrogando —musitó Max—, no es parte de nuestros perfiles de sospecha. Eso no quita el hecho de que, por estar con nosotros, sigue estando en la lista de ese maldito Blackwood. Demonios, ¿en qué lío estamos metidos?
—En ninguno —dijo Scott—, aún. ¿No escuchaste lo que dijeron antes de levantarnos del suelo y meternos a sus camionetas super blindadas?
Después de que el líder de los agentes dijera que se comunicaran con Blackwood, ordenó a sus hombres levantar a los seis Pasajeros e introducirlos en las camionetas. La gente que estaba en el café seguía horrorizada, y sólo asintió con la cabeza cuando los agentes se disculparon por el desorden que habían causado.
Una vez dentro de los vehículos, se pusieron en movimiento a través de la ciudad, con las severas amenazas por parte de sus captores. Silencio. Miedo. Ira. Ninguno de los Pasajeros dijo ni una sola palabra durante el camino. A unos kilómetros de Milkbar, se encontraba HMP Brixton, la penitenciaria donde estaban.
—¿Qué crees que hagan con el dinero? —preguntó Cooper.
—Por suerte —dijo Max—, la valija tiene un seguro que sólo se abre con la huella dactilar de su dueño. Heme aquí. La única opción que tienen es cortarme el dedo… o tal vez obligarme a que la abra.
—En cuanto sepan que hay dinero dentro, no querrán esperar a que Blackwood llegue para sentenciarnos toda una vida a estos cuartos.
No había nada más qué hacer. El plan de seguir huyendo no había dado resultado. Estaban encerrados en una penitenciaria de alta seguridad y no su mente no era lo suficientemente ágil para buscar una salida posible de aquél lugar. No había modo de salir. Blackwood llegaría y, como había dicho Max, ¿o fue Scott?, se volverían ratas de laboratorio. Todo por haber presenciado algo en el Triángulo de las Bermudas.
Era el fin.
—¿Tienes algún plan, Max? —inquirió James.
Conocía poco a las personas que ahora compartían la misma habitación repleta de celdas con él, pero de todos ellos, Max era el que mejor respondía al perfil de tener muchos conocimientos. A pesar de ser geek, sabelotodo, fan de películas de los ochentas y saber cada referencia popular hacía ellas, también poseía las características de alguien que podía, no sólo hacker un sistema operativo, sino también escaparse de una prisión de alta seguridad… ¿verdad?
—Hay muchas cosas que podemos hacer en estos instantes —respondió el chico de un buen humor—, pero ninguna de ellas es posible en estos momentos.
—¿Por qué no? —preguntó Scott.
Max suspiró.
—Hay cámaras de seguridad en las esquinas —dijo lentamente—, quizás sin audio. No pueden escucharnos, pero eso nos quita toda posibilidad de hacer algo que nos brinde una oportunidad de salir.
—Maldición —musitó Cooper.
En la habitación había un total de ocho celdas a lo largo de un pasillo angosto. James ocupaba la primera, frente a la de Max; a su lado, estaba Dianne, y frente a ella, Scott y Cooper. Las otras cuatro celdas, al fondo del corredor, se veían vacías, a excepción de la que estaba en conjunto a la de Cooper y Scott. Parecía que había alguien en ella, dormitando. ¿Quién dormía a esas horas de la tarde?
—¿Algo más? —insistió Dianne, sujetando los barrotes—. Conoces cada cómic, cada libro, cada serie… ¿no se te ocurre algo que podamos hacer?
Por unos segundos, Max se quedó en silencio. Estaba sentado en su cama solitaria, mirando hacia la pared. Cada celda era similar. Sólo incluía una cama, un lavabo y un retrete. Entre cada una de ellas había un muro que las separaba, para brindar la intimidad necesaria para cada preso. En esos momentos, todos los Pasajeros parecían estar en la misma posición, a excepción de Dianne, quién seguía aferrada a los barrotes.
—¿Qué creen que nos haga ese tal Blackwood? —murmuró Cooper.
—No se me ocurre nada por el momento —dijo Max—, sin mi computadora, o mi celular, no soy capaz de hacer mucho. No tengo nada.
—¿Absolutamente nada? —repitió Dianne.
—Eso me temo —respondió Max, sacudiendo la cabeza. No podía ver a nadie, sólo a James, cuya celda estaba frente a la suya, pero sabía que todos y cada uno de los Pasajeros presentes tenían la misma mirada de decepción en el rostro. No conseguirían nada. No escaparían, y ese tal Blackwood iba a tenerlos ahí para siempre.
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Editado: 27.03.2019